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Fogones y deslenguados [Palacio Ducal - 1 de Febrero]

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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Jue Jun 13, 2013 4:01 am

Gianlucca atravesó caminando la plaza de San Marcos, encarando ya la llamativa fachada del Palacio Ducal. Atrás quedaban los primeros escalones de la basílica que daba nombre a la plaza, así como la barca con la que habían atravesado los canales hasta el lugar.

El resto de su familia había partido hacia Ca Dario, pero no Gianlucca. Él tenía que dar aún con Lucio y con el resto de encargados, y ver qué podía hacer. En realidad solo bastaba con eso, sopesar las probabilidades, ganarse algún que otro amigo o, simplemente, descubrir hasta qué punto eran enemigos. Vestía con un traje verde oscuro, de rebordes de color bronce, y un gorro del mismo color aunque de una tonalidad un tanto más oscura. Iba acompañado de varios hombres del palazzo, no soldados, tan solo "seguidores". No eran pocos los nobles menores o muchachos de poca alcurnia que se ganaban la amistad de hijos nobles y los seguían, trabajaban e incluso peleaban por defender su honor. Y si algo hacían bien los Barbarigo con sus fiestas y su "generosidad" era hacer amigos. Por supuesto ellos quedarían al margen, siquiera entraría en el palacio, pero no estaba de más tenerlos cerca. Rara vez alguno salía completamente solo de San Polo.

Su capa verde claro hondeó con el viento mientras se internaba en la galería de arcos de la fachada, con la cabeza bien alta y caminando de forma altanera y casi despreocupada. Lucía una sonrisa de suficiencia, la que solía alumbrar su rostro la mayor parte del tiempo.
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Mensaje por Censura Vie Jun 14, 2013 4:57 am

El palacio ducal poseía cuatro zonas principales: el área administrativa donde los miembros del consejo y los magistrados se codeaban con los burócratas que se encargaban de mantener a flote la República; el área de servicio donde habitaban y trabajan los criados que se encargaban de cuidar el palacio y al Dogo; el cuartel de la Guardia Ducal; y finalmente el área de residencia del gobernante y su familia. Las dos primera áreas eran de acceso libre para todo aquel que tuviera a su disposición un pase ducal o del consejo, en cambio, la tercera estaba reservada para únicamente para la guardia y aquellos con pase ducal y la última únicamente para aquellos que recibían un permiso especial. Por esa razón para Astore Roncero, magistrado negro de la Serenissima República de Venecia, no tenía ningún problema en que Gianlucca Barbarigo caminara libremente por el patio, por esa razón cuando uno de sus informadores le avisó, le hizo un gesto para que se marchara y se incorporó dirigiéndose a las plantas inferiores. No tenía intención de cortarle el paso, pero estaba seguro que el hombre que le pagaba estaba agradecido por la información que pudiera obtener.
 
Mientras bajaba las escaleras pensaba en ello; muchos se avergonzaría, dada su posición, de representar solo los intereses de un hombre y no los de toda Venecia, pero desde pequeño su padre, que era maestro constructor,  le había dicho que si Venecia se mantenía en pie no era por la calidad de sus profundos pilares anclados en el fango, sino por el oro que se aseguraban de ir reparando esos cimientos año a año. La vida de un veneciano era igual, quien tenía oro, era alguien, quien no, podría hundirse en el pantano sin que nadie le echara de menos y su mecenas le había asegurado que superaría cualquier precio que cualquier otro hombre le pudiera ofrece. Esto le había permitido a Roncero subir año a año sus beneficios e incluso crear nuevos negocios. Po suerte para él, su señor no estaba muy interesado en el juego político, a pesar de haberle metido en situaciones comprometidas, le había permitido negociar con otros señores de la ciudad. Todo era cuestión de ser flexible e inteligente, jugando bien sus cartas el magistrado se había convertido un hombre al que comprar en Venecia e imprescindible para todos.
 
Al llegar a la planta inferior vio como el Barbarigo se adentraba en las cocinas y con bastante discreción esperó tras la esquina, desde allí veía la docena de fogones que tenían encendidos. En aquellas cocinas podían existir casi treinta fuegos a la vez y casi un centenar de criados trabajando. Hoy el ambiente estaba más calmado. Lucio se encontraba sentado dando órdenes con bastante más tranquilidad de lo habitual, en un momento normal, posiblemente se encontrara moviéndose de fogón en fogón y gritando a todos los cocineros, hoy casi ni se le escuchaba. El magistrado esperó observando al Barbarigo ¿qué se disponía a hacer? Agarró a uno de los criados que entraba en la cocina y le agarró por el brazo:
 
- Dos ducados si me cuentas algo interesante sobre lo que se diga ahí dentro.
 
Dicho esto se alejo de la puerta en dirección al patio.
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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Vie Jun 14, 2013 6:19 pm

Carlo, uno de los muchachos que lo habían acompañado hasta casi la entrada, le hizo un gesto con el brazo. Levantando una ceja, sin bajar ni un palmo la cabeza, le dirigió una mirada inquisitiva y al momento la despejó. La mujer había llegado. Se encontraba esperando cerca de la hilera de arcos, a la sombra. Y vestía como tenía debía de vestir una dama de compañía de poca alcurnia. Su vestido mostraba mucho más allá de sus clavículas, acercándose peligrosamente a los rosados botones que toda mujer posee en sus pechos, los cuáles no eran precisamente poco voluminosos. Por suerte, la esbelta figura de la muchacha y su rizado y pelirrojo cabello resultaban casi tan llamativos como su escote, y restaba bajeza a la representación en sí de la mujer. Recibió a Gianlucca con una sonrisa, y se acercó hasta él con paso “majestuoso”, si así se le podía llamar.

