[Serles Nimraith] Vientos del oeste [2 de octubre]

— Mae carnen, Arathind, mellon nîn — susurró Althärien al caballo acariciándole la cabeza.

Arathind piafó suavemente y cabeceó un par de veces como respuesta. Althärien acarició el cuello del animal, cuyo pelaje era de un gris tan claro que a la luz del sol parecía blanco, y se giró entonces hacia sus exploradores, observandolos un momento en silencio. Eran diez, cuatro los acompañarían a Belegril, Nïriel y él en su búsqueda por Ered Luin y los otros seis acompañarían a Eldannar hasta Mithlond.

Althärien iba vestido de forma similar a cuando salían de patrulla. Llevaba unos pantalones del color de la avellana y una camisa de tela del color de la corteza de mallorn, sobre la cual portaba una aljuba de color verde pardo. Calzaba unas botas de media caña de suave cuero y unos brazales labrados con finas filigranas doradas. Se protegía el pecho y los hombros con una armadura de cuero que le permitía una buena movilidad, pero le otorgaba cierta protección. Sobre todo esto, llevaba su capa de Lorien, que lo ocultaría de miradas poco amistosas, sujeta con el broche dorado en forma de hoja de su hermana, cuyas gemas verdes se habían vuelto rojas progresivamente sin explicación desde que ella partiera hacia Valinor.

Se dio la vuelta al sentir la presencia a su espalda y no pudo evitar esbozar una sonrisa al ver a su hermano de pie junto a él. Eldannar llevaba una armadura menos ligera y mucho más elaborada. Finas bandas de metal dorado como las hojas en otoño se cruzaban en su pecho y se dirigían, perpendicularmente, hacia su espalda, creando formas similares también en los brazales que protegían sus antebrazos. Un faldón del mismo metal con formas que recordaban a largas hojas, protegía sus muslos. Sobre la armadura llevaba una capa idéntica a la de Althärien y al resto de guerreros que marcharían con ellos. Los exploradores que partirían con el grupo de Ered Luin llevaban armaduras ligeras de cuero, mientras los que acompañarían a Eldannar portaban las mismas armaduras que él.

— Veo que ya estás preparado — dijo Althärien apoyando una mano en el hombro de su hermano.

Eldannar asintió devolviéndole la sonrisa a su hermano.

— ¿Ya te has despedido de padre?

— Si — replicó Eldannar perdiendo su sonrisa — Parece disgustado, hermano. Creo que está enfadado por mi decisión.

Althärien también hizo desaparecer la sonrisa y miró a su hermano a los ojos.

— Padre está preocupado por ti, Eldannar — dijo — una preocupación que yo comparto. Es esa preocupación lo que turba sus pensamientos, no su enfado — volvió a sonreír a su hermano y lo estrechó en un abrazo — Ten mucho cuidado — ordenó — Recuerda no combatir a no ser que sea necesario y que nuestros caballos son más veloces que ninguna montura del enemigo. Si encontráis jinetes de huargo…

— Atacaremos primero a las monturas — interrumpió Eldannar devolviéndole la sonrisa — y a los arqueros. Tendré cuidado, hermano — prometió — Tenedlo también vosotros.

Althärien asintió y alzó la mirada hacia el enorme árbol que era el corazón de Serles Nimraith.

— Voy a ver si Nïriel está lista — dijo volviendo a mirar a su hermano.

— Cuídala bien — dijo Eldannar con seriedad.

— Lo haré — prometió Althärien “Con mi vida, si es preciso” habría añadido si no fuese su hermano quien tenía delante.

Se estrecharon en un último abrazo y se separaron con paso lento. Eldannar se encaminó hacia los demás guerreros y Althärien hacia Emelorn, dirigió un último vistazo hacia su hermano y su mirada se encontró con la de Velephin, el más veterano entre sus exploradores. El elfo le devolvió la mirada y le dirigió un leve de cabeceo a modo de despedida, pero Althärien supo que en aquel gesto había algo más, “Cuida de Eldannar” le había dicho “Protégelo y aconséjalo con sabiduría”.

