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Buenos días, princesa [Palacio Fortuna, 1 feb]

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Buenos días, princesa [Palacio Fortuna, 1 feb] Empty Buenos días, princesa [Palacio Fortuna, 1 feb]

Mensaje por Fortuna Jue Mayo 30, 2013 2:59 am

“Lo mismo ocurre con la fortuna que demuestra su fuerza allí donde no hay una virtud preparada capaz de resistírsele; […]Y si observáis atentamente Italia, […] veréis que es un campo sin diques y sin protección alguna: porque si estuviera protegida por una adecuada virtud, como Alemania, España o Francia, esta riada […] ni siquiera se habría producido”

Maquiavelo


La Fortuna es una rueda que gira sin cesar, tirada por los eternos hilos del tiempo. La Fortuna es una rueda que a veces pasa por subir y a veces baja, y los hombres a través de ella son transportados y a veces pueden tocar el cielo y a veces son aplastados entre la madera y el polvo de la tierra. Y así fue que el tal Cipriano,  hombre de aperos y leyes, hombre herrado en el trabajo y el esfuerzo, llegara a ser Dogo de la Serenissima, la más alta de las magistraturas de esta República, en un evento inoportuno y casual.   Y de pronto, sin esperarlo, los Fortuna vieron cambiado su signo y brillaron en las cortes y palacios…

…para apagarse a la siguiente Luna como una vela en sótano cerrado.  Fue de todas las cosas la primera una peste, y aquel pobre hombre no supo sino seguir enviando hombres a Poveglia, seguir encerrando a los nobles en sus castillos, y seguir reforzando con guardias las zonas de suministros.  El hambre les pilló cansados, y como él era hombre de leyes, no tuvo la voluntad para bajar los impuestos o enfrentar a los cofrades de San Mateo, plantarles cara, sentarlos frente al Consejo y cortar sus alas. Moneda a moneda, vasija a vasija, fueron vaciando las arcas y las despensas de los ciudadanos de Venecia. Comenzaron las miradas torvas hacia el Palacio Ducal, las máscaras en Góndola siguiendo a algún magistrado, los cuchicheos tras las audiencias.

Después vino la guerra en el interior, la conocida maldición de los Foscari, aquellos que la sufrieran por primera vez. Y las muertes de los primogénitos hastiaron a la plebe, y las arcas perdiendo dinero volvían a amenazar con acabar, de nuevo, con otro Dux de hombros bajos y vientre flojo.   Quiere Dios que hayan pasado los días desde aquellas semanas de hambruna y de extorsiones. Quiere, en su misericordia, que se haya reformado esa guardia inquisitiva que ávida exigiera unos impuestos que nadie podía pagar.  Quiera Dios, o su Santa Madre, que Isabella su hija ya no recuerde el rostro congestionado de su padre cuando, necio y cruel, condenó a aquellos ciudadanos sentenciando su propia vida. Que olvide los excrementos con los que revistieron el Palacio privado de los Fortuna en la noche del 18 de mayo.  Que nada quede en su mente después de lo que ocurrió tras la Santa Misa en las escaleras de San Marco. Y que sea como sea, las manos suaves de aquella madre que tapara sus ojos consiguieran sanar el sufrimiento de aquella niña.

Por obra y gracia de Dios que aquellos hombres impíos que no posean ni cultiven la virtud sean quemados, y aun más, olvidados por el resto de sus hermanos, como olvidado fue Caín que cayera hacia las sombras.

Y sin embargo, después de un tiempo, la Fortuna volvía a girar hacia arriba. Otros vientos con renovada fuerza soplaban ahora. Vientos suaves y embriagantes que dispersaban los vapores infectos de la Laguna, aquel lugar de Venecia del que proviene su peor ralea y muchas de las familias nobles más incapaces para el gobierno.

Y así, la virtud había sustituido al error y la debilidad de carácter. Y como no podía ser de otra forma, era un Príncipe el que la encarnaba. Un príncipe francés, por si alguien albergara duda.