- Os he estado esperando durante bastante tiempo, mi señor… - Dijo la mujer, haciendo un ligero puchero pero sin dejar de sonreír. Tan pronto como llegó hasta él, el Barbarigo alzó el brazo para que se agarrase, a lo que ella respondió sujetándose como una lapa. Se miró a sí misma. - ¿Es de vuestro agrado?


- Estáis perfecta, vuestra sonrisa es tan solo un anticipo de todas las maravillosas cualidades y virtudes que solo una dama como vos puede poseer, Vanessa.

- Regina.

- …Regina. – Corrigió rápidamente el joven, sin dejar de sonreír. – Vanessa, Regina. Que Dios me castigue si no son nombres similares. Ahora tan solo sonreíd, y mostrad interés en todo lo que os comente, por nimio o poco interesante que sea. Hoy sois Vanessa Castelo, de Sicilia, mi prima segunda por parte de madre.


- ¿De verdad tengo aspecto de ser una repelente e isleña siciliana?

No, tenéis aspecto de ser una cualquiera veneciana con un vestido que tardaríais dos vidas en pagar.

-No, tenéis el aspecto de una distinguida señorita que se muere por ver las más distinguidas obras de Venecia, y la cuál me ha insistido enormemente para visitar el Palacio Ducal. – Ninguno de los dos dejaba de sonreír, cuando  ya se acercaban a la entrada. – Ya hemos hablado de esto.


- Asentir y sonreír. Es más sencillo de lo que normalmente se me pide. – Gianlucca sabía perfectamente que todo el mundo se daría cuenta de que era una dama de compañía, pero, ¿y qué? A él le resultaba divertido, sobre todo el hecho de que captaran el mensaje. Nada iba a avergonzar al joven Barbarigo, sobre todo cuando él hacía semejante provocación y podía salir perfectamente impune. No hacía nada malo.

Se internó en el palacio como quién entra en su alcoba, desvistiéndose del gorro y sujetándolo en su regazo, con su nueva prima Vanessa. Sus risas resonaron en la entrada principal, mientras el joven iba explicándole a la joven todo lo que se encontraban a su paso, aunque la arquitectura no era precisamente su fuerte, lo que quedaba demostrado con los nombres de capiteles inventados y el año en que se había finalizado. O los años, ya que en hasta tres ocasiones dijo un número distinto. Sus pasos les llevaron hasta las cocinas, que desde el principio había sido el objetivo principal del Barbarigo. Una vez allí tenía carta blanca, aunque el “objetivo a batir” era el jefe de cocinas, Lucio. Un perro de los Barbaro, según todo parecía indicar.
 
- Las cocinas. Vaya, con tanto fogón pareceremos un par de cochinillos al horno cuando salgamos. – Le hizo una señal a un criado para que bajara la intensidad de las llamaradas, aún a sabiendas de que con toda seguridad ignorarían su petición. Ignoró a Lucio, que se encontraba sentado en mitad de ellas, y liberó a la dama de su brazo, mientras se acercaba a uno de los cocineros, concentrado en la preparación de algo que no alcanzaba a identificar. - ¿Por qué no probáis tan solo una cucharada de lo que tan deliciosamente bien huele aquí, querida prima? – Le dijo, al tiempo que ponía su mano en su espalda. Se dirigió esta vez al cocinero, sin dejar de sonreír. – La pobre viene desde Sicilia, estoy segura de que jamás su paladar se ha deleitado con tan ricas especias.
 
Con Regina ensimismada en lo que le contaba el cocinero, y girándose para encarar de nuevo al resto de la cocina, les susurró algo a un par de criadas que portaban platos y cubiertos limpios en sus brazos, haciendo que se ruborizaran y aligerasen el paso, soltando una de ellas una ligera risita.
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Mensaje por Censura Vie Jun 14, 2013 7:30 pm

Fogones y deslenguados [Palacio Ducal - 1 de Febrero] Chicote
 
Pocos hombres se atrevían a entrar en los dominios de Lucio Ciccoriti, o al menos lo que he consideraba sus dominios. Hacía tres Dogos que la cocina del palacio ducal eran suyas, Loredan, Fortuna y Dario se habían alimentado con las delicias que el maestro de cocinas aprendía día a día de todas partes del mundo. Lucio se consideraba a si mismo el mejor cocinero de Venecia y no iba a farol, cada año viajaba a otras tierras para aprender de su gastronomía y de su cultura, además de visitar un par de veces a la semanas los fóndacos de extranjeros con el mismo objetivo. Obviamente no copiaba recetas, sino que las adaptaba para los finos paladares de los venecianos. Por si fuera poco era el único hombre en Venecia, aparte de ese bastardo de Mangoni que trabajaba para las cocinas de los Barbarigo, que era capaz de manejar con total precisión una cocina tan grande como la suya. Para ello usaba una mezcla mano dura y comprensión, él era el general que dirigía a las hordas del sirvientes en la dura batalla de satisfacer todos los gustos culinarios de los residentes, invitados y trabajadores de aquel palacio. Quizás por eso se sintió invadido cuando vio a Gianlucca Barbarigo entrar por la puerta.
 
