[Gabilgathol] En busca de consejo. (3 Octubre)

Después de un día lleno de dudas, ideas novedosas y emociones, Zhura se encontraba inquieta e indecisa. Dividida entre el deber y sus deseos. Lo que la haría feliz y lo que era sensato. Lo que se esperaba de ella y lo que ella esperaba del mundo. Desde niña, antes de que le creciera el primer vello en las mejillas había un sitio al que acudir cuando se encontraba en este estado. Allí encontraba un oído amable, alguna chuchería y siempre un libro o pergamino que la distraía de sus penas y problemas. La biblioteca de Dwannor, y su compañía, era lo que buscaba esa noche. Llamó a la puerta y tras esperar unos segundos la abrió, sosteniéndola con el pie para entrar, pues en sus manos portaba una gran bandeja, cubierta con un paño.

- He aquí la cena. - anunció con grandilocuencia mientras hacía una reverencia. - Queso, fiambres, fruta, panecillos y una sorpresa de postre directamente traída de las cocinas. Este manjar digno de un rey a tu disposición, sabio consejero.

Depositó la bandeja en una mesa cercana y de un bolsillo de su túnica extrajo dos pequeñas copas.

Dwannor trabajaba lenta y pacientemente en la que era, sin la menor duda, la obra de su vida. Dibujaba, más que escribía, cada runa con sumo mimo y con una precisión y paciencia digna del más sabio de los Magos de la antigüedad.

El tomo, grueso como el brazo de un enano robusto, descansaba sobre la robusta mesa de piedra y Dwannor llenaba sus páginas desde antes de que nacieran la mayoría de los enanos de Gabilgathol. En él se recogía la historia del pueblo enano desde el Sitio de Erebor. Narraba los intentos de los enanos por adentrarse en la fortaleza entre las huestes de Mordor para apoyar a sus hermanos, su huida y los años que pasaron escondidos esperando otra oportunidad. Narraba la caída de Erebor y como, liderados por el gran Zhror, habían partido hacia el oeste. La muerte de Zhror y el nombramiento de su hijo. El descubrimiento de las dos grandes fortalezas y la creación de Gundubaraz. Quedaba mucho todavía por escribir, mucho hasta alcanzar el momento más triste desde la caída de Erebor, el despertar del Balrog de Nogrod.

Levantó la cabeza de su labor cuando escuchó la puerta y mostró una amplia sonrisa al ver a Zhura. La observó con curiosidad y apartó el libro tras limpiar la pluma y cerrar el bote de tinta.

— Recuerdo una vez — comenzó a hablar Dwannor — en la que Zhura, hija de Zhor, jugando en los aposentos de su padre con uno de sus martillos lo hizo volar hasta estrellarse contra el rostro de una magnifica estatua tallada en la piedra — entrecerró los ojos y ensanchó su sonrisa — una estatua que todavía hoy permanece mutilada. Zhura, hija de Zhor, me trajo la cena y me colmó de halagos y agasajos con la esperanza de que intercediera ante su padre… Dime, muchacha, ¿qué es lo que quieres que a tu padre no va a hacerle demasiada gracia?

- Y funcionó, ¿no es así? - dijo la enana devolviéndole la sonrisa. - Comamos primero y hablemos después. Imagino que tienes en algún lado una botella de algo interesante. - sugirió.

Retiró el paño de la bandeja para que el sabio examinara su contenido. Fiambre de alce, embutidos, albaricoques y ciruelas secas, quesos y pan moreno. Zhura acercó una silla a la mesa para tomar asiento y empezó a comer tratando de ordenar sus ideas. Después de acabar con dos panecillos y casi todas las ciruelas, la enana se hizo el ánimo de expresar aquello que la turbaba.

- He sido tan buena hija, madre y esposa como he sabido. -dijo, tomando aire. - Durante toda mi vida me he esforzado por servir a mi pueblo, repartiendo consuelo, órdenes, palabras amables, organizando la vida en estos salones y viendo con envidia como otros podían cumplir con el deseo de sus corazones.

Decir en voz alta aquellos pensamientos que la llenaban de amargura parecía estar mal, lo sentía como una traición hacia su pueblo y su familia. Como si su papel en la vida de Gabilgathol no fuera suficiente. Pero no lo era.

- La Dama de Gabilgathol es un disfraz que poco a poco me asfixia. - reconoció por fin. - Mis manos desean empuñar un hacha de guerra y mi corazón grita porque quiere realizar hazañas que sean recordadas por las generaciones venideras. - dijo con un brillo en los ojos fácilmente reconocible para cualquier enano. - Quiero ir al encuentro de los elfos para ofrecerles una alianza, quiero luchar contra el Enmigo, quiero fundar un nuevo asentamiento, quiero ir al rescate de los supervivientes de Nogrod.

Miró entonces a sus manos que habían caído inertes sobre su regazo. Inútiles y desaprovechadas.

- Si no hago una, aunque sea solo una de esas cosas... me apagaré. Me estoy convirtiendo en una sombra, aplastada bajo el peso de tareas que no son para mi. - expresó Zhura con voz muy suave que contenía una gran tristeza.

