[Bree] Los que sufren. (2 octubre)

Las manos de la elfa se soltaron de forma suave, de la misma forma en que las esperanzas de Athela se esfumaban por momentos. Su rostro reflejaba paulatinamente ese sentimiento.

- Una epidemia de fiebres acecha mi pueblo, mi raza sufre la sombra de la muerte... - Su voz sonó tenue en un fino hilo de voz melancólico. Fijó sus ojos en las hojas que yacían en el suelo húmedo. La lluvia cesó. Ya no se escuchaba el sonido relajante de la gotas caer.

Tomó de nuevo el asiento junto al fuego, en silencio.

¿Y si aquella elfa no podía ayudarla? ¿Y si ningún elfo podría? ¿Donde encontrar entonces la solución a su problema? Miles de preguntas se abrían paso en su mente. Se mantuvo en silencio, si algo caracterizaba a la sanadora, era su poca habilidad para disimular su estado de ánimo. Se aferró a su capa, ciñendola contra ella.

-¡Ah si! El nombre te lo puedo decir, soy Gurtrun. - exclamó jovialmente mientras sus finos labios formaban la ya característica mueca maliciosa.

Para ser su primera experiencia élfica estaba siendo un poco decepcionante. Los había imaginado más joviales, haciendo trucos de magia o iluminados por rayos de luna multicolor. La eldar se comportaba como cualquier otra vieja, solo que el aspecto era muy bello. La idea se confirmó poco después mientras oía los tristes augurios. "Qué ingenua eres, vieja. En este mundo quizá quede algo de belleza, pero por dentro somos todos la misma porquería."

La anciana sacudió la cabeza y terminó de comer. Se puso entonces a recoger las cartas que seguían desperdigadas sobre la hierba húmeda. Se entretuvo en eso mientras las otras hablaban, barruntando las palabras de una y otra.

-¿Pero de fiebres cómo? ¿Y con qué más? - inquirió para su sorpresa.

Quizá la noche llena de novedades la estaba ablandando. ¿Desde cuándo le importaba lo que sucediera a los demás? Pero ahora no podía retirar las preguntas que había hecho. Probablemente se debiera a la insinuación de la elfa. No se lo creía. Una fiebre era una fiebre aquí y en Harad y no tenía otra causa que vivir en una de esas asquerosas ciudades. Por eso ella prefería los caminos. El aire era más sano y no tenías que soportar a los vecinos.

Las llamas danzaban sobre los ardientes troncos de la hoguera. La mirada vidriosa de Athela no perdía detalle de aquel espectáculo de luz y color mientras que las palabras de la elfa caían como losas de piedra sobre su moral. Su respiración se agitaba lentamente, casi sin notarlo, su pecho subía y bajaba llenando de aire sus pulmones, aire que necesitaba para calmar las palpitaciones de su veloz corazón.

Se aferró con sus manos a la capa que cubría sus rodillas, apretando sus puños. Un tenue hilo de voz salió de sus labios con palabras que se entrecortaban a la par que denotaban el estado de desolación de la mujer.

- Primero... las fiebres llegan sin avisar de ningun otro sintoma... - Decenas de nombres y caras se presentaban en su mente reviviendo los duros momentos frente a ellos. - ... mareos... fuertes dolores de cabeza... debilidad... - Paró varios segundos, un nudo en la garganta no le dejaba hablar. Por primera vez desde que inició su viaje, se había a parado a pensar en lo ocurrido y en el drama que todo ello representaba. - ... y por último... asfixia, hasta que la muerte ciega sus ojos sesgando sus vidas.

Sus ojos vidriosos terminaron por romper, dejando caer una lágrima por su rostro, inclinó la cabeza hacia delante para ayudarse con sus manos a desatar el parche que cubría su ojo. Con cuidado lo dejó sobre sus piernas. Ahora su cicatriz era más visible, rasgaba su rostro a lo largo con lo que parecía signo de que el mismísimo fuego que observaba fuese el causante de la misma. Su ojo sin embargo, tenía aspecto inerte, una capa blanca cubría lo que antaño fué una mirada llena de vida. Las lágrimas comenzaron a ser más constantes, y en poco se convirtieron en llanto. ¿Cómo iba ella a enfrentarse a algo así? ¿Cómo?

No se atrevió a mirar a ninguna de las presentes. Sentía vergüenza de aquella situación, frente a lo que realmente eran dos desconocidas. Solo necesitaba una cosa para calmarse, solo una, el calor del abrazo que solo su hermano podría darle.

