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[Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre]

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Mensaje por Hardred Dom Ene 13, 2013 11:38 am

El camino estaba embarrado y dificultoso, lo que ralentizaba considerablemente la marcha. Aquello podría haber alterado nuestro humor, pero había ya pocas cosas que nos hicieran sonreír, y este camino no era más que uno más.
Ya ni los caballos se quejaban. Sin duda habríamos encontrado un sendero más agradable y seguro si hubiésemos tomado la ruta convencional, pero eso era otra de las cosas que ya tampoco hacíamos nunca.

Tan solo nos habíamos aventurado unos instantes cerca del Gwathló para que los animales bebieran y estiráramos un poco las piernas. Apenas habíamos descansado desde la marcha. Aunque en esto tiempos, ¿Quién encontraba descanso alguno?

Tharbad ya no estaba lejos, lo sabíamos aunque no la viésemos entre la espesura.
Los exploradores regresaron sigilosos.

- Parece despejado pero hay una niebla tan densa que no deja ver más allá de nuestra sombra. Y mucho silencio. Y hay algún rastro fresco de huellas de hace unas horas. Los alrededores de la ciudad nunca están desiertos, Capitán.

Asentí y miré a mis hombres. Dos silbidos: marcha en formación. No era necesario decir mucho más.
Me acomodé en mi silla. Tenía todos los huesos anquilosados por la humedad y los músculos tensos por la marcha incesante. Y sin embargo, este era el único escenario en el que me sentía a gusto, aunque a menudo no era más que esto, caminar en silencio entre la espesura, a la espera de que ocurriera algo, jornada tras jornada, y finalmente regresar con largas horas de exploración pero sin novedad alguna.

Enseguida, los demás tomaron posición. Cinco de ellos emprendieron la marcha descolgados de sus sillas y se situaron en la vanguardia en busca de indicios en el barro. Los flancos montaban guardia de pie sobre los estribos.

No estábamos lejos, no, pero aún no habíamos llegado, y esta era la parte del camino más ardua.
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Mensaje por Yavanna Mar Ene 15, 2013 9:41 pm

Aparecieron de la nada. Ni el más atento de los hombres habría podido prever por dónde.

Como gotas de lluvia, los huargos cayeron sobre los hombres a caballo. Pareciera imposible que pudieran haberlos sorprendido y, sin embargo, un par de hombres yacían ya bajo sus monturas atrapados en una trampa mortal. Y otros tantos habían tenido la suerte de caer lejos del caballo... así como de sus compañeros.

Fue fácil, no obstante, responder al ataque sorpresa de los huargos. Al grupo de Haddred le dio tiempo incluso a reagruparse antes de que aparecieran los gruñidos.

La niebla dificultaba la visión, pero eso no impedía que tuvieran la certeza de que la manada que los había rodeado estaba compuesta de más huargos de los que podían hacer frente.

Esta vez cuando los lobos atacaron eligieron como víctimas a los que todavía no habían vuelto a sus sillas primero.
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[Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre] Empty Re: [Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre]

Mensaje por Hardred Dom Ene 20, 2013 6:26 pm

- Nos atacan…¡NOS ATACAN! – uno de los jinetes gritó.

En ese preciso momento, los latidos del corazón se aceleraron, como siempre cuando empezaba la batalla. Sin embargo, esta vez, no estábamos suficientemente preparados. Si hubiese tenido tiempo, habría maldecido aquella niebla, aquella espesura tanto como maldecía a cualquier siervo del Señor Oscuro…pero no había tiempo.

Ni siquiera para llorar a los ya caídos.

- ¡Luchad Jinetes, luchad! – Los caballos emprienderon la marcha, siguiendo la orden de su jinete. Los huargos venían a por nosotros, si, pero eso no nos detendría, y si queríamos mantener la ventaja de la montura, más nos valía cargar hacia ellos. – ¡Mantened la formación!

No lograba ver cuantos eran, ni yo, ni probablemente ninguno de los que luchaban a mi lado. No importaba, ninguno de nosotros se rendiría…pero quizás ninguno viviese tampoco para contarlo.

Alguno ya peleaba a pie, desmontado por el enemigo. Yo seguía cabalgando, con la humedad filtrándose a través de la ranura del casco, y la espesa niebla que tan solo me dejaba divisar amigo o enemigo cuando tan solo estaba a un palmo.
Clavé la lanza a tiempo, desmontando al jinete huargo instantes antes de que el pudiera hacerme lo mismo. Sin embargo la bestia seguía viva, y aún más enfurecida ahora que no tenía dueño….
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Mensaje por Ian Delacroix Sáb Ene 26, 2013 7:54 pm

El derrotero de la batalla tomaba un curso totalmente desfavorable para los blondos Jinetes de la Marca que luchaban, a pesar de ello, con la salvaje ferocidad de todos los de su raza. Aunque la marea de Huargos montados por orcos les envolvian una y otra vez, la compañía seguía cargando contra ésta, incrustandose sin cesar. Era la lucha de una lanza flotando contra la intempestuosa ola de un mar embravecido.