Philippe de Valois, hijo de Luis, infante de Francia y blanca flor de Lis, despejaba con su luz las sombras y acogía bajo el ala plumosa del gallo de su estandarte a las hijas indefensas de la mala Fortuna.

Buenos días, princesa [Palacio Fortuna, 1 feb] YJKKbBz

- Maldita zorra estúpida, ¿vais a levantaros ya?

Los rayos de Sol penetraron en la alcoba de Isabella, lugar donde ahora dormía con Philippe después de su noche de bodas. En el palacio de los Fortuna. En su propia casa. Philippe se miraba al espejo y sonreía contemplando su propio rostro. – tenéis que asearos y lavar esta maldita cama. – Isabella lo notó. Había ocurrido. Pringoso entre sus piernas, y más inoportuno que nunca– hiede tanto que he tenido que levantarme.


Última edición por Fortuna el Sáb Jun 15, 2013 2:39 pm, editado 2 veces
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Buenos días, princesa [Palacio Fortuna, 1 feb] Empty Re: Buenos días, princesa [Palacio Fortuna, 1 feb]

Mensaje por Isabella Fortuna Vie Mayo 31, 2013 1:36 pm

Para amasar una fortuna no se requiere ingenio, lo preciso es carecer de delicadeza.

Caballero de Bruix (1728-1780) Escritor francés.

“La delicadeza, la virtud, la elegancia.
Eso encontrarás en Francia. Debes sentirte afortunada, mi bella hija, pues en buenas manos te dejo, y él será quién te ayude a recuperar la Gloria de nuestra casa, caída injustamente en la desgracia. “


Aquellas palabras inocentemente dichas por mi madre me provocaron una arcada. Intenté tragar, mientras me forzaba a no derramar ni una sola lágrima. Si abría los ojos, tan solo vería el lamentable espectáculo de aquella soñada noche.

“ ¡Con un príncipe Francés! Qué envidia me das, Bella. Será apuesto, fuerte, hermoso… Ya verás. Y la noche de bodas…¿ Oh, tendrás que darme todo tipo de detalles, verdad? ¿ Lo harás? Será perfecta, será tan delicado, tan dulce…no como estos bárbaros de aquí que no saben tratar a las mujeres como se merecen!”

La voz risueña de Caterina resonaba ahora casi como un insulto. La escuchaba reír, y me escuchaba reír, ilusionada, con ella. ¿Es que no había un Dios misericordioso que se apiadara de mi?
Abrí los ojos, consciente de que no podía retrasarlo más. Phillipe se pavoneaba frente al espejo, contemplando su propia imagen reflejada, como si fuera el mismísimo Adonis.

Volví a cerrarlos. Hoy no saldría de la cama. No, no saldría nunca más. Lo mejor era morir, si, ahora mismo. Ya nada tenía sentido. Me sentía sucia, me sentía ultrajada. Me quería morir.
El fuerte olor y la sensación de humedad me hizo volver a abrir los ojos. Levanté las sabanas lentamente, como queriendo evitar verlo, aunque no lograba dejar de sentirlo. Ahora si iba a llorar.

La odiosa voz del que ahora era mi esposo me devolvió a la realidad. Me provocó otra arcada, pero al menos, evitó el llanto.
- Si mi señor. – Casi acto seguido, me levanté de la cama, inconsciente aún de mi desnudez. Avergonzada, me tapé con los brazos mientras trataba de localizar alguna prenda de lograra cubrirme. Afortunadamente, alguien había pensado en eso y un delicado albornoz de seda colgaba en una de las butacas. ¡Gracias a Dios!

- Haré llamar enseguida para que limpien. – Sin esperar dicha llamada, me precipité hacia una de las ventanas, abriéndola. La ráfaga de aire puro que entro ayudó momentáneamente a disipar las náuseas. – Haré que le lleven el desayuno a la salita. ¿Deseáis alguna otra cosa?