Recogió un paquete envuelto en tela marrón que había dejado sobre la grupa de Arathind y se encaminó por fin hacia Emelorn. Subió con presteza las escaleras que recorrían el interior del gargantuesco árbol hueco en dirección a los aposentos de Nïriel. Conforme iba subiendo, las canciones se iban haciendo más claras. Hablaban de tiempos pasados, de grandes pérdidas, pero también de esperanzas venideras.

Entró en el flet de Nïriel y observó a su alrededor. La vio junto a la cama, sujetando sobre ella un pequeño morral de cuero en el que estaba metiendo algo. Se acercó asegurándose de que la elfa escuchaba sus pasos y la saludó con una sonrisa cuando lo miró.

— No cojas nada que no sea imprescindible — le dijo, aunque sabia que ella ya habría pensado en eso.

Se acercó hasta quedar a su lado y la observó desde arriba, desde una distancia realmente corta.

— ¿Estas preparada?

Nïriel pudo notar en el tono del elfo que no se refería al equipaje en absoluto.

Todo un mundo de plantas secas y pequeños frascos llenos con distintas clases de ungüentos parecía crecer cada día que pasaba en el flet de Valadhiel. Nïriel dio un pequeño paso más al interior, no le gustaban las despedidas, desde pequeña, las había relacionado con la pérdida de un ser querido. Si por ella hubiera sido, habría dejado escapar el momento amargo del adiós; pero sabía que su instructora no lo habría entendido, al menos no como harían otros amigos elfos de Nïriel.

Cruzó los dedos de las manos sobre su regazo mientras que el brillo violáceo de sus ojos miraba – esperaba que no por última vez – la decoración floral, los dibujos y las mesas donde había aprendido a preparar remedios y tratar a las plantas. Un brillo triste y melancólico, sus deseos eran proteger Serles Nimraith de todo mal que pudiera acechar, no partir lejos de los suyos; pero no debía contrariar los designios de los Valar.

La elfa se acercó a una de las mesas y leyó una nota que había sobre ella. Se trataba de una receta y, viendo lo que se necesitaba, alguien parecía tener malestar tras las comidas. Bajó de un estante el mortero e introdujo en él cada una de las hierbas, echó un chorrito de agua y comenzó a machacar la mezcla.

Absorta en sus pensamientos, Nïriel no escuchó la llegada de la dueña del flet. La anciana tocó el brazo de la joven y ésta se sobresaltó; la mayor mostró una sonrisa cálida, cómo la de una madre.

— Estaba al lado, hên — dijo señalando otro compartimiento del flet —, tenías que haber avisado — la joven asintió volviendo la vista al mortero de madera —. Supe lo de vuestro viaje; nada has de temer, los hijos de Lithien son buenos hombres, te protegerán — tomó las manos de Nïriel, obligándola a dejar la preparación del remedio y a mirarla —. Ven, pequeña — la estrechó entre sus brazos —. Entiendo tu preocupación, pero sabemos protegernos los unos a los otros. Lo hemos hecho durante siglos y así seguirá. Encontrarás a Serles Nimraith a tu regreso igual que a esta despedida — Valadhiel besó suavemente la mejilla de la joven.

Nïriel asintió nuevamente.

— Nada me gustaría más, meldis — sonrió con dulzura, disimulando otros pensamientos que la turbaban. No sólo temía por su padre, Valadhiel y Serles Nimraith, también temía por las vidas de Althärien, Eldannar, los suyos y la propia, y por aquello desconocido a lo que se iban a enfrentar. Nïriel dejó de abrazarla y tomó sus manos entre las de ella —. He de irme, aún tengo que ultimar detalles antes de partir…

— Espera, quiero que lleves algo contigo — anunció la anciana a la vez que apartaba las manos de la joven y se dirigía a un armario. Abrió uno de los cajones y sacó un libro; después deshizo sus pasos —. Aquí tienes, lo necesitarás más que yo; muchos años han pasado desde que comencé a escribirlo y la experiencia no se olvida. Además, las tardes son aburridas, tendré más tiempo que tu para escribir uno nuevo — bromeó con su cálida risa en el rostro.

