(Hobbiton) Amelia, la hobbit. [2 octubre] (Amy)

Si había en Hobbiton un ser diligente y capaz, incansable y austero, era Amelia Bolger. La misma Amelia que se levantaba al alba y se acostaba pasada la medianoche y no dejaba de trabajar ni de hacer que los demás trabajaran. Las otras chicas de su edad sacudían la cabeza. Esa hobbit se esforzaba demasiado. Pero a Amelia no le importaba. Tenía muy claro qué debía a hacer y nada ni nadie le impediría cumplir con la cuota.

Caminaba hoy de vuelta hacia casa, pues inexplicablemente se había dejado la lista con sus anotaciones sobre la producción de hierba.

-Buenos días, Señorita Amelia.- saludó el cartero, un Ganapié, aunque todos lo llamaban eso, "el cartero". Se paró junto a su carretilla en la cerca del camino y se quitó la gorra para secarse el sudor de la frente. - Menudo calor hace hoy, ¿eh? Llevo todo el día de un lado a otro repartiendo cartas. ¡Y no cartas cualquiera! Éstas vienen con el sello del señor Zarquino. Y es nuevo, mira mira.

El cartero era conocido por su locuacidad y la pobre Amelia no tuvo más remedio que mirar cuando le plantó delante de las narices un pergamino sellado con la mano blanca en lacre blanco irisado, que al sol parecía de todos los colores del arcoiris.

Amy tuvo que echarse para atrás para que el cartero no le estampara el sello del señor Zarquino en la cara. No acababa de creerse lo que decía, así que mientras esquivaba la carta se esforzó en enfocar los ojos para leer lo que ponía.

Y sí, sin lugar a dudas era el lacre blanco irisado del señor Zarquino. Aquéllo emocionó a la joven hobbit. ¿Sería una carta para ella? Sintió la tentación de quitársela de las manos al cartero. Pero, por supuesto, aquella no era la manera correcta de proceder. Controlando el tono tanto como pudo para ser educada, Amelia se dirigió al Ganapié.

- Ya lo veo. ¡Es todo un honor! Y más honor debe haber sido traer todas esas cartas con la responsabilidad que comporta... Y, dígame, ¿hay alguna para mí?

El cartero, al verse alabado en la gran responsabilidad que conllevaba la entrega del correo hinchó el pecho orgulloso y sonriente.

- ¡Es muy cierto! El Señor Zarquino demuestra una gran confianza en mi persona. Déjeme comprobarlo, Señorita Amelia. - dijo devolviendo la carta a la saca que cargaba la carretilla y rebuscando entre las demás. Había varias con el mismo sello irisado y el funcionario las revisó una a una. Después sacudió la cabeza con pesar. - Lo siento mucho, no hay nada para usted. Pero sí una carta para su madre. - dijo apartando del montón un sobre pequeño en color lavanda. -Es de... veamos... aquí lo pone, de su prima. Se una buena chica y entrégasela por mi, ¿quieres?

El cartero le dio el sobre y se puso de nuevo la gorra. Cogiendo la carretilla, se despidió con un gesto de la cabeza.

- Buenos días, Señorita Amelia.

Y se fue.

Menuda decepción. Amy miró la carta para su madre casi con asco. ¿Por qué les escribía su prima y no el Señor Zarquino, que había escrito a tanta gente en Hobbiton?

La hobbit siguió andando hacia su casa y dejó la carta en el buzón. Evidentemente, tenía demasiado trabajo para entretenerse en darle la carta a su madre que, seguro, se empeñaría en leerla delante de ella para que supiera de primera mano las buenas noticias que traía. Aunque Amelia no estaba segura de que fueran tan buenas. Seguro que daban una excusa a su madre para retrasar la producción. ¡Y ya iban muy retrasados!

Amy se las arregló para hacerse con los papeles que le faltaban y salió de la casa sin hacer ruido. Con un poco de suerte, no se habría enterado nadie y no haría falta descubrir la ineptitud que había cometido ese día...

- ¡Hola Amy! ¿Todavía por aquí?

Las palabras habrían sido para Amelia Bolger como una sentencia de muerte si no hubiera reconocido la voz que las pronunciaba.

- ¡ Perla! -dijo sonriente. Se preguntó valía la pena esconder los papeles, pero era tarde para ello.- Me había dejado esto en casa... ¡No se lo digas a nadie, por favor!

- ¡No seas tonta Amy! No voy a chivarme porque te hayas dejado unos papeles en casa. Qué exagerada eres. - rió la joven.

Perla Manoverde vivía en el agujero de al lado con sus abuelos. Tenía tirabuzones color miel y una sonrisa perpetua en el rostro de chispeantes ojos verdes. Le gustaba bordar y se sentía especialmente orgullosa de las sábanas nupciales que estaba a punto de terminar. El diseño era de pequeñas manzanas verdes y rojas, su preferidas. Se moría de ganas de enseñárselas a su prometido, aunque no sería muy propio hacerlo antes de estar casados, claro. Habían fijado la fecha del enlace la siguiente primavera.

- Voy a llevar el segundo desayuno a mis abuelos. Te acompaño de vuelta.- dijo señalando la cesta que tenía colgada al brazo. El cesto de mimbre estaba cubierto con un paño floreado.

Tomó a Amy del brazo y avanzaron juntas. Perla se aseguró de llevar un paso lento, porque conocía bien a su amiga y sabía que si la dejaba llevar el ritmo se acelerarían hasta llegar trotando a los campos.