Su odio a los Barbarigo venía desde se niñez, cuando Sabino Barbarigo se encargó de sacar a rastras a su padre desnudo de su fonda y pegarle una paliza que le impidió volver a caminar. Por esa razón, siendo un crio, había ido a buscar protección bajo las faldas de los Barbaro, sobre todo bajo la de Eloisa Gardini. Solía contar entre sus amigos como su uso de los afrodisiacos había provocado que le señora la aceptase entre sus sabanas, pero eso no había sido verdad, la única realidad es que ellos le defendieron a cambio de sus servicios y que gracias a ellos había empezado a trabajar para el Dogo. Él no era un hombre de los Barbaro por dinero, sino por fidelidad.
 
Se incorporó con cara de mal humor mientras veía como el joven cocinero encandilado por el escote de la prima de los Barbarigo le dejaba probar las salchichas a la sidra que estaba preparando para el embajador inglés que se encontraba alojado en el palacio. Ciccoriti carraspeó.
 

- ¡Vamos, Leptio, céntrate en tu trabajo! ¡No podemos permitirnos más retraso! Recuerda, pim, pam, si pierdes el ritmo luego no lo recupera. No puedes detenerte ante  cualquier distracción. Recuerda, estomago lleno, embajador contento. – el maestro de cocinas miró entonces a los dos intrusos, especialmente a la mujer y su escote.– ¿Está delicioso, verdad? – sonrió forzadamente a ambos – Soy el maestro de cocinas, ¿puedo ayudarles en algo?
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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Sáb Jun 15, 2013 5:05 am

Regina tomó delicadamente entre sus dedos el cucharón que le tendió el cocinero, y sorbió del caldo sin dejar de mirarle a los ojos, provocadora. Se mojó ligeramente los labios, pasándose la lengua por ellos, y después respondió con un gemido de satisfacción que se alejaba bastante del que se emitía al probar algo delicioso. Gianlucca estaba seguro de que un nuevo instrumento de cocina había crecido de imprevisto en la entrepierna del joven Leptio.

El llamamiento de Lucio no funcionó la primera vez, pero cuando le gritó una segunda, el joven pareció despertar y se apresuró a encarar de nuevo el fogón, con las mejillas ardiendo. Gianlucca se había quedado observando una olla de otro fogón, como interesado por su contenido, y se hizo el sorprendido cuando el jefe de cocinas se plantó ante él.

- Si que lo está. - Respondió Regina, sonriéndole encantadoramente, mientras seguía apoyada en la encimera junto a Leptio.

- Oh, no se preocupe. Solo estamos de paso. Aquí mi prima, la encantadora Vanessa, ha venido de muy lejos y me he propuesto enseñarle cada rincón único de la Serenísima. Y al parecer esta cocina es uno de esos rincones. Da las gracias, Vanessa.

- Gracias... - Susurró sin dejar de sonreír, con sus ojos centrados más en Leptio que en Lucio.

- No se molesten por nosotros, no le distraeremos demasiado. Seguro que no le importa que mi prima observe como trabajan un momento, ¿verdad? - Había hecho la pregunta en general, pero como su acompañante, su visión se centró sobre todo en el joven cocinero. - No, seguro que no.

Hizo un saludo casi reverencial con la mano, girando sobre sus talones y dándole de nuevo la espalda a Lucio, sin darle más importancia por ahora. No era necesario un ataque directo, ¡que no se dijera que Gianlucca Barbarigo fue a buscarle las cosquillas a un vulgar cocinero, y no fue este quién perdió los estribos! De hecho, salió por un momento de las cocinas y aguardó en las escalerillas por las que habían entrado, apoyando su brazo ligeramente y deteniendo el avance de las dos sirvientas que volvían, esta vez sin estar cargadas de vajillas.

- ¿Os lo habéis pensado mejor? - Dijo a modo de broma, sonriendo, cuando volvían. Una de ellas seguía soltando aún su risita. Era mucho mejor empezar por aquí, paso a paso, que ya habría tiempo para que la tempestad surgiera de las muchas libras que pesaría Lucio. - Ese jefe de cocinas vuestro es bastante rancio, ¿no os parece? ¿Os paga por algo más que por vuestro servicio? No me malinterpretéis, pero por todos es sabido de su relación con los Barbaro. Y de las monedas que recibe por parte de ellos... deleznable. Vosotras no las recibís... ¿Verdad?

Aún sonreía, a sabiendas de que perfectamente le podrían mentir. Pero de hacerlo, tal vez se diera cuenta. Fuese como fuese, estaba dispuesto a ofrecerles mucho oro por ser informantes de los Barbarigo, y eso no sería fácil de ignorar para unas mozas como ellas. Mientras, Regina podía encargarse del joven Leptio... para el cuál no tenía gemidos, sino el tintineo de los ducados.
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Mensaje por Censura Lun Jun 17, 2013 9:21 am

- Nosotras lo único que recibimos son gritos. Maese Lucio siempre está gritando pero de ducados se escucha poco en las cocinas, vuestra merced. Toda propina se nos registra y luego él reparte, y ya sab], el que reparte y reparte se lleva la mejor parte. Él se lleva uno de cada cuatro y nosotras medio de cada uno. - dijo la moza que menos se reía mientras observaba de reojo la puerta de la cocina. - Ahora si me disculpa...
 