“Decid que no, os lo ruego, y dejadme marchar con mi desgracia. “ , Habría querido añadir. Sin embargo, nada más salió de mi boca. Reprimí otra arcada.
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Mensaje por Fortuna Jue Jun 06, 2013 2:14 am

Philippe se volvió y miró a Isabella con suspicacia. En el tránsito hacia la bata observó su cuerpo con ojos de lobo. – Parece mentira que estés tan bien formada por fuera y tan mal por dentro. – Philippe bufó. El aire de la mañana que entraba por la ventana le devolvía el vigor, y arqueó la espalda encajando los omoplatos. Llamó a dos criados, y se ató en un lazo la melena para que no le molestara en el rostro. Al sudor estaba acostumbrado, a la mezcla con salitre no acababa por hacerse. Les hizo un gesto con la mano, que esperaran.

- Siento mis palabras, Isabella. No os preocupéis, yo estoy aquí para corregir todas las imperfecciones. – se acercó hacia ella. – No, no, nada de desayunos. Ése es el problema de los venecianos, que solo piensan en comer y comprar. Tranquila… - rodeó su cintura con uno de sus brazos. El otro de ellos, con principesca gracia, deshizo el nudo de su prenda. - Antes de llenar el buche un hombre tiene que calmar las ansias de su alma, si no, se empacha. ¿Entendéis? – su tono perdía la reprimenda para volverse educativo. – Pronto entenderéis.

Philippe soltó a la muchacha de su abrazo, pero aprovechó ese gesto para tomar su mano y acercarla hacia una de las mesas de la alcoba. Era un escritorio amplio y despoblado, probablemente concebido para que un hombre leyera las últimas misivas de la tarde. Philippe lo despreció. Había preferido acondicionar el despacho de Cipriano a su gusto, los deberes del Consejo lo exigían.

El infante frunció el ceño. Giró entonces su cuerpo hacia la entrada, como recordando a presencia allí de dos criados. – Aunque lo de que limpien me parece bien. – asintió resuelto. – uno tiene que saber extraer las impurezas de su cuerpo y de su casa. – se quitó los guantes. – uno debe saber purgarse, y hacer de sus debilidades una fortaleza. Eso dice mi padre – sonrió amable a la muchacha. – y seguro que así lo quiere Dios. – dejó colgar los guantes de su cinturón.

- Limpiad la cama. – dijo a los criados. – mi señora ha recibido la gracia de Dios, aunque parece que no ha sabido acogerla en su seno. - los criados se acercaron a la cama. – tendremos que reconocer ese error. Tendremos que corregirlo. – miró a Isabella. – subid las sábanas sucias al último piso y colgadlas de nuestro balcón. Así Dios verá nuestra desgracia y se apiadará de nosotros. – se encogió de hombros, con humilde respeto.- con suerte la próxima vez nos ayude a concebir.

Philippe giró entonces el resto de su cuerpo a Isabella y volvió a arrinconarla contra el escritorio. – no os preocupéis por nuestra presencia. – avisó a los criados. – no tardaremos mucho en marcharnos. Mi esposa en su estado no puede demorarse demasiado, así que tan sólo nos encargaremos de limpiar las armas. Para que no se oxiden.

Philippe comenzó a desabrocharse las calzas. Hizo un gesto a Isabella para que se acercase. Sus ojos miraban sus labios con lujuria.
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Mensaje por Isabella Fortuna Vie Jun 07, 2013 4:45 pm

“La vanidad es el Amor propio al descubierto”
Bernard Le Bouvier de Fontenelle (1657-1757) Escritor francés.

Sonreí forzada al sentir la mirada de Philippe sobre mí. No debía disgustarle ni mostrarme apenada. Eso se habían encargado de decírmelo centenares de veces. Una mujer no debe mostrar tristeza ante su esposo pues él ya cargaba con suficiente peso sobre sus hombros. Debía acompañarle, complacerle y asegurarme de que todo estuviera como a él le gustaba.

