[Amon Sûl] El portador de noticias (2 octubre)

El paso rápido de tu veintena de Uruk-Hais resonaban tras de ti a lo lejos en las montañas. El camino desde Isengard duró días y más días. No había cansancio, no había sed, tus piernas ágiles golpeaban con fuerza el suelo, levantando el polvo en el que toda la sucia Tierra Media se había convertido. Sangre seca pintaban vuestras armaduras, cascos pesados y armas de gran tamaño cubrían los cuerpos curtidos en la batalla.

El tintineo de las armas al trotar se detuvo de pronto en el momento en que alzaste tu puño al cielo. A tu espalda oiste gruñir a tu ejército hasta un absoluto silencio, al frente tu vista alcanzaba a ver por fin Amon Sûl. Abriste tus brazos en alto y desgarraste un profundo gruñido que tus muchachos no tardaron en corresponder de igual forma.

Giraste la vista sobre tu hombro, entre los afilados picos de tu escudo pendiente de tu espalda, observaste la bravura y la fuerza que solo los Uruk-Hai portais.

~ ¡Moradan nos espera! ~ Miraste de nuevo al frente antes de iniciar tu marcha. ~ Cualquier gusano que os encontreis en las cercanías, ¡Será vuestro!. ~ Tus palabras difícilmente se entendian entre gruñidos, pero tus Uruk-Hais respondieron efusivos

Iniciaste la marcha más veloz aún, las noticias urgían. No había tiempo que perder ante una orden del Señor Oscuro. La tarde caía y el cielo se tornó rojizo augurando con suerte sangre en vuestras armas.

El inmundo olor a humano llegó a tí y no tardó mucho más en llegar al resto. La marcha se detuvo sin previa orden. Aspiraste aire hasta llenar tus pulmones y abriste tu boca esbozando una sonrisa de satisfacción. Señalaste con tu mano derecha a dos de los Uruk-Hai que encabezaban la marcha a tu espalda, señalando después unos arbustos no muy lejanos.

Humanos se escondían allí posiblemente avisados por el propio temblor de la tierra a vuestro previo paso. Gritos de miedo y dolor se escucharon, y después, silencio. El olor a sangre fresca comenzó a inundar el camino. Reiste a carcajadas disfrutando del aroma que la muerte deja a su paso. Los Uruk-Hai volvieron con sus armas ensangrentadas y sus bocas aún con vísceras en sus dientes. Qué más da quienes fueran ni cuantos, no teníais tiempo que perder.

Llegasteis a la cima antes de lo previsto. Los Uruk-Hai rompieron filas explorando los alrededores del poblado, en busca de alimañas que llevarse a la boca. Descolgaste tu espada y la hincaste con fuerza en el suelo hundiendo la hoja en la tierra frente a la puerta del asentamiento de los seguidores del Nazgûl.

~ ¡Abrid! ¡Sal de donde estés! Turúk trae noticias para ti. ~ Inclinaste tu cuello de un lado a otro, haciendo crujir tus huesos, el Nazgul, no andaba lejos.

— Gusanos del Mago Multicolor, mi señor — susurró el encorvado orco, encogiéndose aun más de lo habitual ante el Nazgûl — Dicen traer noticias.

Sobre un trono de piedra en el centro de la habitación circular reposaba una oscura figura, cubierta por un pesado manto negro y coronada por una especie de yelmo de acero oscuro. La oscuridad del interior del yelmo miró al orco y emitió un leve siseo.

— Trae a su caudillo ante mi — dijo con susurro grave que inundó la estancia.

El orco asintió varias veces, retrocediendo hacia la escalera y comenzó a bajar por la reconstruida torre en dirección a las murallas. En ellas muchos eran los hombres que permanecían con los arcos y lanzas prestos, poca era la confianza que los humanos que seguían a Moradan tenían por los orcos de Amon Sûl, menos todavía por los Uruk Hai de Isengard. Ante la orden del orco, las puertas comenzaron a abrirse dejando paso a Turuk.

— Mi señor te recibirá — dijo el orco encorvado acercándose a las puertas, pero manteniendo una distancia prudencial con el enorme Uruk Hai.