La mujer miró a su compañera que le hizo un gesto para que continuara, pero cuando se adentró en la cocina, no le siguió y miró al Barbarigo.
 
- Debería usted marcharse, vuestra merced. Lucio habla todos los días con su señoría Vincenzo, le avisará que ha estado haciendo usted preguntas por aquí. - la chica le sonrió y echó un vistazo a la cocina mientras sujetaba la bandeja con ambas manos cubriéndole el abdomen y su plano pecho
 
La chica vio a la otra chica que se encontraba charlando con Leptio mientras este se dedicaba a picar especias para ponerlas en el guiso, el chico no se retrasaba en su tarea por lo que Lucio se había conformado con estar no muy lejos, mientras observaba como la camisa de la invitada poco a poco se transparentaba a causa de los vapores rozando el límite entre lo sugerido y lo servido.
 
Mi nombre es Adelina. Si a vuestra merced le place algo de las cocinas, podría ayudarle. Parece un hombre generoso, pero no debería arriesgarse a despertar la ira de su señoría. - dijo ella sonrojándose ligeramente pero mirándole a los ojos con una sonrisa llena de dientes torcidos.
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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Mar Jun 18, 2013 2:14 am

Gianlucca asintió con la cabeza, mostrando interés por lo que le contaban, con una expresión de suma concentración y preocupación. Realmente le importaba un comino. Al menos, las muchachas dejaban claro que pocos beneficios sacaban ellas de los trapicheos de su encargado jefe. "El que reparte y reparte se lleva la mejor parte", recitó junto a la muchacha, dándole a entender perfectamente a lo que se refería y en un gesto de complicidad. Sí, él también conocía los dichos y jergas del pueblo llano, hipócrita por su parte el gesto de comprensión cuando su familia se trataba de una de las más ricas de Venecia, por no decir la que más. Muy por encima de la Barbaro, de capa caída. Y ellas sabían eso perfectamente, sobre todo la solícita Adelina.

- No solo parezco un hombre generoso, lo soy. - Dijo, sonriendo a la muchacha, buscando en todo momento el contacto visual con ella para darle a entender que buscaba algo más que aceptación. Buscaba colaboración. Alzó una de las manos y, con un dedo, hizo un rulo con uno de los mechones sueltos de la chica, dejándolo caer de nuevo a un lado de su cara. - Y si soy yo el que reparte... no olvidaré la cara ni el nombre de aquellas personas que sean merecedoras de mi generosidad... Ave... - Cortó, ampliando aún más la sonrisa. - Adelina.

Observó como se humedecía los labios, tan solo de pensar en el tintineo del oro. No el endurecimiento de sus pezones, más aún de sobra sabía que así era también. Se apartó de su camino y la acompañó de nuevo a las cocinas, bajando con ella los escalones que llevaban de nuevo a los fogones.

- Estoy seguro de que me podréis ayudar. Ya sabréis lo que me place de estas cocinas. Estaré por aquí. - Sus palabras salieron de sus labios justo antes de mostrarse de nuevo a la vista de los allí presentes, notando también sobre él la mirada del sudoroso Lucio.

¡Cómo si le preocupara lo que le contara Lucio a Vincenzo! Medio Palacio Ducal había escuchado ya sus tonterías desde el momento que atravesó el umbral, claro que llegaría a sus oídos que había estado allí. ¿Despertar su ira? Si ni siquiera era capaz de presentarse en el Puente de los Puños cuando se le citaba, mucho menos mostraría más coraje para defender a su burdo y obeso espía. Claramente la muchacha Adelina no iba a ser capaz de informar de su "oferta" a todos los interesados, y en caso de hacerlo no tendría el suficiente... impacto. Los Barbarigo tenían que mellar de alguna manera en las orejas y los bolsillos de los allí presentes. Y solo le quedaba una manera de hacerlo. Podía darle algo de tiempo a la feucha y bienaventurada Adela. ¿O era Adelaida?

- ¿Veredicto? - Llegó hasta Regina, sujetándola por la cintura y entablando perfecto contacto físico con ella, como si de una moza más se tratara. No es que fuese su caso, pero de tener una prima lejana con semejantes atributos... Gianlucca no era precisamente dado a sobreponerse a las tentaciones.

Regina rió.

- Quiero llevarmelo a casa, quiero uno para mí. - La joven movió de un lado a otro su cabellera, para darle fuerza a la declaración de su nuevo capricho, y rió. Dos gotas de sudor se perdieron por entre sus pechos, y ninguno de los varones allí presentes perdió detalle de su recorrido. Tampoco su "primo". Agarrada a Gianlucca, y en actitud juguetona con él, volvió su vista hacia Lipteo, que seguía cortando especias bajo presión. - ¿Qué me decís, no queréis acompañarme a Sicilia y preparar deliciosos festines para mí? Os haría jefe de cocinas, en Palazzo Castello no tenemos hombres con tal habilidad en las manos. Ni tan atractivos.

Gianlucca soltó una ligera carcajada, pero totalmente sincera. ¿Cómo demonios se le había ocurrido lo de Palazzo Castello? Iba a resultar que aquella mujer no era tan estúpida y poco versada como él parecía creer. Aunque si de algo pecaba el joven Barbarigo era de menospreciar y bastante el verdadero "estatus" que poseían muchas de las damas de compañía de Venecia.

