[Gabilgathol] Visitas inesperadas [1 de Octubre]

La actividad en Gabilgathol era inusitadamente alta y los nervios de la mayoría estaban realmente tensos. Pocos sabían lo que pasaba, pero por el túnel que comunicaba la ciudad con Tumuzahar no habían dejado de salir enanos desde hacía horas.

El salón del sur, que servía de vestíbulo al túnel, estaba repleto de refugiados y guerreros de Belegost, totalmente equipados, cubrían la entrada por lo que pudiera venir del túnel.

Cuando la hija del señor llegó al salón, los primero que sintió fue el miedo que allí se respiraba. Muchos eran los niños y mujeres cubiertos de polvo y lagrimas, pocos los enanos, era obvio se que habían quedado atrás para darles una oportunidad.

Uno de los asistentes de Zhor se acercó al verla.

— Mi señora — dijo — Vuestro padre quiere veros, me ha pedido que…

El estruendoso temblor hizo que el enano dejara de hablar y alzara la mirada hacia el techo. Todos temieron por un momento que la montaña cayera sobre su cabeza, largos hilillos de polvo comenzaron a caer del techo. Otro golpe hizo que muchos enanos perdieran el equilibrio y cayeran de espaldas.

Cuando el asistente logró ponerse en pie, miró aterrado la entrada del túnel, de donde ahora sin ninguna duda, procedían los titánicos golpes.

La noticia de que algo muy malo estaba sucediendo no tardó en llegar a sus oídos. El rumor de derrumbamiento en el túnel le hizo encoger el corazón de pavor. Esos pobres enanos atrapados bajo la roca que jamás volverían a ver a sus seres queridos, no pudo evitar recordar aquel episodio que la visitaba en sus pesadillas y sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Dejó al instante la carta que estaba escribiendo. Era para su esposo, que trabajaba en la construcción del túnel que uniría Salón Rojo con Nogrod. Eso podía esperar.

Avanzó a paso ligero hacia el salón del sur, vestíbulo del túnel hacia Nogrod y se fue encontrando con los refugiados, que cubiertos de polvo se internaban en la majestuosa Gabilgathol. Un vez en el vestíbulo sorteó a las enanas que corrían en dirección contraria, con los ojos anegados en lágrimas por los que dejaban atrás y los puños apretados por no haber tenido otro remedio que huir. Localizó a la compañía de guerreros que guardaba la entrada del túnel y se dirigía a ellos cuando uno de los asistentes de su padre lo interceptó. Le decía algo cuando un temblor tan inmenso que hizo caer polvo del techo los lanzó juntos al suelo. Solo había una cosa bajo la roca capaz de crear ese sonido inmenso y aterrador. Sonó de nuevo y retumbó por toda la caverna y el corazón de Zhura se saltó un latido. Entonces cerró los ojos un segundo, pálida por el terror. Deseó correr junto a su padre y su hijo, abrazarlos y esconderse como la niña pequeña que hace mucho dejó de ser. Pero su pueblo estaba allí, huyendo para salvar su vida y si debían reunirse con el Hacedor que así fuera, pero un enano no moría sin luchar. Un enano no se rendía si había algo que sus manos pudiera emprender.

- ¡BALROG!-gritó poniéndose en pie. -¡DERRUMBAD LA ENTRADA DEL TÚNEL! ¡DERRUMBADLA! -ordenó a los enanos que se levantaban del suelo.

Se giró al emisario de su padre y lo cogió con fuerza por el cuello del la túnica.

- Dile a mi padre que coja a mi hijo y lo saque de aquí. ¡Corre!

— ¡Ignorad esa orden! — la voz sonó poderosa detrás de Zhura — El balrog está al menos a treinta millas de aquí, no puede haber pasado todavía por el estrechamiento de Barun, si derrumbamos la entrada y consigue llegar hasta aquí nada podrá pararlo…

Zhor, el viejo señor de Gabilgathol lucia su antigua armadura pesada, tan brillante y magnifica como cuando había retomado Belegost.

— ¡Avanzad hasta las escaleras de Khariad! — ordenó ignorando a su hija — ¡Picad los contrafuertes y derrumbad desde allí! — se giró entonces hacia Zhura — Ningún señor de Gabilgathol abandona su salón o su gente, ve tú con tu hijo. Reune a las mujeres y los niños en la puerta del este, prepara víveres y todo lo necesario para un viaje.

Tras Zhor se alzaban cuatro robustos guardias pertrechados con armaduras igual de pesadas que la de su señor y un enano al que Zhura no conocía, tan cubierto de polvo como el resto de refugiados y una ancha lengua de sangre seca que le recorría la frente. El enano no dejó de mirarla en ningún momento, en su mirada podía verse el miedo, pero Zhura creyó ver algo mas.

El miedo que había sentido se disolvió durante un instante con las palabras furiosas que se agolparon en su mente, pero calló. Estaba claro que si bien los señores de Gabilgathol no abandonaban sus salones, las señoras podían huir como cobardes. Y si ese señor era su padre no valía la pena discutir. Con rostro inexpresivo dio media vuelta y sin más se alejó de allí. A cumplir las órdenes.