Miré los hombros del hombre al que debía amar. No parecían precisamente hechos para cargar con nada…

Asentí, muda, ante sus palabras. Días antes había sido una joven risueña, capaz de enfrentarme a miradas y coqueteos, y ahora, frente a él, apenas lograba balbucear una palabra y sentía como inevitablemente todo mi cuerpo temblaba solo con sentirle cerca.

Sujeté instintivamente el albornoz que me protegía. Sin querer, miré a los criados sintiendo como el rubor alcanzaba mis mejillas.

“Debes hacerle feliz siempre que él lo desee, Bella”.

Lo solté, vencida y le seguí mientras disertaba.

- Lo aprenderé gustosa, mi señor. Me honra poder aprender de vos. – en el fondo, agradecería la ausencia del desayuno. Me sentía incapaz de probar un bocado.

Los criados ya estaban sacando las sábanas. Volví a enrojecer con el comentario de Philippe. ¿ La gracia de Dios? ¿Acaso Dios se apiadaría de mi? Me sentía sin fuerzas mientras observaba aquella detestable mancha roja que aquella mañana decoraría el balcón. ¡Ojalá nada ni nadie me forzara a salir! ¡Ojalá pudiera quedarme sola con mi sufrimiento!

Aquel hombre era repugnante.

“ La virtud de una buena esposa reside en saber mostrarse gustosa de recibir a su esposo siempre que él lo desee”

Como siguiera escuchando las palabras de mi madre resonando en mi cabeza, sin duda, acabaría vomitando. Sin embargo, sabía que en el fondo, ese era el mejor consejo.

Obligada a sonreír, me acerqué al francés, dejando deslizarse por mi piel la prenda de seda. ¡Que se hiciera la voluntad de Dios!

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Mensaje por Fortuna Vie Jun 07, 2013 5:15 pm

Philippe era un infante, así que estaba acostumbrado a tratar a las campesinas con soltura. La presión que ejerció sobre los hombros de Isabella para que se arrodillara ante él no tenía nada que ver con los gestos brutos de los soldados ni con los empellones de los piratas. Él sabía que su voluntad se cumpliría, así que ejercía su imperio con prudencia y moderación.

Los campesinos realizaron su trabajo, deshaciendo la cama y cambiando unas sábanas por otras mientras los ojos de Philippe, en ocasiones en blanco, los contemplaban desde aquella mesa. Una vez terminado, subieron al piso de arriba, y como el infante les había ordenado, colgaron la sábana del matrimonio por el balcón, mostrando a las góndolas venecianas que la heredera de los Fortuna había probado su esterilidad durante las primeras semanas de su matrimonio. Sin embargo, aún pasarían las horas hasta que la mayoría de las damas venecianas decidieran pasear sus vestidos por los canales de Venecia y contemplar aquel escándalo, compartiéndolo con sus vecinas. La mayoría de las matronas preferían hacer sus compras andando, así que el oprobio sería contemplado principalmente por mercaderes y trabajadores, por el momento.

Philippe dirigía con cuidado la cabeza de Isabella cuando alguien llamó a la puerta. - ¿quién llama? – preguntó el príncipe.

- ¡ Noticias, noticias de Ca Dario! – Laura entró en la estancia vestida completamente de negro, como acostumbraba. - ¡El Dogo se muere! - Sus ojos se abrieron de par en par y se llevó una mano a los labios ahogando un grito de pudor. - ¡Oh, perdón…!
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Mensaje por Isabella Fortuna Sáb Jun 08, 2013 5:58 pm

El amor, que algunos elogian como la causa de nuestros placeres, al máximo no es más que el pretexto.
Pierre-Ambroise-François Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, 1782

Sentí la presión sobre mis hombros obligándome a ceder y a arrodillarme ante él. Cerré los ojos esperando así borrar aquel momento de mi memoria pero probablemente no había nada que lograra hacerme olvidar aquella sensación.

Respiré profundamente tratando de no ahogarme, mientras reprimía una nueva arcada.