- Dejad de torturar al muchacho. ¡Decidme, jefe de cocinas! - Volvió su rostro hacia Lucio, el cuál aún no se había presentado como tal. Toda una falta de respesto por su parte. Seguramente Lucio pensaba que sabía quién era él, pero Gianlucca no quería darle el gusto. - ¿Creéis que podría el joven Leptio ser jefe de cocinas en un palacio de Messina? ¿Qué precio habría que estipularse como salario a tal responsabilidad? ¡Decidme! ¿Y vos? ¿Qué precio os pondríais?

La sonrisa de Gianlucca le llegaba de oreja a oreja, mientras observaba sin perder detalle como poco a poco la papada del jefe de cocinas empezaba a temblar.

Pica el anzuelo, maldito bastardo. Pícalo.
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Mensaje por Censura Miér Jun 19, 2013 7:22 am

- Yo... - el chico tardó un par de segundos en poder terminar de reaccionar, manteniendo la boca abierta embelesado - Sería un honor. Sin lugar dudas, vuestra merced. Si me lo pidiese yo...

Leptio no se vio capaz de continuar. Había sonado muy desesperado y las mujeres como esa no les gustaban los arrastrados. Tampoco apreciaban aquellos que tenían demasiado ego, había que mantener un equilibrio. El cocinero había escuchado cientos de historias que habían compartido cama con damas de bajo nivel, sobre todo extranjeras. Veía su oportunidad, aunque el Barbarigo le agarraba por la cintura, ella no apartaba los ojos de él. Por esa razón las miradas discretas iban y venían a pesar de tener a Lucio al lado. Cuando el patricio habló a su jefe dejó de cortar y miró al frente, su futuro podría depender de lo que ese hombre dijese.

- Leptio es un buen cocinero, pero no tiene ni experiencia ni actitud para liderar una cocina. Para que todo en un palacio funcione hay que ser una persona centrada, laboriosa y con la capacidad de dar instrucciones claras y precisas, además saber enseñar con rapidez a la gente que está bajo tu responsabilidades. No podéis imaginar con que velocidad cambian los empleados en este palacio. - notó como la mano del cocinero jefe se colocaba en su hombro y se giró observando como este no quitaba su mirada de encima de la muchacha. - Pero si el suyo no es muy grande, tal vez este jovencito pueda suponerle de gran ayuda y en un par de años estar dedicándose a dirigir la cocina. - entonces miró al Barbarigo fijamente  - Un chico como él podría empezar cobrando quince soldadas y acabar como jefe de cocina con casi cuarenta.[/color]

Eso era mucho dinero, en ese momento apenas llegaba a las cinco con un buen mes de extra, pero desde luego no rechistó.

- Yo cobro lo que corresponde a un hombre con mi cargo, tengo muchos años de experiencia y quizás sea el más apropiada para este puesto. Mis honorarios son altos, son seis veces superior a lo normal, pero el trabajo que hago lo vale.


Última edición por Virtù el Mar Jul 02, 2013 10:42 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Vie Jun 28, 2013 3:26 am

Spoiler:

Sabía que la provocación había sido captada, contaba con ello, pero sorprendentemente había aguantado el tipo. El que cambiaran constantemente de personal podía bien ser cierto o no, y en cualquier caso, un poco de información tampoco podía venirle mal.

- Si son seis veces superior, ¿es que trabajáis por lo que seis personas? - La vista de la mujer se paseó por por los cocineros, creando un muy leve incómodo silencio, y terminó justo en la banqueta que había dejado libre el grueso trasero del jefe de cocinas. Gianlucca abrió los ojos, no de par en par, pero cercano a ello. Soltó una ligera carcajada, todo lo burlesca posible. ¡Menuda sorpresa era aquella mala pécora, bien se notaba su baja casta en siquiera ocurrírsele semejante comentario! Desde luego, no se había equivocado trayéndola consigo.

- ¿O es que trabajáis para seis personas más? - Añadió el Barbarigo, sin dejar de sonreír, haciendo creer quitarle hierro al asunto, pero dedicándole otro comentario a su obeso rival en aquella improvisada guerra dialéctica. - Más bien parecéis zampar lo que seis por ese boquino. ¡Me parece justo! Como es bien sabido en toda Venecia, la familia Barbarigo siempre es generosa en sus pagos. Sea en cocinas, patios o alcobas. ¿Y qué trabajos y labores realizáis para merecer tan distinguidos privilegios económicos, alguna fuera de las cocinas?

- He oído muchas cosas acerca de afrodisíacos. – Dijo Regina meneando de nuevo la melena rojiza, aquello era oro puro teniendo en cuenta la de historias que se contaban de Lucio y Eloisa Gardini, conocidas en toda Venecia. La frase había sido dirigida a Leptio, como si la cosa no fuera con ella, más había prácticamente interrumpido la principal. Brillante. Su mirada se centró de nuevo en el cocinero. - ¿Vos sabéis de afrodisíacos, Leptio?
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Mensaje por Censura Mar Jul 02, 2013 4:36 am

Lucio miró fijamente a los dos intrusos. Cuando finalmente la mujer se dirigió a Leptio se acercó a ella apuntándola con el dedo.

