[Gabilgathol] Todo está en calma (2 Octubre)

Dormía agitadamente, removiéndose bajo las pieles de su cama, con el pelo pegado a la frente por el sudor causado por las pesadillas. Despertó de golpe, sentándose para encender una luz con manos temblorosas. Cuando la vela se prendió corrió a la cama de su hijo, que dormía plácidamente y respiró con alivio. Volvió a su lecho y apagó de nuevo la vela. A oscuras, pensó en su marido. Rugit. Recordaba cuando se conocieron, su sonrisa que contrastaba con su propia seriedad. Los años cuando pensaba que el mejor lugar del mundo era justo entre sus brazos. Cuando nació Zhror. Y también después, cuando se alejaron y todo se volvió frío. Entonces, allí donde nadie pudiera verla, porque demostrar su dolor en público era algo fuera de toda discusión, lloró la pérdida y el miedo.

Despertó de nuevo poco antes del alba. Cambió su ropa de dormir por algo cómodo para el día y cepilló su pelo castaño antes de trenzarlo. Formaba una trenza gruesa que caía hasta la cintura. Peinó también el vello de sus mejillas frente al espejo y no pudo evitar notar las señales dejadas por el pesar en su rostro. Los ojos hinchados y la piel opaca, algo más pálida de su habitual tono moreno. Salpicó sus ojos con agua fría y comió para desayunar parte de las provisiones que aún guardaba del día anterior. Antes de dejar sus estancias comprobó que el joven enano durmiera. En unas horas Dis llegaría para ocuparse de despertarlo. Después tendría que hablar con él y decirle que su padre no volvería. La sola idea la deprimía. Maldito enano, ¿por qué tuvo que lanzarse a luchar contra el demonio? Sacudió la cabeza. Mejor no pensarlo.

Solo se encontró por los corredores a los guardias y a los más madrugadores, que le daban los buenos días con amabilidad. Respondió a todos si bien no se detuvo a hablar con nadie. No estaba de ánimo. Recordó que debía asegurarse de que los refugiados estuvieran instalados, cómodos y bien atendidos. Deberían asignarles tareas en la rutina de Gabilgathol. Ocuparse del trabajo diario le devolvió la calma. Era bueno tener otras cosas en las que pensar. Daría las órdenes pertinentes y se aseguraría de que fueran obedecidas. Era su deber. Pronto se pondrían en marcha los encargados de la limpieza del desastre, pues había polvo por todas partes por las sacudidas. Otra tarea más que supervisar. Sus pies habían llegado a los aposentos de su padre casi sin darse cuenta. Llamó a la puerta y esperó permiso para entrar. Seguro que el Señor de Gabilgathol ya estaba despierto. Ninguno de los dos dormía mucho.

El permiso tardó un instante en llegar, pero la voz de Zhor fue clara. El señor de Gabilgathol no llevaba más que un grueso camisón y unos pantalones de lana. Su melena, con numerosas hebras níveas, caía sin recoger sobre su espalda y la barba algo desaliñada.

Sobre la mesa había un gran tomo abierto. Una de las dos páginas a la vista estaba escrita hasta la mitad, las runas parecían formar una lista.

— ¿Qué tal estas, hija? — preguntó simplemente.

No la esperaba a horas tan tempranas, pero su presencia tampoco lo sorprendió.

Allí, vestido con ropa de cama y desaliñado, demostraba su verdadera edad, sin esconderla tras el aura de poder que le conferían sus cabellos trenzados, su armadura y sobretodo su actitud. Era su padre y estaba cansado. Sintió que la ternura la invadía, pero no lo demostró pues la relación que tenían no contemplaba esas demostraciones de afecto.


- Buenos días, padre. sentó frente a el en una silla desocupada frente a él. [color=#fab846] - Estoy bien. - dijo automáticamente, pues no solía compartir sus pensamientos con nadie, pero por una vez decidió sincerarse. - Aturdida. Supongo que poco a poco me iré dando cuenta de lo que todo esto significa. El balrog. Rugit. Nuestro hogar y el que hemos perdido. Tengo muchas preguntas. Debo hablar con tu nieto, decirle que ya no tiene padre. Asumir que ahora soy viuda, y que mi esposo no va a volver. No se qué hacer con eso. Tengo que ocuparme de los refugiados, de que se les de una nueva vida. Y ni siquiera se si nos quedaremos. Si ese demonio conseguirá llegar hasta nosotros. Dime, padre. Dime qué haremos ahora.

Cuando las palabras empezaron a fluir pensó que nunca pararían. También fluyó alguna lágrima, pero l orgullo de la enana hizo que las ignorara con determinación. Respiró despacio, para recuperar el control bajo la atenta mirada del enano que le había dado vida. Cuando se calmó alzó la cabeza con dignidad pese a las lágrimas que ya se secaban en sus mejillas.