Sujeté las caderas de hombre intentando mantener el equilibrio. Afortunadamente, Philippe marcaba el ritmo, haciendo, o eso esperaba, que mi inexperiencia pasara desapercibida. Seguía tratando de no llorar y prometiéndome que no alzaría la vista. Escuchaba ciertos quejidos de placer que provenían de mi esposo. Traté de concentrarme y relajarme. Quizás fuera lo más digno que podía hacer, si es que me quedaba algún resquicio de dignidad.

La puerta se abrió. Intenté deshacerme pero Philippe aún sujetaba mis caballos con suficiente fuerza como para que no pudiera deshacerme. Sentía las naúseas hacerme cada vez más evidentes.

Conseguí apartarme al escuchar la noticia y sobre todo al escuchar una voz desgraciadamente muy familiar. Rápidamente, me enderecé tratando de recuperar mi prenda, consciente de que ya era demasiado tarde y que mi madre ya había presenciado suficiente de la escena como para que no pudiera mirarla a los ojos durante un siglo entero.

- ¡Dios mío! – instintivamente, me santigüé, lo que no dejó de resultar irónico en aquella situación. Intenté olvidar la bochornosa escena y me centré pensar en Marietta. Debía ir a verla, debíamos ir. Venecia no sería seguro ahora, Venecia siempre despertaba con la caída del Dogo… - ¡Debemos ir a verlos! ¿Madre, cuéntenos que ha ocurrido?

Consciente de la incomodidad de la mujer, me ruboricé de nuevo y miré a Philippe mientras trataba de atarme a toda prisa el albornoz. No parecía contento, y quizás menos aún al haber sido interrumpido. Recé a todos los dioses porque no me obligara a terminar. Y menos ahora, tras semejante noticia. Volví a mirarla tratando de parecer lo más natural y digna posible.



Última edición por Isabella Fortuna el Dom Jun 09, 2013 11:06 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Fortuna Dom Jun 09, 2013 9:12 pm

Philippe hizo un mohín de disgusto cuando alguien entró sin su permiso e interrumpió su momento de placer. Fue temporal, lo que tardaba en atarse las calzas, pues para algo era un príncipe. Tenía mucho tiempo para momentos de placer, había tenido muchos momentos de placer, y además, encontraba placer en otro tipo de momentos.

El francés se dio la vuelta escuchando a madre e hija hablar, y caminó hacia la ventana para recibir un poco de aire fresco. Se apoyó en uno de los laterales del marco y se colocó con gracia la entrepierna, escuchando pacientemente.

- Dicen que ha contraído una grave enfermedad, y que las náuseas que lo apartaban del palacio ducal estos días no eran más que el preludio de un mal mayor. – Laura Botticelli se santiguó. – Dios lo acoja en su seno y proteja a Marietta – la madre de Isabella conocía la amistad de las muchachas, y sobre todo, era muy capaz de ponerse en el lugar de aquella joven Dario. Había visto sufrir a su propia hija durante semanas, era todo tan reciente… - El trono del Dux está maldito.

- No, no lo está. – la voz de Philippe interrumpió a la mujer. – debemos ser prudentes. – se acercó desde la ventana a las dos damas venecianas, y con un gesto apacible, limpió con su propio pañuelo las comisuras de Isabella Fortuna. Después guardó su pañuelo en la chaqueta, haciéndose cargo del descuido de la muchacha. Después se colocó entre ambas y cogió sus manos, como si quisiera transmitirle fuerza. – pero debemos mantener los ojos vigilantes. Que esto sea obra de la Fortuna o de la Providencia es lo más probable, pues no hay alma entre los hombres tan necia como para cometer dos crímenes tan graves en tan poco tiempo. – observaba con sus ojos penetrantes a las dos mujeres, y su voz se entonaba desde la autoridad que proporciona la experiencia de vivir en palacio. – pero aun así, corremos tiempos en los que los infieles y los plebeyos amenazan a aquellos que intentamos dirigir este mundo conforme a las leyes de Dios. – miró con gravedad al infinito. - Lo sabéis mejor que yo.