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- ¡Fuera de mis cocinas! - su voz resonó en toda la cocina y posiblemente en todo el patio de palacio - ¡Me tienen hasta los cojones! ¡Fuera de aquí los dos! ¡Están haciéndonos perder el tiempo! - agarró a Regina del brazo levantándola de la banqueta - Vaya a joder a otro, ¡la puta que la parió! - se giró y miró a toda la cocina, amenazante - Siciliana tenía que ser... Ya lo decía mi madre. - miró de nuevo a los dos con el rostro desencajado. - ¡Les he dicho que fuera! Me da igual que usted sea Barbarigo y Barbarago. No es nadie en este palacio. ¡Así que puede irse a que le sodomice un florentino y dejarme en paz de una jodida vez! ¡Fuera! ¡Fuera he dicho, joder! - les miró fijamente mientras seguía despotricando en voz bajo- Gordo me vino a llamar el hijo del ballenato. Escúchame, Leptio, se dice que con lo que se alimenta Bernardo Barbarigo en un día, come una familia dálmata un mes.

No sabía si esos dos iban a irse pero se había acabado las buenas formas y hasta que llegara la guardia podría desahogarse ante esos hijos de puta. Habían venido a su cocina a reírse de él  a sus cocinas y eso no se lo perdonaba a nadie. Le daba igual quienes fueran a él le protegería Vincenzo Barbaro.
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Fogones y deslenguados [Palacio Ducal - 1 de Febrero] Empty Re: Fogones y deslenguados [Palacio Ducal - 1 de Febrero]

Mensaje por Gianlucca Barbarigo Mar Jul 02, 2013 2:54 pm

La sonrisa de Gianlucca se ensanchó hasta límites insospechados, pero al mismo tiempo sus ojos se abrían como platos en una más que falsa reacción de sorpresa. De hecho, su cara era realmente un poema que no sabía bien si mostrar una indigación perpleja o una mueca divertida, por lo que sus labios pasaban de formar un círculo a la más perfecta de las medias lunas. Y sus ojos no sabían si derrarmar lágrimas de impotencia o de diversión.

- ¡Pero cómo os atrevéis! ¡Ni la toquéis, cerdo, ni la toquéis! - Agarró el antebrazo del jefe de cocinas, obligándole a soltar a la muchacha, que mostraba una expresión de perplejidad casi dramática. - ¡Háyase visto, por si poco no tenían los cerdos con ser chorizos, que ahora supervisan las cocinas de los ministros! Pues sabed que tenéis la educación de tal porcino, bastardo, y que por vuestro olor bien podríais haceros pasar por uno. ¡Qué más digo, tan solo quitáos esa bata blanca que os aprieta el cuello cual soga, animal! ¡No tardarán en tiraros bellotas a vuestra sudorosa frente!

Agarró a Regina y la puso detrás de él, como alejándola de lo que pudiera llegar a hacer Lucio, armando aún mas revuelo en las cocinas y tirando algún que otro juego de cubertería por el camino, haciendo resonar por el suelo. Buscó con la mirada a A... ¿Adelina? La muchacha de los dientes torcidos. Cuando la visualizó, le mantuvo la mirada y le hizo un gesto para poder encontrarse de nuevo, ya fuese fuera del propio palacio, y discutir acerca de qué honorarios serían los apropiados.

- ¡Nadie decís, más por mucho dislumbra mi nombre el vuestro, bastardo! No sois más que un perro de los Barbaro, y como a todo perro algún día ese Vincenzo y la malnacida madre que dijo parirle os dará la patada y os tirará fuera de su techo. ¡Seguro que disfrutáis sus monedas, pero hacedlo sabiendo que poco valen, si es que no son de carbón! - Se enfrentó al cocinero apuntándole ahora él con el dedo, pero manteniendo las distancias. No quería ensuciarse. - ¡Por todos es sabido de la creciente bancarrota de los de Dorsoduro! ¿A cuánto costean tus susurros y vilezas? ¿Y cuánto pretenden agarrar de los Dario y de la casa Ducal? ¡Ladrones, aprovechados, trepas! ¡Y más pobres que una rata! - Se divertía con aquello, por supuesto, pero el que le desearan sodomía y el insulto a su familia hacía que aquello fuera personal. A que se permitiera estar un pelín enfadado. Notaba como la mujer le hacía gestos desde su espalda, asintiéndo convencida a cada una de sus palabras y acompañando los insultos con algún gesto que les diera énfasis. - ¡Nos vamos, Regina!

- Vanessa.

- ¡Y UN CUERNO ME IMPORTA! ¡Y Leptio, sabed que si yo soy hijo del ballenato, vos trabajáis para el cerdo más ávaro y maloliente de Venecia! Se llena los bolsillos con los Barbaro, y se ríe dándoos como sueldo las migajas que se le caen al masticar, si tenéis suerte de que os caiga en la cabeza. ¡Y va para todos! - Alzó uno de sus brazos y gritó en las cocinas, sabiendo que en aquel momento era el centro de atención. - ¡Mientras el oro que recibáis provenga de ese torcido y agrietado palacio de los Barbaro, acabaréis comiéndoos vuestros zapatos!

Que la familia Barbarigo era posiblemente la más rica de toda Venecia era un hecho innegable y sabido por todos. Y eso bien lo sabía él. No les estaba ofreciendo nada, y por supuesto Lucio nada podía sospechar, ¡pero ah! Allí estaba la buena moza de "Adelaida" para hacer llegar sus deseos a los oídos más dispuestos. Pues nadie mejor que ella sabría quiénes eran leales al perro de Vincenzo y quiénes no. Él solo facilitaba el camino, pero por supuesto, no se le olvidaba la razón principal por la que había sido enviado aquí.

