[Serles Nimraith] Dulces sueños (1 Octubre)

A Belegril le tocaba turno de noche. Por eso había estado descansando toda la tarde. Normalmente, el elfo no dormía para evitar soñar y que las pesadillas que todavía lo atormentaban de vez en cuando interfirieran en sus quehaceres. Sin embargo, aquel día no pudo escapar al sueño.

Se había dormido sin notarlo. En un momento, había pasado de estar rodeado de árboles a sentir la brisa marina sobre el rostro. El olor a sal lo había golpeado con tanta fuerza que Belegril había sentido vértigo y casi lo había hecho despertar de golpe. Pero el mar estaba en calma. El barco, uno de los que había visto en Mithlond tantas veces, se balanceaba en el agua más por placer que por voluntad de las aguas y parecía acunar a cuantos navegaban en él. Belegril se sentía tan a gusto que casi había olvidado su miedo al mar.

Pero entonces todo vibró.

Hizo falta una segunda vibración del suelo para que Belegril despertara y se diera cuenta de que no era el barco lo que le hacía moverse, sino la misma tierra que le había dado siempre seguridad. Para cuando llegó la tercera, Belegril estaba bien despierto. Por supuesto, no había olvidado su miedo a las aguas; pero tanto sentir moverse a la tierra le hizo sentir si no hubiera estado más seguro en el barco con el que había soñado.

Los árboles vibraban. Las hojas temblaban. Las raíces se sacudían. Belegril casi podía sentirlo. ¿Qué era aquello? Nunca había experimentado nada parecido.

—Bueno, bueno —murmuró. Aunque hubiese habido alguien al lado, probablemente no habría oído más que un sonido similar al del roce de dos hojas. Últimamente, Belegril hablaba solo, pero eso no significaba que fuera a permitir que otros le escucharan—. En mis sueños estaba encaramado a un mástil, y ahora estoy en un árbol que se mece como uno. ¿Qué está pasando aquí?

Caminó hacia el centro del disimulado flet de la guardia y tocó con las puntas de los dedos la corteza del árbol. La vibración había desaparecido, ya no sentía nada, pero estaba seguro de no habérselo imaginado.

Semejantes temblores no existían en el Bosque Negro. Si hubiese estado en Ithilien, las habría achacado a la furia del Orodruin. Pero él nunca había viajado tan al sur, y desde luego que no estaba en Ithilien. Estaba en Serles Nimraith... En el Bosque de Lindon, en...

Se estremeció. Por supuesto, estaba justo en lo que quedaba de la tierra que, según le habían contado, la furia de los Valar había arrastrado a las profundidades del mar. ¿Y si habían decidido terminar lo que empezaran edades atrás? ¿Y si se habían cansado de la hegemonía del Enemigo y habían decidido que la Tierra Media debía pasar a ser un reino bajo el agua? Miró hacia arriba, sus agudos ojos penetraron más allá del techo de ramas, y espero ver una ola gigante abatiéndose sobre él. Sobre todos ellos.

No, era el mismo cielo de siempre. ¿Cuánto podía llegar a aterrorizarse a sí mismo? Aquellas pesadillas estaban haciendo mella en su ánimo. Sacudió la cabeza y descendió por el árbol, hasta las raíces. Hundió los dedos en la tierra y comenzó a caminar gateando por el suelo del bosque. Si había más temblores, quería sentir en sus propias carnes la dirección de la que venían. Y de paso, trataría de encontrar a algún otro guardia.

Aunque sólo fuera para confirmar que su mente no le estaba jugando una mala pasada.

Una vez en tierra, los oídos del elfo captaron pronto los susurros.

¿Lo has sentido? ¿Qué puede haber sido? ¡La tierra se mueve! Eran comentarios que se repetían por doquier. No escandalizados, por supuesto. Los elfos de Serles Nimraith eran en su mayoría jóvenes, pero eso no les impedía haber vivido lo suficiente como para no escandalizarse con rapidez. Pero sí preocupados.

El sol, que se escondía ya en el horizonte, pronto dejaría paso a las estrellas. Y de eso precisamente hablaban los guardias que Belegril encontró primero.

- ... Te digo que no es normal. Aquella noche, mientras hacía guardia, las estrellas se movieron. Y hoy se mueve el suelo. No puede ser bueno -dijo uno.

- Imaginaciones tuyas. Verías luciérnagas, o estrellas fugaces. Me hablas de hace mucho. Si Elbereth nos hubiera hablado, Thoronnir lo sabría.

- ¿Y la tierra?

- A veces pasa...

- ¿Tú lo habías sentido alguna vez?

- No, pero... -el otro elfo le dirigió una mirada de satisfacción, y éste se dio por vencido.- Somos jóvenes, seguro que Cirdan sí lo ha sentido alguna vez.

- Y seguro que no significaba nada bueno... ¿querías algo? -por fin, habían reparado en la presencia de Belegril.