A la salida del vestíbulo encontró entre el gentío a Dis, que la esperaba seria pero en calma. La enana, que se acercaba ya a los 180 años solo tuvo que mirar los labios apretados de Zhura para comprender.

- Dis, avisa a las mujeres. -dijo echando a andar seguida por la enana más mayor, cuya habilidad organizativa era comparable a la del general de un ejército.- Que las ancianas se encarguen de los niños y preparen víveres. Viajaremos. Las madres y las solteras las protegerán, organizadas en grupos familiares. No sabemos si contaremos con guerreros o no, hay que prepararse. Nos reuniremos todas en la puerta este, esperando órdenes de evacuación.

La enana asintió. Dio un breve abrazo a Zhura y se marchó a poner en marcha el plan de huida. No les llevaría mucho tiempo. Muchas de las madres y abuelas de Gabilgathol habían vivido la guerra o las escaramuzas con los trasgos. Si alguien esperaba que una enana permaneciera quieta mientras alguien intentaba hacer daño a sus hijos, estaba loco o era estúpido.

Zhura llegó a paso rápido a sus aposentos. Allí estaba Zhror, su hijo. El enano preadolescente esperaba tenso y alerta. Era lo suficientemente mayor para saber que algo fuera de lo normal sucedía.

- Zhror, ponte la armadura de cuero que te regaló el abuelo. -dijo, sabiendo que al chico le haría tanta ilusión que dejaría de preocuparse por lo que pasaba.- Es posible que vayamos de viaje así que prepara un zurrón con tus cosas. No me pierdas de vista.

El chico se lanzó a vestirse y Zhura lo ayudó ajustando bien cada parte. Sintió orgullo a ver a su hijo, un día sería un gran guerrero y deseaba con todo su corazón que ese día pudiera llegar. Una vez su hijo estuvo preparado le pidió que la ayudara a su vez a ponerse la armadura. Cuando estuvieron los dos preparados lo mandó a reunir sus cosas, vigilando que no llevara nada superfluo.

Mientras Zhura terminaba de llenar su bolsa Dis volvió.

- Las mujeres ya están preparándose, niña. -le dijo.- Cada grupo sabe que debe mantenerse junto y antes de dirigirse a la puerta sur pasan por las cocinas para recoger su parte de alimentos para el viaje. También me he ocupado de las refugiadas, sumándolas a nuestros propios grupos. -calló un momento y al volver a hablar le tembló la voz.- He oído que ha despertado un balrog.

- Sí. Es un balrog. - respondió Zhura mirando a la mujer a los ojos. El corazón aún le latía acelerado, pero tener algo que hacer ayudaba a controlar el miedo. Se pasó las manos por los lados de la cara, sintiendo las patillas suaves que llevaba trenzadas, en un gesto nervioso. -Por eso hay que prepararse. Haremos algo. Reúne un grupo de enanas solteras , una docena bastará, y recluta a varios de los guerreros jóvenes. Irán en un primer grupo hasta Salón Rojo y llevarán la noticia. Que partan de inmediato.

No dijo que ese grupo era el seguro de vida que enviaban desde Gabilgathol para mantener la raza. La oportunidad de que los enanos, mermados en número por la guerra, sobrevivieran. No hacía falta. Dis comprendía. Con una mirada oscura la enana se marchó de nuevo a movilizar a los rezagados y asegurarse de que el plan continuaba en marcha.

Zhura se sentó un momento y consiguió esbozar una sonrisa a su hijo, que había observado pálido el intercambio de las dos enanas. Era muy valiente, como su abuelo y su padre.

- Hijo, acércame el paquete de cuero de aquel estante.- le pidió y el chico se lo trajo.

Lo apoyó en sus rodillas para desatar los cordones y dejar a la vista una pareja de hachas de mano, antiguas y decoradas al estilo enano.

- Son mis hachas de guerra Zhror. Eran de tu abuela, era una gran guerrera. Llevaremos una cada uno. - dijo, entregándole una. Lo que no dijo fue que si ella moría, al menos su hijo tendría algo que le recordara su linaje.

El pequeño Zhror había pasado toda la tarde con Galin y su madre, pero cuando empezó el revuelo de ir y venir, se escabulló y acudió a los aposentos de su madre. Se asustó ante las sacudidas y estuvo a punto de llorar, pero recordó las palabras de su abuelo, era un enano, duro como la piedra y bravo como la tormenta.

Cuando su madre entró se abalanzó sobre ella para abrazarla, obligándose a cerrar los ojos para que no surgieran las lagrimas. Pero cuando le dijo que se pusiera la armadura, pareció olvidarse del miedo.

Cuando Dis volvió, Zhror se ocupó de arreglar el error que su madre había cometido con el equipaje. Sacó un trozo de pan de centeno, que tan poco le gustaba, para hacer hueco para sus cosas. Metió sus pequeños guerreros de piedra y un par de trozos de carbón para dibujar en alguna roca.

Sabia que a su madre no le gustaba, pero aún así no pudo evitar espiar la conversación. Una mueca de asombro surgió en su rostro.