- ¡Y que quede claro, antes muerto que ver a cualquiera de ellos a la cabeza del palacio Ducal! ¿Marietta Dario, sucediendo a su indispuesto padre? ¿La fiel esposa de Vincenzo Barbaro? ¡Cuál casualidad! ¡Trepa, así es como yo lo veo! Argucias de una familia en bancarrota para hincar garras y colmillos, y birlar hasta el último ducado de la república. - Seguía con su retahíla, manteniendo a Regina tras de sí, con la salida de las cocinas justo detrás de ellos. Apuntó de nuevo con su dedo al jefe de cocinas. - ¡Y escucha con esas orejas de puerco que tienes, para después ir corriendo a contárselo a tu amo! ¡Jamás apoyaremos la ley sálica! Por mucho que los Barbaro quieran pagar por la amistad de todos, no tienen suficientes riquezas para ello. Y todo el que esté recibiendo favores de ellos, lo verá. Si es que no lo ha notado ya.

Le quedaba poco tiempo, pero sabía que el mensaje había sido captado. Todos los mensajes que había venido a soltar aquí, a unas sucias y calurosas cocinas. Sus gritos se mezclaban con los de Lucio, el ruido de los cazos rodando por el suelo, el de un circo. Ocultando casi por completo los crecientes susurros que se dedicaban entre sí cocineros y sirvientes.
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Mensaje por Censura Mar Jul 02, 2013 3:51 pm

Fogones y deslenguados [Palacio Ducal - 1 de Febrero] Capturadepantalla201206k

Los gritos se escuchaba por todo el palacio ducal. Alessio Foscari alzó la mirada y sacudió la cabeza.. Ni siquiera  los muertos se les respetaba, estaba apunto de terminar todo el trabajo necesario para pasar el velatorio junto a los Dario, lo que menos le convenía ahora era una pelea. Salió a la balconada interior del Palacio Ducal y se dejó guiar por el eco. Según avanzaba, daba toques en los hombros de uno de cada dos guardias que encontraba para que  le siguieran.

Al llegar a la cocina vio como junto a sus puertas se agolpaban varios hombres y mujeres del servicios, junto a ellos, sirviendo de espectador más que cumpliendo su cargo, se encontraba Astore Roncero, con su túnica negra.

- Mentiroso, nos sois más que un mentiroso. Todos los Barbarigo lo sois, unos traidores y unos mentirosos… – gritaban dentro.

- ¡Abrid paso! – resonó la voz de uno de los guardias ante una pequeña señal del magistrado provocando que los cuchicheos cesaran y que el ruido de la cocina se calmara.

Poco a poco la marabunta se fue apartando y Alessio se adentró vestido de escarlata en la cocina. Observó a Lucio que se encontraba esgrimiendo una sarten agarrado por tres de sus cocineros y a Gianlucca Barbarigo escudando a una mujer. Rápidamente al lado suyo llegó trastabillando Astore. Lo miró de reojo… Imbécil oportunista.

- ¿Qué sucede aquí?

El jefe de cocinas casi no dio tiempo a responder:

-  ¡Estos dos han venido a mi cocina a molestar e insultar!

Alessio expiró aire con cansancio y negó dos veces con la cabeza.

- Estos dos son Gianlucca Barbarigo y su acompañante, él es hijo de uno de los seis y hermano de un magistrado. Recuérdalo a la hora de dirigirle la palabra. Faltar al respeto a un patricio en el Palacio Ducal puede suponeros perder la lengua, y creo que de poco nos serviríais en estas cocinas si no sois capaz de distinguir algo salado de algo soso. – entonces caminó encarándose al patricio, sus ojos se mostraban cansados y sus hombros parecían soportar una gran carga – Oficialmente las cocinas están restringidas a todo personal ajeno al palacio. ¿Qué hace usted aquí? ¿Y por qué todo este escándalo?
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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Mar Jul 02, 2013 10:17 pm

Al empuñar Lucio la sartén, a punto estuvo el Barbarigo de ensartarlo con su... oh, vaya, al llevarse la mano al cinto comprobó que se le había olvidado traer consigo su Schiavona. Solo la había podido probar una vez desde que se la regalaron, después de mostrar su encaprichamiento por ella, y tan solo por lo bien que lucía le extrañó haberse olvidado semejante cosa en la alcoba. Maldita noche aquella. Pensó en que si no traía su arma y no había ninguna sartén cerca, no le quedaría otra que golpear al jefe de cocinas con un rabano cercano. Aunque de seguro el bastardo sería capaz de hincarle el diente antes.

- ¡Ah, Alessio, mi buen Alessio! - Dijo, cuando vio al Magistrado Rojo aparecer por las puertas. - Sed por favor diligente como siempre sois y meted algo de cordura en la cabeza de este zoquete, antes de que alguien pierda los estribos... o su puesto de trabajo. - Las últimas palabras las escupió sin quitarle un ojo de encima a Lucio.

Parecía que la llegada del Foscari tranquilizaría los humos del bruto, por lo que Gianlucca relajó ligeramente su posición y se sacudió los brazos y las calzas, quitándose de encima un polvo invisible, o tal vez por puro acto reflejo estando rodeado de tanta suciedad. Las palabras del Magistrado Rojo parecían haberle hecho crecer aún más, por lo que no bajó su cabeza ni un palmo. Consideraba a aquel hombre un buen amigo de la familia, de los mejores de hecho, y contra él no tenía carga alguna.