— Hannad, meldis — agradeció a la vez que tomaba entre sus manos el libro — Nos vemos pronto — añadió sonriendo.

Nïriel salió del flet de Valadhiel, fijó sus ojos en el Árbol Madre y encaminó sus pasos hacia allá. Una vez en su flet, se arrodilló frente a un cofre y lo abrió, sacando de él sus ropas de montar y las de cuero; las dispuso sobre la cama y luego buscó una tina para llenar de agua caliente.

Arrojó sobre el agua flores de viola y lirio, dándole al líquido el olor suave de la primavera; dispuso también la cortina que separaba la bañera del resto de habitación. Después, con un hábil movimiento de manos, se deshizo de los cordones del vestido y éste se desplomó hasta tocar el suelo de madera.

El agua tibia y los aromas de las flores besaron la blanca piel de la elfa. Ella cerró los ojos y disfrutó del momento, pues no tenía forma de saber cuándo volvería a disfrutar de la comodidad baño caliente, más del que desearía, con toda certeza.

Al salir de la bañera, tomó varios paños de lino y secó, delicadamente, su piel. Pronto se vistió con las ropas que había preparado con anterioridad: unos pantalones gruesos y una fina camisa de tela blanca; sobre ellos, una túnica de cuero que le llegaba hasta casi sus rodillas; la túnica tenía dos aberturas en sus lados, lo que le permitía poder moverse ágilmente si le era necesario, no llevaba más adorno que unos sencillos dibujos grabados en el cuero. Su calzado estaba formado por unas botas altas de cuero; dejó su capa sobre la cama, se la pondría a la hora de partir. Todas las ropas de la elfa eran de los colores típicos de ellos: distintas gamas de verdes y marrones que recordaban a la vegetación propia del lugar.

Nïriel se acercó a un pequeño armario y lo abrió, sacó de él varios paños que podrían hacer de vendajes y envolvió unos frasquitos con remedios ya preparados, cogió también un pequeño mortero. Guardó todo ello en su saco, junto al libro que le había regalado Valadhiel.

Levantó la mirada al oír las pisadas, la elfa se puso en pie y correspondió la sonrisa de Althärien con una forzada. No porque no se alegrase de ello, si no porque el momento de abandonar Serles Nimraith estaba cada vez más cerca.

La elfa alzó la cabeza y miró los profundos ojos grises de su compañero.

— ¿Cómo estarlo, si ni siquiera sabemos a qué nos enfrentaremos? — contestó a su pregunta de forma brusca, poco habitual en ella — Sin saber dónde se esconden el pueblo enano, sin saber si nos harán daño cuando nos vean…

Miró hacia un lado y suspiró.

— No se puede estar preparada para algo así, pero tu padre cree fervientemente en el mensaje de Elbereth y parece haber contagiado al mío. No puedo mostrarme con dudas ante ellos — confesó Nïriel —, he de ser fuerte y enfrentar el destino que los Valar han querido para mí, para nosotros…

Althärien miró a Nïriel con seriedad, alzando una mano hasta su brazo, cerca de su hombro.

— Nadie va a hacerte daño mientras quede el más leve apice de fuerza en cuerpo — dijo con una leve caricia — Hasta que Eru decida arrebatarme el último aliento.

Sus ojos permanecían clavados en los de Nïriel durante un momento, tan intenso que no sabría decir si habían sido horas o segundos. Desvió la mirada por fin y observó la capa de terciopelo que reposaba sobre la cama, aquello hizo que una sonrisa se dibujase lentamente en su rostro.

— He traído esto para ti — susurró entonces.