- Por eso debemos apoyar a los Dario. ¿Y si se trata de una conjura como hicieron con nosotros? Los judíos han podido preparar el veneno… - los ojos de la matrona mostraban verdadero miedo. - ¿Y si esos plebeyos están de nuevo levantándose en armas y asaltan esta casa?

Philippe soltó las manos de las mujeres y entrelazó las suyas propias a la espalda, tal y como era la moda de los cortesanos franceses. – Du calme, mes petites. No temáis por nosotros ahora, no conmigo y mis hombres aquí. - La guardia de Philippe no era muy numerosa, pero al menos sustituía a la diezmada guardia Fortuna. Tal vez estuvieran más entrenados, o fueran más gallardos o aguerridos - Lo mejor que podemos hacer es mostrar el mayor de los respetos de la familia Fortuna en Ca Dario, y mañana, durante el festival, no festejar en exceso y recogernos al crepúsculo.

- Somos ahora una familia que no debe alzar la voz, pues confundirían nuestro dolor con envidia, nuestro interés con ambición, nuestro ardor con el rencor de aquellos que han sido depuestos. – negó con la cabeza. – Tengamos paciencia. Veritas filia temporis. - Philippe no solía hacer muchas preguntas a las mujeres sobre qué opinaban, pero aun así sus ojos se mantuvieron en ellas. Como buen infante francés, siempre escuchaba las réplicas de sus súbditos. Si le interesaban o no, solo el Señor lo sabía.
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Mensaje por Isabella Fortuna Mar Jun 11, 2013 8:53 pm

Míseros mortales que, semejantes a las hojas, ya se hallan florecientes y vigorosos comiendo los frutos de la tierra, ya se quedan exánimes y mueren.

Homero (VIII AC-VIII AC) Poeta griego

Miraba horrorizada a mi madre mientras contaba como la desgracia había caído sobre la familia Darío, como si la historia se repitiera de nuevo. No importaba que fuera enfermedad, fuego, o espada…El sillón del Dux estaba maldito. Yo también lo creía así, y lo peor…¿ Y si el Dux había sido asesinado?

Mantenía aquella cara de espanto y la boca abierta cuando Philippe se acercó con su pañuelo. Volví a ruborizarme. ¿ Es que estaba destinada a ser humillada una y otra vez? Instintivamente me tapé la boca con la mano mientras apartaba la mirada de mi madre. Philippe evitó un silencio incomodo, y también que me echara a llorar.

Por mucho que me pesara reconocerlo, sus palabras eran acertadas. Mi madre y yo misma nos sentíamos más seguras desde que el había aparecido, al menos, frente al resto de Venecia, aunque cada vez que le miraba sentía de nuevo las naúseas en lo más profundo de mis entrañas. Y sin embargo, ahora, hablaba de una manera tan distinta, tan, elocuente… Sonaba persuasivo y sonaba hasta protector. Si, fuera de nuestra alcoba Philippe sería el francés con el que había soñado. Pero solo fuera.

- Es demasiada casualidad que haya caído enfermo tan pronto, tan…súbitamente. - intentaba hablar con serenidad, aunque aquella mañana, no era precisamente de lo que más me sobraba. – Apoyo las palabras de mi esposo.- aunque le aborrezca.- pero no creo que debamos creer que esta desgracia es debido a la Providencia, no podemos volver a caer en semejante engaño. Más si debemos ser cautos, y mantenernos serenos frente a las demás familias, pero … - Me callé de golpe. Se trataba del padre de Marietta, no podría guardar las apariencias con mi amiga, no podría reprimirme ni callarme, pero, debía hacerlo. Ahora sí. Más adelante tendría tiempo de hablarlo con ella, a solas. – Mantengámonos discretos y moderados.