- Dejad que me excuse, buen amigo, pues bien comprendo que hay lugares a los que uno no debe acceder en este palacio. Más no pensé que fuera problemático el mostrarle a mi buena prima Vanessa, aquí presente... - La mujer asintió con la cabeza y realizó un... lo que podría llamarse "cortés" saludo. - ...el buenhacer de nuestros cocineros y los exquisitos platos que aquí se cocinan. Proviene de Sicilia, ya sabéis, allí a cualquier cosa lo llaman plato digno de un noble paladar. ¡De cualquier manera! Ha sido cuando este hombre, si bien se le puede llamar así, comenzó a injurarnos y a gritar improperios por no dejarle hacer su trabajo, ¡y que Dios me fulmine si en algún momento de mis labios salió algún insulto hacia su persona, antes de que él me los dedicara a mí y a mi familia, presente y no presente! Este buen muchacho Leptio, os lo puede decir.

A cada tres palabras que pronunciaba, Reginna asentía dos veces. A su vez, Leptio se puso blanco como las cebollas que sujetaba en sus manos cuando Gianlucca lo llamó a testificar, más era libre de ni siquiera responder... fuese a interrumpir el monólogo del Barbarigo. Ya suficiente era que fuera interrumpido por gruñidos y palabrejas indescifrables por parte del jefe de cocinas.

- ¡Y me llamó puta!

- Y la llamó puta.
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Mensaje por Censura Mar Jul 02, 2013 11:16 pm

- Así fue, su señoría, la llamo puta. - todo el mundo en las cocinas miró a Leptio quién se desabrochó el delantal dejándolo caer al suelo mientras miraba a Vanessa. Tras unos segundos clavó sus ojos en el magistrado.. - Siempre se comporta igual. Yo ya estoy cansado. Renuncio.

- ¡Pero de qué hablas Leptio! - se acercó con una zancada y le agarró del brazo. - Siempre has sido tratado bien. Te he tratado bien...

- No hay más discusión. Ya no debo escucharte más.  - dijo sin mirarle mientras caminaba poniéndose al lado de Regina.

Alessio negó con la cabeza. ¡Cuánto drama, cuánta parodia!. Estaba hasta las narices de jueguecitos. Clavó sus ojos en Lucio:

- Deberá llevar al Palacio Barbarigo una ofrenda como compensación por su osadía. Deberá ser algo único que le de prestigio a la familia. De igual manera deberá dar algo muy particular a la señorita Vanessa, por la ofensa proferida hacia ella. - miró directamente  al cocinero intentando dejar clara su postura - Es la retribución correcta.  

Entonces tras acallar a Lucio con un gesto de la mano, miró a los primos:

-[b] Por su parte, vuestras mercedes deberían pedirle disculpas al jefe de cocinas y a sus empleados por distraerles de su trabajo, marcharse y atenerse a los lugares que le corresponden. Si desean buena comida puedo recibirles en el arsenal. Mi esposa tiene contratado a uno de los mejores cocineros de Venecia.[/color]

El magistrado miró a todos los presentes intentando dejar claro que no quería discrepancias, aunque era su obligación atenderlas si las hubiese. El trabajo de magistrado era duro.
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Mensaje por Gianlucca Barbarigo Miér Jul 03, 2013 12:25 am

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para contenerse la sonrisa y, aún más, la carcajada. El ver como Leptio se quitaba la ropa de trabajo y las tiraba al suelo había sido de lejos lo mejor que le había ocurrido en todo el día, y posiblemente sería lo mejor de toda la semana. Las palabras del cocinero eran música para sus oídos, casi más que la risita que soltó la mujer de detrás de él cuando lo vio venir y se colocó también tras él. Pero, manteniendo la calma, el Barbarigo asintió casi solemne ante las palabras de Alessio y se mostró conforme.

- Por supuesto, como buen hombre y mejor veneciano me disculpo ante los ojos de Dios y los vuestros, Magistrado Rojo, y me retracto de mis horribles palabras. - Dijo también solemne, más bien parecía una parodia pero la gente había dejado de saber cuando el Barbarigo hablaba en serio o no. Y en esta ocasión, lo más sensato era lo primero. Le dedicó una mirada a Lucio, al igual que una leve sonrisa mientras se inclinaba ligeramente ante ambos. - Y esperaré pacientemente la disculpa de maese Lucio, así como su ofrenda. Agradecido estoy de que sus pasos, y los gritos todo sea dicho, le hayan traído hasta aquí, querido amigo. ¡Y no le negaré su invitación! No veo mejor manera de agradecerle el haber intercedido que compartiendo mi mesa con vos; estoy a su disposición.

Alargó el brazo para que el Foscari liderara la marcha, y seguidamente pasar tras él. Colocó su mano en la espalda de Regina, dedicándole una sonrisa, y después palmeó ligeramente el hombro de Leptio y le obligó también a que le acompañara fuera de las cocinas.

- Espero que diez soldadas os parezca un sueldo más que apropiado, amigo Leptio. - Dijo mientras caminaba, notando como el joven giraba rápidamente la cabeza hacia el patricio. - No veo mejor salario para el nuevo aprendiz de Mangoni.
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