Cuando regresó su madre, hizo lo que le pedía y observó maravillado las magnificas hachas. Tomó con ambas manos el hacha que le daba su madre y su sonrisa se ensanchó.

— ¿Vamos a pelear con un… balgor? — preguntó emocionado.


El enorme salón que daba a la puerta del este se estaba llenando de mujeres y niños enanos, asi como de una escolta adecuada. Todo comenzaba a estar preparado y los que ya habían llegado esperaban. Esperaban la fatídica orden que los haría marchar de su hogar para, probablemente, no regresar.

El primer grupo partió enseguida, siguiendo las órdenes de la dama de Gabilgathol. Quince enanas jóvenes y fuertes, acompañadas de veinte enanos. El mayor no llegaría a los 65 años.

Zhura no pudo hacer otra cosa que reír ante la pregunta de Zhror. Pese al miedo a perder todo lo que tenía y todos aquellos que le importaban dejó escapar una carcajada llena de amor por su hijo. Lo abrazó y besó sus cabellos suaves y trenzados mientras murmuraba.

- Claro que si, hijo. Tu y yo, derrotaremos a ese monstruo. Yo lo haré caer y tu terminarás con su detestable existencia y serás un guerrero tan grande y famoso que Durin mismo se regocijará y te guardará un lugar a su derecha.

Le dio un último beso antes de ponerse en pie y enmarcar su carita entre sus manos, mirándolo con ojos empañados. Jamás nadie le haría daño si le quedaba un hilo de vida, se prometió.

- Ponte el casco. Ya partimos. - dijo con voz dulce.

Hizo lo propio, asegurando su daga en la cadera y los cuchillos de sus botas. Se colgó el morral, tomando su hacha en una mano y a su hijo en la otra.

Dejaron la estancia atrás seguidos de Dis, sin dedicarle una última mirada. Caminaron por los amplios pasillos de Gabilgathol hasta el salón de la puerta este, donde ya casi todos los que serían evacuados esperaban ya, pues había pasado no poco tiempo desde que se dio la orden, y los enanos eran disciplinados. Al pasar entre la gente dedicaba gestos de consuelo a unos y de ánimo a otros. Los rostros de los futuros refugiados expresaban temor pero determinación. Su deber era dar ejemplo, con la calma que no sentía pero demostraba. Una vez allí llamó a uno de los soldados de su padre, para que le hiciera saber que en pocos minutos estarían preparados para partir.

- Informa al Señor de Gabilgathol de que esperamos su orden para partir. -dijo con solemnidad.

La espera estaba siendo angustiosa y el nerviosismo crecía entre aquellos que aguardaban.

Cuando su padre apareció liderando a los guerreros Zhura levantó en brazos a su hijo, que adormilado apoyó la cabeza en el hombro de su madre. Avanzó entre el gentío hasta la primera fila para oír las nuevas, fueran buenas o malas. La nueva noticia la recorrió en oleadas de alivio al igual que al resto de enanos. Pero duró poco. ¿De verdad era suficiente el derrumbamiento de un túnel para detener a semejante demonio? ¿Estaban realmente seguros? Sacudió la cabeza y se acercó a su padre y señor, a la espera de poder hacerle las preguntas que a toda velocidad pasaban por su mente. Esperó en silencio con su hijo al dormido al brazo.

Zhor bajó con dificultad del banco de piedra y se acercó a su hija.

— Dis — llamó a la enana que había tras Zhura — Mi nieto necesita descansar en condiciones, llévalo a su cama.

Espero a que Zhura le cediera el pequeño enano a Dis y entonces la tomó por el brazo para llevarla a un rincón.

— Hija mia…

Zhor nunca había sido un enano de verbo abundante, sin embargo pocas eran las ocasiones en que las palabras no acudían a su boca con rapidez y claridad. Esta era una de esas ocasiones.

— Rugit no ha regresado — informó — Mi primo Rrut y él eran los que encabezaban a los que trataron de retrasar al Balrog…

Contempló a su padre acercarse a ella y la forma en la que le empezaba a costar realizar algunos movimientos. Se dio cuenta de que el Señor de Gabilgathol no era tan joven como antes. Con su hijo seguro entre sus brazos, sintió temor ante la posibilidad de perder a su padre. Eran muchas cosas las que temer ese día. Aunque tenía sus reservas, su padre actuaba como si todo estuviera resuelto y se permitió relajarse un poco mientras Dis se llevaba al pequeño. Cuando su padre la tomó del brazo para apartarla del gentío quiso aprovechar para preguntarle los detalles. Pero no llegó a hacerlo, pues su padre le dijo que era viuda.

Zhura miró sin ver, como si no entendiera las palabras "...eran lo que encabezaban a los que trataron de retrasar al balrog..."

- Rugit.- dijo con extrañeza. Su esposo. No volvería a verlo. Había muerto. Era raro, había temido por la vida de su gente, su hijo, su padre... pero ¿Rugit? En el torbellino de emociones no encontró espacio para preocuparse por su marido ausente. - Tendré que hablar con Zhror.- acertó a decir.