-¡Oh! Yo, quería... -Belegril se apresuró a incorporarse. Algo le dijo que no daría muy buena impresión a aquellos dos, si le veían arañando el suelo sin razón aparente-. Bueno, en realidad quería asegurarme de que la tierra había temblado realmente, estaba esperando a ver si volvía a suceder -añadió, levantando sus dedos manchados de tierra, como si eso lo explicara todo-. Me pregunto qué significaría...

Pensó en las palabras que había escuchado mientras se acercaba a ellos y volvió a mirar al cielo. Él no veía ninguna diferencia, aunque todavía no había oscurecido completamente.

-¿Has dicho que las estrellas se movieron? -dijo en voz baja. No tenía sentido fingir que no les había oído, y ellos tampoco habían tratado de ocultar su conversación-. Movimiento. Cambio. Yo sé leer las señales del bosque, averiguar qué vive en él y qué lo invade, pero esto... Son las señales del mundo. No tengo idea de cómo interpretarlas. Me pregunto quién podría desentrañarlas hoy en día... -casi se había olvidado de sus interlocutores. Sacudió la cabeza y volvió a mirarlos-. ¿Deberíamos reforzar las guardias de algún modo? -preguntó, más pragmático-. Bien podría ser lo que acabamos de sentir alguna clase de señal del enemigo.

Uno de los guardias rió ante las palabras de Belegril y el otro no tardó en imitarlo, aunque visiblemente más incómodo.

- ¡El enemigo no podría encontrarnos por mucho que se esforzara! -se jactó el primero en reír.- Créeme, amigo, no hay peligro. Si por mí fuera acabaría ya con todas esas guardias inútiles... No sé por qué Thoronnir se empeña en mantenernos alerta...

- Bueno... nunca está de más... -intentó intervenir el otro, pero el primero estaba tan seguro de sí mismo que lo hizo callar.

- Te digo que no será nada de lo que preocuparse.

- Podría ser un mensaje de... bueno, ya sabes.

- Lo dudo. Hace mucho que nos olvidaron. ¡Y no me extraña! Debí haber subido a aquel barco... -murmuró entre dientes.

El más tímido se esforzó en ser amable con Belegril.

- No le hagas mucho caso. Llevamos todo el día de guardia y se cansa con facilidad. Yo... no sé si ha sido una señal del enemigo, pero lo cierto es que por lo visto las últimas patrullas han visto más orcos de lo normal en los alrededores. Aunque nunca he oído de ningún orco que provoque movimientos de tierra, y si les acompañara alguna criatura más grande la habríamos visto ya... Y sí, las estrellas han cambiado de sitio. Yo me fijé ayer, aunque me han dicho que ya lo habían hecho la semana pasada... Estoy seguro de que significa algo, pero he olvidado cómo leerlo... -por cómo lo decía, no había sabido nunca.- ¿Tu sabes interpretar las estrellas?

—No sé cómo hacerlo —respondió Belegril llanamente—. He dedicado mi vida a aprender los secretos de los árboles y de la tierra. Sé poco de cualquier otra cosa: llanuras, montañas, mar —se estremeció—, el propio cielo... ¿Y no es irónico? Somos los Eldar, el Pueblo de las Estrellas, y no podemos interpretarlas, pese a que una vez nos guiaron al Oeste...

Se quedó pensativo un momento.

—Hay algunos que sin duda sabrían leer el mensaje. Cirdan, sin duda alguna, y tal vez tu señor Thoronnir. Cirdan fue amable conmigo, la verdad es que me gustaría preguntarle, pero... No puedo marcharme en este momento. Las guardias son más necesarias de lo que tu amigo piensa.

Se calló lo que había estado a punto de decir: que no podía acercarse a los Puertos Grises por culpa de su miedo.

El elfo asintió, mirando al más antipático, que se había alejado dando por acabada la conversación, de reojo.

- ¿Sabes? -dijo a modo de cotilleo, bajando la voz.- No sé si mi señor Thoronnir sabe leer las estrellas, pero lo cierto es que no estaría de más ir a preguntarle a Cirdan. No es que no me fíe de mi señor -añadió pronto.- Es que... -el elfo miró a ambos lados para asegurarse de que su compañero se había alejado y no había nadie más.- Se oyen rumores... No hay noticias de los elfos de Mithlond desde hace mucho, ¡y cuando nos fuimos se suponía que íbamos a mantener el contacto! Con tanto orco y tanto uruk por la zona es imposible, claro. ¡Y por supuesto que estoy seguro de que no han tomado por fin los Puertos Grises! -dijo como si pensar tal cosa fuera una ofensa. Los Puertos llevaban bajo asedio casi desde que Sauron había ganado la guerra.- Pero... bueno, es evidente que Cirdan ha vivido muchas más edades que Thoronnir. No creo que sea bueno para nosotros alejarnos de ellos...