Me sentía tan mal que tan solo quería desaparecer e ir a ver a mi amiga. Ni siquiera me afectaba ya no poder disfrutar del festival ni poder bailar toda la noche.

Me aferré de nuevo al albornoz esperando poder retirarme cuanto antes…
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Mensaje por Fortuna Vie Jun 14, 2013 9:59 pm

Philippe asintió a las palabras de su esposa con un gesto grave, como el de un maestro aprobando la corrección de un muchacho especialmente desviado.  El infante extendió las manos ante las mujeres con las palmas hacia arriba. – Es hora entonces de demostrar  a los Dario y a quienes les acompañen cuán noble es la familia Fortuna. – miró a la madre con gesto cómplice. – prendas discretas, telas de calidad. No tenemos por qué ocultar que un alma rica y noble recibe de Dios un sustento adecuado a su valía. -  Philippe consideraba a aquellas mujeres dignas de un mínimo de respeto, pero sus costumbres eran toscas y demasiado poco refinadas. Los venecianos eran gente acostumbrada al fornicio, al derroche  y a la intriga.  Por mínimo que fuese el detalle, consideraba apropiado inmiscuirse, interrogar, y corregir si fuera necesario.
 
Laura Botticelli asintió con respeto mientras Philippe se marchaba.  Un leve rubor invadió sus mejillas al mirar a su hija, no  por sus vestimentas, sino por los actos que su memoria acababa de presenciar. - ... ¿Estás preparada? – preguntó para cambiar de tema, e intuyendo que la noticia le había afectado. Conocía la delicadeza de su espíritu y su amistad con Marietta. Sus ojos ofrecían consuelo, un apoyo,  un abrazo, como cuando acunó su tierna cabeza durante las noches posteriores al 25 de diciembre. Ninguna de ellas conciliaba el sueño.
 
- Debemos ser fuertes en estos momentos, por mucho que recordemos. Por mucho que Dios ponga ante nosotros los elementos de la sospecha. – Laura hizo una pausa. Miró hacia la puerta y cerrándola confesó, . – Philippe es un poco altanero, un poco intrusivo… Pero ahora es el señor de esta casa. – la matrona se recogías las faldas, como presta a comenzar el trabajo. - ¿Confías en él?
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Mensaje por Isabella Fortuna Lun Jun 17, 2013 10:22 pm

undefined escribió:
En las adversidades sale a la luz la virtud.
Aristóteles

Philippe daba lecciones con cada una de sus frases. Observaba como mi madre, una mujer sabia y digna, acababa acatando ordenes del francés como si de un maestro se tratara. Aquella situación era extraña, demasiado extraña y no me sentía cómoda. Estaban ocurriendo demasiadas cosas a la vez sin que yo las esperara y debía estar a la altura por el honor de la familia. Yo solo quería irme a ver a mi amiga y luego huir y abandonar Venecia.  ¿Dónde estaba mi Principe? Esto no era más que una burla, una broma pesada….no podía ser real.

Tenía un vestido verde oscuro de terciopelo que sería más que adecuado para la ocasión, on un velo negro que tapara mi pecho. Si, de todos modos, no quería que nadie viera ni un poquito de mi piel hoy. Hoy me sentía sucia, me sentía manchada.


- Si, lo estoy , Madre. – Agradecí que mi madre rompiera el silencio, aunque me arrepentí en cuanto la escuché hablar de Philippe. Supuse que habría sido muy brusca al pedirle que se marchara así que me resigné e intenté olvidar los instantes previos. – pero estoy segura de que esto no es solo enfermedad. No puede ser, no es normal.

Quería hacer caso omiso a su última pregunta pero sabía que mi silencio tan solo demostraría que no confiaba en él. Me había casado con el Valois por voluntad de mi padre y mi madre había terminado de afianzar la alianza. Ella estaba convencida de que sería bueno para mí. Incluso que sería lo mejor. No quería decepcionarla ahora que tanta desdicha acechaba a los nuestros. Ya habría tiempo, quizás de confesar, pero ahora al mirarla, me sentía incapaz de decirle lo infeliz que era.