Gurtrun se había dormido otra vez, acurrucada en sus mantas al abrigo del muro de piedra. Roncó alegremente algunas horas, hasta que la elfa la despertó con su llegada. Se frotó los ojos para espabilarse y sintió deseos de frotarse también los oídos, pues las palabras de Silvara la desconcertaban. ¿Ir a Bree? ¿La ciudad donde todos morían? ¡Si claro!

- Os deseo muy buen viaje.- dijo firmemente la vieja mientras se arrebujaba en la capa un poco más. - Que los dioses os sean propicios en el camino y todo eso.

Se levantó con esfuerzo y tras unos minutos de quejidos y gruñidos puso su cuerpo en marcha. No tardó demasiado en recoger los trastos que había desperdigado durante la madrugada y meterlos en la carreta. Allí, bajo la lona, se apilaba la más extraña variedad de objetos. Hierbas puestas a secar colgaban de una barra que cruzaba el techo, baúles, enseres de cocina y cajas ocupaban los lados, sacos, bolsas y cubos llenos o vacío se esparcían entre los huecos. Un gran arcón descansaba al fondo con una jaula de madera sobre él. Cestas de varios tamaños contenían setas o frutas y no faltaba una buena pila de leña. No había espacio para tumbarse y la vieja carecía de camastro, pero allí estaba toda su vida. Solo quedaba atar a Afortunado al carro y echarse nuevo a los caminos. Iría hacia el sur, a Tharbad.

Antes de bajar de la carreta sintió algo muy extraño. Como una congoja en el pecho. Se llevó la mano al corazón y palpó. ¿Qué era? Abrió los ojos sorprendida. ¿Podía ser? Increíble, a sus años y después de todo lo vivido. ¿Podía ser que estuviera... conmovida? Resopló con fuerza y sacudió la cabeza, pero la sensación no se fue. Malditos fueran los hados. ¿Qué hacer para deshacerse de ella? Arrugó el rostro mientras pensaba. Pronto Gurtrun dio una palmada. ¡Ja! Ya lo sabía. Debía realizar un acto generoso y desinteresado. Rebuscó en uno de los baúles hasta encontrar un objeto rectangular envuelto en un paño apolillado. Bajó con dificultad del carro y se acercó a Athela.

- Toma. Me suena haber leído ahí sobre la plaga que describes. - le dijo secamente. - A mi no me sirve tal como está, lleno de moho y humedad. Pero no es gratis. -advirtió señalando a la mujer con un dedo torcido. - Lo copiarás y encuadernarás dos veces y lo recogeré en Bree cuando los tiempos sean más propicios. Eres una buena mujer y no me engañarás. Buena suerte en aquello que emprendas.

Con esa despedida, condujo a Afortunado al carro y después de ajustar las correas se puso en marcha bajo la luz de la luna.

- ¡Adiós elfa! ¡Adiós muchacha! - gritó con una carcajada. - ¡Que el Camino os bendiga y os traiga encuentros afortunados!

Escuchó las palabras de la elfa y después silencio. No miró atrás, sabía por alguna extraña razón que la presencia de la mujer ya no estaba allí. La vieja empezó a cerrar los ojos, y Athela quedó pensando en todo lo acontecido. Una sensación la inundaba, la sensación de ser la criatura más diminuta de toda la Tierra Media. Insignificante, esa era la palabra. Entre pensamientos y sollozos quedó dormida.

Pasado el tiempo, la elfa la sobresaltó con su voz despertandola de su sueño. No había oído sus pasos acercarse, ni sus movimientos. Alzó la vista a ella y escuchó. Las palabras de la montaraz parecían traer esperanza, y sus ojos se llenaron de luz. Desde su más profunda esperanza quería creer a la elfa.

Fué entonces la vieja la que entristeció su rostro. - ¿No nos acompañais? - Era evidente, aquella mujer tenía la edad que tenía gracias a evitar este tipo de situaciones. Asintió con cierta pena, pero algo le decía en su interior que la volvería a ver. Tomó el objeto que le dió mirándolo con curiosidad. Le dedicó una sonrisa agradecida, después de todo, aquella mujer la había ayudado más de lo que cabía esperar. Alzó la mano a modo de despedida mientras el carro se alejaba. - Que tengais suerte vieja Gurtrun... - Su voz sonó tenue, casi imperceptible.

Caminó hasta Arlan tomando sus riendas. Se colocó de nuevo el parche, como si fuese el elemento que ocultaba su verdadera debilidad más allá de su incapacitada vista. Tomó aire armándose de nuevo de valor.

- No hay tiempo que perder. Por cierto, mi nombre es Athela, y ... bueno, gracias. El viaje es arriesgado, allí vosot....bueno, los elfos, sois perseguidos. Hay que afilar el ingenio, y extremar las precauciones. - Se colgó su zurrón de piel y subió a su caballo.