Epifanía (3 de Mayo)

Las aguas del Guadalquivir acompañaban su lento caminar hacia casa. El día había estado cargado de momentos amargos y aún a esas horas de la madrugada, cierto nerviosismo aún anidaba en el corazón de Jonathan. La ciudad, que antes le parecía hermosa y misteriosa, se presentaba ahora como un gólem de rocas ardientes dispuestas a calcinarlo si no se andaba con cuidado.
Toda la tarde había pasado deambulando por las calles de Sevilla para comprobar que, finalmente, no era posible sacar nada en claro de la situación global. Los hospitales y las clínicas estaban abarrotadas y varias concentraciones se habían organizado en torno a los centros neurálgicos de la ciudad.
La mayoría de éstas tenían relación con la marca España y su deseo de sobrevivir a toda costa. Los más radicales ya se habían echado a la calle y empezaban a reclamar una España para los españoles, sin aceptar la entrada de un sólo inmigrante; bueno o malo, legal o ilegal.


El poco trabajado discurso del Ministro de Sanidad se había hecho hueco en todas y cada una de las televisiones de la ciudad, y probablemente del país. No obstante, y a pesar de lo terribles de sus palabras, cada vez eran más los que se abanderaban con la insigne oración.


El puente de Triana... De todos los lugares de Sevilla en los que su abuelo se le había aparecido aquel día, el puente de Triana era el que más temía rememorar de todos... Sobre aquellas baldosas, Jonathan y su abuelo estrecharon los primeros lazos de una relación que marcaría de por vida el destino del chico. Pero ahora estaba solo, completamente solo.
Avanzó con paso lento por encima del puente y, a pesar de no quererlo, miró de refilón hacia el lugar donde su abuelo y él solían observar el horizonte.


La imagen de la chica hizo que, instintivamente, Jonathan se parara. Ella, que normalmente parecía tan distante, le sonrió esta vez y cruzó hacia el otro lado del puente con una tímida sonrisa. Llevaba su cuaderno de dibujo bajo el brazo y, cuando estuvo cerca de él, alzó la mirada y se apartó el pelo de la cara.

Hace una noche preciosa... ¿verdad?

<<  Menuda mierda de día >>

Allí estaba Jonathan pensando mientras avanzaba por las calles del barrio de Triana, en Sevilla. Su paso era lento y se podría decir que hasta desganado, en su rostro se podía expresar un sentimiento de incerteza, rabia hasta culpabilidad.

<< Despedido, nada de información de la epidemia, energúmenos con cerebro de mosquito manifestándose sin tener ni puta idea de qué coño se manifiestan mientras siguen las palabras de un ministro de sanidad más gilipollas aún, persona que estará bien lejos de la epidemia si puede... menudo hijo de puta en una zona de cuarentena lo metía y no saliera de allí >>

Ese nerviosismo que sentía el muchacho también estaba presente en sus rasgos, apretaba los puños y aún podía visualizar esas pancartas, escuchar esos gritos de la gente mientras se manifiesta.

<< Realmente… si tuviera la oportunidad de partirle la cara al ministro me sentiría mucho mejor, es más, no me cansaría. En vez de poner soluciones, fomenta el odio y nosotros como ciudadanos caemos en la trampa teniendo una constitución vieja, jodidamente vieja y que no se paran a actualizar >>

Decidió dejar la mente en blanco y allí estaba su paso por el puente de Triana, era de noche y las estrellas se alzaban en ese firmamento, estrellas que no resplandecían por las farolas y fuentes lumínicas que alumbraban el puente. Los recuerdos de su abuelo volvieron a su cabeza y esa mirada se transformó en una nostálgica y melancólica conmemorando esos días con su familiar en dicho lugar.

Su visión captó la imagen de una mujer acercándose a él, tardó un poco en reaccionar y reconocerla como la muchacha que se encontraba cada mañana en ese puente cuando iba a trabajar, allí con ese cuaderno de dibujo se encaminaba hacia él. Todos esos pensamientos que bombeaban la mente de Jonathan desaparecieron prestando atención al rostro de la muchacha.

- Sí, realmente sí – respondió el joven observando unos instantes ese oscuro cielo – Preciosa y tranquila ahora mismo– llevaba la mochila colgada del hombro – Mi nombre es Jonathan, creo que ya era momento de presentarme después de coincidir cada mañana – dijo con una sincera sonrisa y allí se acercó para darle dos besos en la mejilla de forma cordial - ¿Cómo te llamas? – Allí que miró ese cuaderno de dibujo con gesto curioso, alzó esa mirada para observarle los ojos esperando esa respuesta – Por lo que he podido deducir ¿Te gusta dibujar, no? –

<< ¿Habrá estado todo el día? >>