Dwannor se vio obligado a asentir ante las palabras de Zhura, sin perder un segundo la sonrisa. Se encogió de hombros ante la mención del licor, se puso en pie y se adentró en la gran sala que le había dado Zhor como habitación. Antaño era uno de los pequeños salones del señor de la fortaleza, pero ante la ingente cantidad de libros que Dwannor había acumulado con el paso de los años, su anterior aposento se había quedado realmente minúsculo.

Volvió enseguida con una polvorienta botella, quitó el tapón y sirvió el espeso y rojizo licor.

— Mi padre llamaba a esto Sangre de Oso — informó — Pero tranquila, este no tiene tantos años como para que él pudiera haberlo probado… no tantos.

Cenó con gran apetito y bebió con más moderación que si se tratase de cerveza. Cuando Zhura comenzó a hablar, la escuchó con atención y sin interrumpirla en ningún momento.

— Hace años que sabía que este momento llegaría, muchacha — admitió — Y observando a tu padre, diría que él también. Con el nacimiento del pequeño Zhror creí que estas ansias de aventura se evaporarían, pero veo que solo se han postergado.

Hizo una pausa para comer y tragó para no hablar con la boca llena, algo no muy común en el viejo Dwannor.

— Conoces nuestra historia y nuestras tradiciones, Zhura — pocas veces la llamaba por su nombre — Rara vez una enana ha salido de una fortaleza enana en busca de aventura o para la guerra. Las enanas tienen otro cometido de igual, o puede que de más, valía. No diré que sea justo, Zhura — hizo una pausa y negó con la cabeza — pero sois una pieza clave para asegurar la supervivencia y prosperidad del pueblo enano.

Zhura miró con indignación contenida al consejero.

- Yo ya he cumplido con mi obligación, Dwannor. Mi hijo es la prueba. -señaló la enana con dureza - Y no estoy pidiendo permiso. No soy una chiquilla caprichosa, sino miembro de pleno derecho de esta comunidad. Alguien, además, que ha cumplido de manera impecable con todo lo que se le ha pedido. No lo olvides. Debía casarme y así lo hice. Debía engendrar un vástago y así lo hice. - dio entonces un golpe en la mesa que hizo temblar los vasos. - Que nadie se atreva a decir que no he cumplido con mi deber. - exclamó con voz potente antes de proseguir con más calma. - Pero quiero hacer esto de la mejor manera posible. Y por eso hubiera querido contar con tu aprobación, porque para mi eres igual de importante que mi padre. Ahora veo que me he equivocado.

Se alzó entonces majestuosamente.

- Siento haber puesto en tela de juicio tu visión del mundo y de la sociedad enana. -dijo con frialdad. - Siento mucho haber sido crítica y haber puesto en duda aquella opción que parece ser la única, justo como tú me has enseñado a hacer. Quizá debía hacerlo en todo menos en esto. Buenas noches, sabio Dwannor.

— Sientate, muchacha — dijo Dwannor con tono cortes, pero firme.

Esperó a que la enana obedeciera y la observó un momento en silencio.

— No digo que no hayas cumplido con tu deber, niña — replicó — Solo digo que… — dejó escapar un leve suspiro y negó con la cabeza — Hablas de ir a Tumuzahar o de enfrentarte al Enemigo. Eso no es matar trasgos que se acercan a tu hogar, muchacha, cientos de veteranos guerreros han muerto con un simple golpe de ese Balrog. No necesitas mi aprobación, Zhura — añadió — no soy tu padre, pero me gustaría darte mi consejo.

Apoyó ambos brazos sobre la mesa.

— Ten cuidado ahí fuera — dijo con seriedad — Ahí hay enemigos que nos superan a todos, lugares donde las hachas no tienen utilidad.

Obedeció y accedió a sentarse, pues años de cortesía y respeto obligaban a ello. Escuchó con inicial hostilidad lo que el anciano tuviera que decirle. Su ira se redujo, sin embargo, según oía las palabras que éste pronunciaba.

Zhura no era ingenua y comprendía la necesidad de la advertencia. Todo enano tenía que enfrentarse a más de una y de dos invasiones de trasgos a lo largo de su vida y aprendían pronto a no subestimar al enemigo por estúpido que pareciera, pues las iba la vida en ello. Entendía que su plan la pondría en un peligro más grande que cualquier otro que hubiera vivido y asumía las consecuencias.

- Acepto tu consejo y estoy agradecida. - dijo, todavía un poco tensa pero sincera. - Seré prudente. Buenas noches, gracias por escucharme. - añadió antes de retirarse.

Ahora debía hablar con su padre. Quizá lo sensato fuera aplazarlo hasta el día siguiente, para poder relajarse y mantener la calma. Pero si debía discutir una vez más mejor no esperar. Tomando aire se dirigió ahora a los aposentos de su padre como el condenado que se enfrenta al verdugo. Llamó a la puerta y sin esperar respuesta entró.

- Buenas noches, padre. -dijo con el rostro serio pero la voluntad firme. - Mañana recibirás una propuesta en el consejo.