Abrió la tela marrón que había traído con él y dejó a la vista una capa similar a la que él mismo llevaba. Tomó el broche que estaba preparado sobre la cama y colocó la capa sobre los hombros de la joven elfa.

— Era de mi madre — informó con una sonrisa melancólica — Me la dio justo antes de subir al barco que la llevó a Valinor. Quiero que la lleves tú.

Los labios de la elfa se curvaron suavemente tras oír sus palabras, aunque en sus ojos apareció un brillo triste.

— No es el daño hacia mí aquel al que temo. Es tu sangre y la del resto la que temo que se derrame — dijo en un suave susurro.

Lejos de molestarle los minutos de silencio que habían surgido entre los dos elfos, Nïriel se sentía más aliviada al notar en sus ojos que las palabras que salían de sus labios eran sinceras.

Los ojos de Nïriel observaron con curiosidad el fardo que sujetaba Althärien entre sus manos. Hizo una mueca, desconcertada, al ver que se trataba de una capa; siguió con la mirada al elfo al alejarse éste, no tardó en volver con el broche que había dejado sobre la cama.

La elfa se recogió el cabello con las manos al advertir las intenciones de Althärien. Le sonrió con dulzura cuando sus miradas se cruzaron de nuevo.

— Hannad, Alth — agradeció a la vez que sus manos acariciaban el tejido de la capa. Luego aguardó unos minutos de silencio —. Quizás no debería aceptarlo, si es el único recuerdo que tienes de tu madre, deberías conservarlo tú… — dijo sintiéndose mal por haberla aceptado de tan buena gana en un principio.

Correspondió el agradecimiento con un leve gesto acompañado de una sonrisa. Bajó la mirada hacia la capa y la observó en silencio. Le acoplaba como un guante, casi como si hubiera sido hecha para ella.

— En ese caso no lo consideres un regalo — dijo — Devuélvemela cuando los dos estemos de regreso en Serles Nimraith, ¿de acuerdo?

Alzó la mano y colocó un mechón rebelde tras la oreja de la elfa y volvió a sonreírle.

— No te preocupes por eso. No se derramará — aseguró — Si Varda ha enviado ese mensaje, no dejará que nos ocurra nada — aun así, no pensaba confiarse en absoluto — Además… — ensanchó su sonrisa — somos los guerreros más letales de Serles Nimraith — bromeó tratando de relajar el ambiente.

Nïriel agachó la mirada y se encogió de hombros; el positivismo de Althärien no hacía mella en la elfa, aún así, se obligó a sonreírle, para el elfo también debía ser duro abandonar Serles Nimraith.

— Entre tus manos estará de nuevo a nuestro regreso — prometió, ampliando su sonrisa cuando le colocó un mechón de sus castaños cabellos detrás de la oreja.

Tomó la mano del elfo entre las suyas y la bajó, luego soltó su mano y retrocedió un par de pasos. Se esforzó por mantener el ambiente amistoso con el que Althärien pretendía relajarla, pero su temor hacia lo desconocido no se lo permitió.

— Tal vez tengas razón y estemos bajo su protección — suspiró lentamente —. ¿Y tú? ¿Estás preparado? — deshizo sus pasos hasta quedar de nuevo frente a él — ¿No hay nada a lo que Althärien Lithienion tema? — formuló la pregunta con un forzado tono sarcástico.

— A la ira de la hija del señor de Serles Nimraith, tal vez — replicó Althärien sonriendo, pero su sonrisa se difuminó lentamente.

La miró entonces con más seriedad, sintiendo el escaso aire que separaba sus cuerpos, casi pudiendo notar la energía de los eldar que latía en Nïriel.

— A la perdida — admitió entonces — A la muerte y al olvido — desvió la mirada y observó el horizonte formado por el frondoso bosque de Lindon — Pero no a la mía, si no a la de mis seres queridos — clavó la mirada de nuevo en los hermosos ojos violáceos de la joven elfa — La de mi padre, la de mi hermano, la… — dudó un momento, pero al cabo volvió a tomar la mano de Niriel con la suya — La de la dama de Serles Nimraith.