- Si…me da seguridad. Aun nos conocemos poco pero sé que irá bien. HA sido muy dulce conmigo. – Afortunadamente, ya no sentía nauseas, sino, me habría costado reprimirlas al recodar la noche pasada. Intenté volver al tema. – ¿Qué opinas tu, madre? ¿Quién crees que puede estar detrás de los Darío? Y sobretodo,…¿porqué? Si ni siquiera le ha dado tiempo a nada…. ¡Y menos a nada malo!
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Mensaje por Fortuna Jue Jun 20, 2013 11:30 pm

Laura terminó de encontrar un vestido adecuado para Isabella, y lo dejó sobre la cama mientras ella hablaba, acostumbrada a tutelar sus presentaciones en sociedad, sobre todo en los momentos difíciles por los que ambas habían pasado, y en los que ninguna deseaba preocuparse por tejidos y protocolo.

- No sé quién puede estar, pero sí sé que Giovanni tenía enemigos. – parecía asustada sin lugar a dudas, pero con más calma de la que había mostrado frente a Philippe. –  sofocó la revuelta y era un buen hombre, pero no se hizo con el favor de todos.  Los Dario son una familia de condottieros, y no están tan acostumbrados a la alta política como los Michelli o los Barbarigo.  

- Lo que más temo es que de pasar algo contra ellos, aún podrían relacionar los problemas con nosotros.  No sé con cuántos guardias salir,  qué sitios nos siguen vedados. El pueblo de esta ciudad es así de ignorante, ya lo sabes, y somos nosotras las que tenemos que anticiparnos a ello.  – Laura se acercó a la puerta para  terminar de vestirse en sus aposentos y partir hacia Ca Dario. –   tal vez debes andarte con ojo, y en el futuro, medir tu distancia con Marietta Dario. No sé si estar en su círculo nos brinda mucha protección, Bella. Y debemos recuperarnos de lo que pasó…
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Mensaje por Isabella Fortuna Vie Jun 28, 2013 1:14 pm

El primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio.
Séneca (2 AC-65) Filósofo latino."

Escuchaba a mi madre con cierta expresión de hastío. ¿Enemigos?  No lograba entender porque los propios venecianos se mataban entre ellos en busca de poder.  El maldito y odioso Poder. Lo aborrecía. Había tantas maravillas por descubrir y los hombres solo parecían dedicados a demostrar su superioridad. Venecia ofrecía tanta belleza que no lograba entender como todos parecían resueltos a taparse los ojos y seguir ocupados en su detestable búsqueda de triunfo. Y todo eso me había llevado a compartir el lecho con un arrogante francés al que tan solo le importaba lo mismo que a los demás hombres.
Suspiré intentando centrarme en el vestido. Mi madre había elegido, quizás a propósito, el mas triste y horrible de mis vestidos, aunque eso si, era bastante sobrío. Parecería una monja, pero..la verdad era que no me importaba en absoluto. Y menos hoy.

Cogí la prenda dispuesta a ir a asearme y me dispuse a despedirme de mi madre con la mejor cara posible cuando escuché sus últimas palabras.
La miré incrédula. No, no me estaba diciendo eso…no?

- No me importa en absoluto lo que opinen de nosotros. No pienso alejarme de Marietta y menos ahora que más me necesita. Puedes pedirme que sea discreta, puedes pedirme que tenga cuidado, - “Hasta puedes pedirme que sea una esposa modelo con mi odioso esposo. “ Me mordí la lengua satisfecha de no haber pronunciado la última frase. Sin embargo, me sentía rabiosa. – Haré lo que tenga que hacer pero no te imagines ni por un instante que abandonaré a Marietta. No tengo miedo y no lo voy a tener.

La miré orgullosa y digna. Esbocé una reverencia forzada sin borrar la cara de odio y me alejé, indignada, cerrando la puerta de la alcoba de un portazo.
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