- Tenemos mucho trabajo. ¿El derrumbamiento es suficiente? Quizá deberíamos derrumbar cada pie de túnel, pues supone un pie más entre ese demonio y nosotros. - miró a su padre fijamente antes de hacer la última pregunta. - ¿Lo viste, padre?

Zhor miró a su hija, aquello que más amaba del mundo y sintió un nudo en la garganta cuando vio las lagrimas recorrer sus mejillas. La última pregunta de su hija hizo que bajara la mirada hacia el libro que tenia frente a si.

— No — dijo tras un largo silencio — Pero vi la luz que generaba su fuego. Llevo combatiendo desde que levantaba del suelo un palmo más que Zhror y jamás había sentido el terror que sentí al notar el calor que desprendía aquel túnel, hija mia… Hay dos millas de piedra entre ese monstruo y nosotros — la miraba a los ojos — hoy comenzaremos a derribar el resto. Se ha quedado Tumuzahar, pero jamás llegará a Gabilgathol. Rugit… y Rrut se sacrificaron para dar una oportunidad al resto. Puede que su sacrificio salvara decenas de vidas, pero… — bajo la mirada hasta el libro y pasó tres hojas hacia atrás, todas estaban llenas — Esta es la lista de desaparecidos aunque, dadas las circunstancias, equivale a un listado de bajas…

La enana se estremeció ante la descripción del terror que había provocado el Balrog en su padre pero cuando éste le confirmó que estaban a salvo y que ese mismo día darían comienzo con el derrumbe que los mantendría más alejados de la criatura sintió un alivio que le relajó los músculos del cuerpo en oleadas. Hasta ese momento no fue consciente de la tensión que había acumulado.

Observó en silencio el listado de desaparecidos.

- Puedo encargarme de localizar y hablar con las familias. Hoy mismo me encargaré de que sean instaladas y se les de una ocupación. Quizá podríamos enviar a algunos a Salón Rojo. Mi tío pronto sabrá de lo sucedido, cuando llegue el grupo que envié. Ahora debo ocuparme de Zhror.- dijo poniéndose en pie. - He pensado en que es momento de que tenga su primera hacha. O quizá un martillo. Hablaré con el maestro herrero. Quizá así... no sea tan duro para él.- dijo, aunque dudaba que así fuera.

Pasó la mano por la línea de los hombros de padre, en un gesto cariñoso que pocas veces realizaba.

- Esperaré cualquier tarea que tengas a bien asignarme. -dijo antes de irse.

Desandó el camino de vuelta hasta su habitación, donde su hijo ya estaba en pie y vestido, sentado a la mesa discutiendo con Dis las propiedades nutritivas del pan de centeno como desayuno. Tomó asiento a su lado y le revolvió los cabellos.

- Está bien Dis, que se coma solo la mitad. Pero solo por esta vez.- advirtió. Calló unos momentos para armarse de valor - Hijo, quiero hablar contigo sobre tu padre.

Cuando su madre habló de su padre el pequeño la miró y sonrió, esta vez mantuvo la sonrisa en el rostro.

— ¿Va a venir papá?

- No hijo. -dijo con firmeza. Aunque su corazón de madre lloraba por las palabras que se veía obligada a pronunciar, la dignidad de su raza le impedía ocultar la verdad al que sería uno de sus guerreros. - Tu padre ha sido llamado al lado Durin. Eso significa que a partir de ahora compartirá sus salones con otros valientes y que no podrás verlo hasta que tú mismo seas llamado, en tu vejez. Pero no estés triste, es una recompensa que el Primer Padre ha querido ofrecerle antes de hora. -dijo, y bajando la voz a un tono de confidencia añadió. - Pues ha sido tu padre, Rugit hijo de Rut, quién encerró al demonio que nos amenazaba.

Intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora que se volvió amarga en sus labios. Dudaba que su hijo notara la diferencia entre un padre muerto y uno ausente.

Zhror parpadeó un par de veces. Era evidente que el pequeño enano no alcanzaba a comprender lo que su madre le estaba diciendo, pero los ojos empezaron a brillar húmedos, bajo la luz de las antorchas.

— Pero… — los labios del niño temblaban con cada palabra — Yo quiero que vuelva… ¿Por qué Durin lo ha llamado en vez de dejarlo venir con nosotros? Quiero ver a papa — las lagrimas rodaron por sus mejillas como diminutos diamantes.

La enana suspiró y tomó a su niño en brazos, acunándolo como cuando era más pequeño.

- Porque tu padre es un gran guerrero y Durin solo se da prisa por llevarse a los mejores. -intentó explicar, aún sabiendo que el mejor consuelo sería su abrazo y el paso del tiempo.

Lo mantuvo así un rato, hasta que el pequeño enano dejó de sollozar.