Se dio cuenta que aquello era lo que más temía en realidad. Soltó la mano de la elfa para evitar que se sintiera incomoda y caminó unos pasos hasta quedar junto al borde del flet. Apoyó ambas manos en la barandilla de madera y observó las altas Montañas Azules.

— Pero ahí fuera — el sol alumbraba desde el oeste, dejando oscuras las laderas de Ered Luin — el peligro es real, eso no lo olvides, Nïriel — giró la cabeza, para poder mirar a la elfa —, pero el miedo es una opción.

La elfa puso los brazos en jarra e hizo una mueca sarcástica, luego asintió repetidas veces, como si hubiera más de razón que de broma en las palabras del elfo. El dulce rostro de la galadhrim perdió el brillo de su sonrisa ante la seriedad de Althärien.

Escuchó atentamente la confesión de los temores del elfo; no apartó la mirada de sus ojos tal y como él hacía, si no que la mantuvo fija en ellos. Nïriel aferró sus manos a las de Althärien en señal de apoyo, puesto que lo comprendía demasiado bien. La joven elfa no fue capaz de reprimir una sonrisa cuando la hizo conocedora de lo importante que significaba para él, sólo entonces apartó la mirada, que nerviosa, barría el suelo tan rápida como silba una flecha justo antes de clavarse en su objetivo.

Nïriel soltó sus manos cuando el elfo pareció querer escaparse de ellas, un gesto tan simple que comenzó a añorar desde el mismo instante en el que dejó de sentir la calidez que desprendía su piel. Tras titubear unos segundos, decidió andar en su pos, la elfa posó sus codos sobre la barandilla y miró, sin ver nada, hacia el horizonte.

—Tú también ocupas un lugar en mi corazón — dijo, tras un rato absorta en sus pensamientos. También temía equivocarse en sus sentimientos y no ser correspondida —. Eldannar, Lithien… habéis sido como miembros de nuestra escasa familia — continuó, suspiró profundamente y, segundos más tarde, continuó, ladeando la cabeza para poder mirarle —. No lo olvidaré, aprenderé a ser fuerte y no permitiré que el miedo nuble mis sentidos — prometió.

Abajo, podía observarse escenas de lo que era la vida cotidiana en Serles Nimraith: un grupo de exploradores que acababan de volver de mantener la paz en el bosque, algunos llenaban sus vasijas con el agua de los riachuelos que pasaban junto a Emelorn, niños que jugaban ajenos a la oscuridad que se cernía sobre todos ellos.

Nïriel se irguió y retrocedió unos pasos.

— ¿Crees que volveremos? — preguntó mientras miraba a los niños con nostalgia.

Althärien miró a Nïriel cuando dijo que él también ocupaba un lugar en su corazón, pero cuando siguió hablando, se dio cuenta de que tal vez no del mismo modo a como ocupaba ella el suyo.

— Así como lo habéis sido tu padre y tú para la nuestra, Nïriel — contestó — Desde que mi madre y mi hermana partieron a Valinor, mi padre está volcado en la supervivencia de nuestro pueblo. Al principio me negué a irme por orgullo, no podía permitirme abandonar la Tierra Media con más miseria que cuando mi madre me trajo a ella — volvió a mirar al horizonte — Ahora veo que tengo más motivos para estar aquí.

Bajó la mirada hacia el grupo de niños que correteaban por los flets y los puentes, muchos metros más abajo, y escuchó las palabras de la elfa. Aquella pregunta había ocupado su mente muchas veces desde que su padre había expuesto aquella misión. Habia pasado la noche contemplando las estrellas y meditando junto a Eldannar. Pocas palabras se habían dirigido, pero ambos sabían que aquellas horas podrían ser las últimas que compartían.

— Volveremos — dijo dirigiendo su mirada a la elfa — Se que lo haremos — y, no sabría explicar por qué, sabía que había razón en sus palabras.