Álzate y anda (3 de Mayo)

Cuando sus ojos se abrieron, la criatura no podía comprender dónde se encontraba. Sus ropas eran livianas y vaporosas, del color más blanco que un tejido podía poseer, y su piel refulgía con los ominosos rayos del astro rey. Los cabellos reposaban sobre su calmado pecho y su corazón palpitaba ante la hermosa y desconcertante imagen. Fue entonces cuando escuchó el repicar de una campana... Parecía proceder de las lejanas montañas del horizonte. Entonces otra, un poco más cerca... y otra a su vez. Así fueron sucediéndose hasta repicar Siete veces.

Su espíritu se sentía agitado ante el tañir de aquellas campanas y, a pesar de su hermosura, la criatura sintió temor. Fue entonces cuando, súbitamente, las nubes se apartaron y pudo observar el campo de batalla. Un yermo campo de dura roca escarpada. Sobre él sólo una figura. Una figura que alzó su mirada hacia el cielo y sonrió.


Los rayos de sol se filtraban a través del cristal. La habitación Luxury Queen no parecía tan luminosa cuando la ocupó por primera vez, pero lo cierto es que ahora era incluso demasiado. Los ojos de Amanda tardaron en acostumbrarse al cambio pero, poco a poco, pudo observar bien su alrededor.
Se encontraba en la cama de su habitación del hotel. No podía recordar cómo había llegado allí, o qué le había pasado, pero allí estaba al fin y al cabo. Un fuerte dolor de cabeza espesaba sus pensamientos y hacía que su percepción se viera trastocada. Tanto fue así que tardo varios minutos en percatarse de la presencia de su cliente en una butaca junto a la ventana.

Ueda la observaba con una pierna cruzada sobre la otra y con la cabeza reposando sobre la palma de su mano, pensativo. Su aspecto era diferente. Parecía no haber dormido en absoluto y había decidido afeitarse. Varios cortes sin importancia destacaban bajo su mentón, a pesar de que Ueda solía demostrar minuciosidad en cuanto a su higiene se trataba. El psiquiatra parecía estar observándola mientras dormía pero, por la razón que fuese, tampoco dijo nada al verla despertar. Amanda casi lo agradeció...

-Menos mal que se ha despertado. Ya creía que me iba a tener que buscar otra intérprete.- demasiado bello para ser verdad...

Le costó reconocer dónde se encontraba, la intensidad de la luz que entraba por las ventanas la cegaban y se sentía aturdida.
El fuerte dolor de cabeza que acompañaba a Amanda no la ayudaba a sentirse mejor y, hasta que se percató de la presencia de Ueda, intentó hacer memoria en recordar qué le había pasado, pero fue imposible rememorar algún recuerdo de lo sucedido.
Al principio le costó apreciar al psiquiatra, parecía distinto, principalmente por su afeitado. En cuanto reconoció a su cliente una sensación de pánico se apoderó de Amanda y, nuevamente, un sudor frío le recorrió la espalda.

—¿Q-qué…? —el miedo paralizó su habla. La incoherencia en sus recuerdos y la continua sensación de espanto ante algo que no comprendía la atemorizaba. Amanda, aún entumecida, intentó moverse en la cama y alejarse todo lo posible de Ueda, pero aún se sentía bastante débil— ¿Qué ha pasado? —dijo finalmente tras varios segundos en silencio.

-Así que... ¿no recuerda nada?- la mirada del psiquiatra se dirigió hacia los ojos de Amanda tratando de escudriñar en ella algo que, por el momento, se le escapaba. Ueda mantuvo aquel gesto durante unos instantes que a Amanda le parecieron incómodos y largos y, finalmente, frunció el ceño. - Al parecer tuvo un desvanecimiento en las escaleras de emergencia de la fachada. Cayó al vacío.- el hombre lanzó la bomba sin ningún tipo de precaución.

Un sudor frío recorría la espalda de Amanda mientras Ueda continuaba su particular relato.

-Por suerte para usted, había un hombre que no podía conciliar el sueño justo en el piso de abajo; al parecer se encontraba también asomado en la habitación 34 y, repentinamente, cayó usted como del cielo.- Ueda mostraba un gran excepticismo. -Sinceramente no sé qué hacía usted en las escaleras de emergencia, ni tampoco me importa, así que no se moleste ahora en explicármelo. Lo que sí sé es que se golpeó fuertemente la cabeza. Al parecer el rural hombre que la rescató no pudo evitar que chocara contra la fachada... Fuerza sí debe de tener, para levantarla a usted justo después de cenar...

Ueda lanzó una última mirada hacia Amanda y, en ese instante, cogió su móvil y pareció seleccionar un contacto. Se llevó el teléfono al oído y, tras escuchar un tono, colgó.