- ¿Y qué? ¿Ha pasado algo interesante hoy? - preguntó

- No... no ha... -dijo Amy por inercia, pero luego recordó que sí le había pasado algo interesante.- ¡Sí! -saltó de golpe.- Me he encontrado con el cartero cuando volvía a casa. ¡Está repartiendo cartas del señor Zarquino! -dijo emocionada.- Pero no tenía ninguna para mí...

Al decir lo último, quedó un poco desanimada. Al oír que llevaba toda la mañana repartiendo cartas, Amy había tenido la esperanza de que alguna fuera para su casa. Llevaba tiempo esforzándose porque su plantación fuera la más productiva de Hobbiton, aunque por alguna extraña razón nunca acababa de conseguirlo... Seguro que el señor Zarquino nunca se fijaría en ellos.

- ¿Una carta, dices? -preguntó Perla y su rostro se ensombreció. Recibir correspondencia de Zarquino no le parecía en absoluto emocionante. Al contrario, no era buena señal. A veces no entendía qué ilusión tenía su amiga en la cabeza, pero era una hobbit bien educada y además quería a Amy. - No se, no serían tantas. Al fin y al cabo el Señor Zarquino nunca ha enviado cartas a ningún hobbit. Ah, ¿sabes? Han encontrado el pañuelo de Poppy junto al estanque detrás de ese muro donde crecen las matas de frambuesas ¿sabes dónde te digo?, pero ni rastro de ella todavía. Su madre sigue buscando, pobre Señora Malva. Le llevaré un pastel de calabaza, no creo que tenga ánimo de cocinar mucho...

Tomaron entonces el camino que las llevaría al Campo de la fiesta. Justo al otro lado comenzaban las plantaciones.

Amelia seguía pensando que las cartas del señor Zarquino eran un asunto importante, pero no insistió. El tema de Poppy tampoco era nada del otro mundo, Amy seguía convencida de que la pequeña hobbit había desaparecido por voluntad propia.

- Esa hobbit... ¡no sé en qué estaría pensando cuando se fue! Con las horas que pasamos buscándola perdimos un montón de tiempo. Y te digo una cosa, si al final resulta que la han raptado... ¡seguro que ha sido porque no estaba haciendo lo que debía!

Perla dudaba mucho que cualquier hobbit se fuera por ahí durante semanas sin llevarse ni un simple pañuelo, mucho menos provisiones o ropa de abrigo. Pero dio a Amy por imposible. Cuando se ponía en plan "doña trabajadora" era un poquito insoportable. Eso dejando de lado la barbaridad sobre que alguien merecía ser raptado. Cuando tratabas con Amelia Bolger había muchas cosas que era mejor dejar estar.

- Bueno, mejor me voy a llevar esto a mis abuelos. - dijo, incómoda. - Nos vemos después, Amy.

Se despidió con un gesto de la mano y sus tirabuzones se alejaron por el camino que llevaba a la parcela de su familia.

- ¡Hasta luego!-dijo Amy despidiéndose con la cabeza, para no soltar los papeles que llevaba en las manos. Y después fue en dirección su parcela.

Allí, un grupo de hobbits traían hojas del secadero para clasificarlas en pequeños pilones. Un par de hobbits más se encargaban de ir separando los pilones en paquetes para trasladarlos al almacén. Era trabajo en cadena, y a Amy le gustaba porque se había encargado de perfeccionar la cadena para que fuera lo más productiva posible.

- ¡Hola chicos! ¿cómo va todo por aquí? -preguntó animada. Se animaba cuando las cosas iban bien y, desde luego, solo hacía falta mirar alrededor para ver los grupos desorganizados de otras parcelas para saber que iban bien.

La charla de la que disfrutaban los hobbits, tan animada hasta entonces, murió en el acto. Cada uno miró sus manos y lo que estaba haciendo en un incómodo silencio y solo se oyeron murmullos de "Suenos días" o "Buenos días señorita". La cuadrilla que trabajaba bajo las órdenes de la joven Bolger continuó la tarea en silencio, manteniendo el ritmo prescrito. El ambiente había pasado de ser jovial a ser tenso y amargo. Pasados unos minutos, el líder de la cuadrilla se acercó a paso lento, pues era de los que había estado yendo y viniendo del almacén. Había oído la pregunta y se tomó su tiempo en responderla.

- Aquí todo muy bien, pero la hemos echado de menos a usted, con lo del olvido y todo eso. - dijo inexpresivamente. Pero era solo en apariencia. Por dentro, tanto él como los demás se deleitaron con la ocasión de haber pillado a su capataz en un desliz.

- Sí, ha sido una estupidez por mi parte haber perdido el tiempo de esta manera. Os aseguro que no volverá a ocurrir -contestó Amelia. Sonaba sinceramente preocupada por su despiste.- Veo que el ritmo de trabajo es bueno por aquí -dijo satisfecha.

Amy se tomó unos minutos para visitar el almacén y el secadero.

- ¡Muy bien! -dijo entusiasmada al volver.- Si seguimos a este ritmo para la semana que viene habremos acabado. Y aún nos sobrarán un par de semanas para la fecha límite... He estado pensando en que si el resultado es ese, para el año que viene podríamos ampliar la producción. ¡Está claro que nos da tiempo!

El desaliento corrió como el fuego entre los hobbits. ¿Más trabajo como recompensa a un buen trabajo? Esa Bolger estaba loca, como una cabra, demente. Se miraron unos a otros. Lo tenían claro. La producción se retrasaría, aunque tuvieran que boicotearla. Era suficiente vivir oprimidos bajo Zarquino como para encima estar azuzados y presionados por una muchacha obsesionada con el trabajo. ¡Ni hablar!

El líder de la cuadrilla lanzó a todos una mirada de advertencia. "Mantened la boca cerrada" quería decir. Y eso hicieron. De momento.