-Mason es un pesado. Ha insistido en que le avise cuando usted despertara...- dijo el hombre mientras se levantaba del asiento. Se permitió el lujo de soltar un quejido lastimero mientras estiraba los músculos y, acto seguido, repasó visualmente varias hojas que se encontraban sobre la mesa del café.

-Espero que se recupere pronto...- dijo finalmente, mientras recogía todos los papeles. -Ya me tocó ayer acudir solo a la cumbre médica y entendí mucho menos de lo recomendable...

La revelación de Ueda hizo que Amanda se sintiera mucho más incómoda y que la continua sensación de temor creciese. No recordaba haber caído por las escaleras y mucho menos ser rescatada por un cliente del piso inferior. Mientras hablaba el psiquiatra, la mujer intentaba dar sentido a aquel rompecabezas, pero a causa del golpe que había recibido en la cabeza, no quedaba más que una extraña evocación de un miedo horrible.
El último comentario del relato del psiquiatra sacó a Amanda de su ensimismamiento.

«Ni con algo tan delicado deja de ser impertinente»

Amanda se alegró de escuchar que Mason estaba preocupado por ella y que pronto le volvería a ver. Antes de que Amanda pudiera preguntar cómo se encontraba Mason, Ueda continuó hablando, nuevamente, con otra impertinencia.

—Intentaré reponerme lo antes posible, Dr. Ueda —dijo sin mostrar su descontento a los comentarios del psiquiatra—. Si me facilita los documentos, me pondré al día con lo que a contenció ayer en la cumbre y luego se lo haré saber, aunque me gustaría poder descansar un poco más, todavía me duele la cabeza.

Ueda se quedó observando a Amanda mientras ésta trataba de recomponerse. Soltó un bufido de exasperación y se sentó junto a ella en la cama. Volvió a mirarla, como si quisiera escudriñar algo en su mirada, y colocó una mano sobre su cabeza.

-Ea, ea... Ea, ea...- su voz sonaba casi mecánica. Estaba claro que el hombre no estaba acostumbrado a dar ánimos a nadie. -Olvide por el momento el trabajo; supongo que algo así no es recriminable ni para usted ni para su empresa.- sonrió como si aquello fuera el mayor de los cumplidos. Acto seguido se incorporó y miró a su alrededor. Mientras realizaba aquel escaneo, continuó hablando sin mirar a Amanda.

-Además, es mejor que se mantenga alejada de informes médicos... al menos hasta que no descartemos lesiones cerebrales.- la miró entonces y sonrió. Alguien llamó a la puerta. - No queremos que traduzca "venérea" por "amigable", ¿verdad que no?- volvió a sonreír mientras voceaba un "adelante" hacia la puerta.

Un empleado del hotel apareció entonces con una mesa de ruedas y un suculento desayuno. El muchacho tenía un prominente grano entre los dos ojos; rojizo en el nacimiento y completamente blanco en la cúspide. Aparentemente parecía que le picaba y estaba a punto de estallar.


Ueda, desde el momento en el que vio al muchacho, esbozó el gesto de mayor repugnancia que Amanda había contemplado en un ser humano.

-¿Lo dejo por aquí?

El chico pareció hablar al aire. El rostro de Ueda continuaba contraído en aquella mueca de repulsión hasta que un nuevo "toc toc" trajo el particular aroma de Daniel.

- ¡Buenos días!

La amable reacción de Ueda desconcertó a Amanda, pues le resultaba más una formalidad que el hecho de que el psiquiatra estuviera realmente preocupado por ella, aunque agradeció el gesto, resultó tranquilizador después de todo. Para Amanda, Ueda era todo un enigma del que no estaba segura si quería llegar a comprender.

—Se lo agradezco —dijo a Ueda—, pero en cuanto me recupere trabajaré en los informes de la cumbre médica— Amanda sonrió con la inocente broma de su cliente, aunque esperaba que no hubiera lesiones cerebrales.

Cuando el empleado del hotel entró en la habitación, Amanda se fijó en el rico desayuno que traía consigo. La mujer se volvió hacia el nipón con la intención de decirle que escogiera lo que quisiera del desayuno, pues ella aún no tenía apetito, pero se encontró con que el psiquiatra  tenía dibujada una enorme mueca de repugnancia mientras miraba al joven. Amanda se fijó en el empleado y se percató rápidamente de qué era lo que provocaba que Ueda tuviera aquel gesto de asco: un enorme y asqueroso grano en el entrecejo del empleado. Amanda bajó la mirada y centró su vista de nuevo en el desayuno.

—Sí, sí. Déjelo ahí mismo —dijo, respondiendo al chico—, muchas gracias.

Justo en ese momento entró por la puerta la única alegría que tendría la intérprete en todo el día: Daniel.

—Hola, Daniel… —saludó Amanda dedicándole una sonrisa— Siento mucho si te he preocupado… ¿Cómo estás?