No a poca distancia del combate, en una elevación del terreno, un poco mas de una docena de jinetes de amplios de hombros observaban la refriega. A pesar de ir en su totalidad encapuchados, se podía observar notoriamente una obesidad en ellos poco normal, aunque la elevada talla que presentaban todos, al ser comparadas con los corceles, daba a entender cierta proporción en el tamaño. Sus caras, lejos de estar invadidas por el exceso de comidas, eran largas y adustas, de perfiles angulosos y tez trigueña, resaltando en ella, los pares de ojos frios y acerados que contenían. En el centro de la formación, uno de los jinetes con cabellos argenteos hablaba a otro.

- Bravos Rohirrim, de corazónes indómitos. Incluso venderán cara sus vidas a costa de mucha sangre orca...Deberíamos de aprovechar la distracción y seguir nuestro rumbo. Al menos sus muertes servirán a una misión mayor.

- Puede que no te falte razón. En estos casos un Capitán ha de hacer sacrificios. Ah... Pero mira como combaten, gritan, revolean sus espadas y lanzas sobre la cabeza, cargan mostrando los dientes. El fervor del combate les domina, han nacido y moriran para la batalla. Se me parte el corazón el dejarles como alimento de las odiosas bestias que son cabalgadas por orcos.

- A pesar de haberles seguido el rastro, me temo que ya no podremos ayudarles. Que Eru les acoja en sus brazos. Deberíamos partir...- Otro de los jinetes hablaba, casi con rabia por lo que decía- El combate terminará pronto y esos engendros podrían percatarse de nuestra presencia. Que cada uno busque la muerte que mas le plazca, en estos oscuros días.

Y sin embargo, mientras el tercer hombre hablaba, ya bañaba su corta barba una lágrima derramada por la impotencia.

- Ni siquiera tendrán los honores apropiados de un túmulo coronado de lanzas, tal es su costumbre. En marcha pues.

Ya el Capitán gobernaba a su montura para girar, cuando una flecha lanzada con inusitada fuerza cayó no muy lejos, a los pies de la loma. A pesar de la niebla, la elevada posición permitía traspasar su manto, por lo que cláramente se veía, tenía un penacho rojo. Adrahil se detuvo y la contempló largamente, recordando el significado que otra flecha roja había tenido en otros tiempos entre los pueblos de Gondor y Rohan. Un antiguo pacto que había unido a las gentes del reino vástago de Númenor y a los Jinetes que habían venido a habitar las planicies de Calenardhon, tal era el antiguo nombre gondoriano de Rohan.

Sin previo aviso, y luego de un momento de dudas, volvió a dirigir la testa del caballo hacia donde las armas chocaban. Sin mas, se desembarazó de la capa y capucha, dejando ver que debajo no había cuerpo entrado en carnes, sinó una armadura reluciente, quizás con algunos parches y hendiduras, pero aún reluciente. Inmediatamente, introdujo su cabeza en el casco alado y en vez de dar una orden o gritar el comando de la carga, empezó a entonar una antiguo y tradicional cántico.

Había en otro tiempo una doncella élfica,
una estrella que brillaba en el día,
de manto blanco recamado en oro
y zapatos de plata gris.
.

El primero en demostrar reacción fue el canoso caballero, ahora se sabía, desplegando en un asta que colgaba del flanco de su montura, en ella, el estandarte que quizás algunos agentes del Señor Oscuro recordaban en sus pesadillas.

[Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre] Dolamrothce333x500

El resto de los hombres, al ver desplegado el estandarte sobre el cielo, que ahora empezaba a derramar agua de lluvia, hizo otro tanto con sus capuchas, dejando ver en todos ellos el mismo estilo de armaduras, mientras que coronaban sus cabezas con el mismo tipo de yelmo alado. Y ahora todos y cada uno, entonaban el Lay acompañando a su Capitán con la voz, y con las monturas que se alineaban a sus costados.

No se observó en ellos, no obstante, la misma efervescencia que en los Jinetes de la Marca, sinó una fria y calmada actitud de todo hombre que antepone el pecho sobre el peligro. La carga no era tal en sus principios, sinó que una lenta marcha. Una reluciente trompeta ya anunciaba la llegada de los Caballeros Cisne. A pesar de la lluvia que se caía inclemente, ésta dejaba escuchar su plateado desafio a los enemigos.

Y ahora se escuchaba un trueno. Sin embargo muchos orcos voltearon la cabeza a sabiendas de que no venía del cielo. La marcha se transformaba en trote, el el pequeño grupo se dejaba ver con nitidez a pesar de la lluvia y la niebla que se despejaba como una estrella llegad a a luchar contra la oscuridad. Muchos de ellos cayeron bajo los valientes mandobles, lansazos y flechazos de los fuertes brazos rubios por esta desviacion de atención. Muchos otros voltearon deteniendose en el festín que ya empezaba, dudando y esperando a por una orden lanzada en la horripilante lengua, que mansase a afrontar al nuevo adversario. Algunos incluso reconocieron el estandarte y abrieron la boca sorprendidos de ver llegar ante sus deformadas narices, a una extraña pesadilla desde el pasado, transmitida de generación en generación.


Tenía una estrella en la frente,
una luz en los cabellos,
como el sol en las ramas de oro
de Lórien la bella.


Y ya la carga completaba su velocidad, ya el Lay de Nimrodel sonaba a pocos pasos y las lanzas apuntaban a los adversarios. Sin embargo ningún grito de batalla salía de los Caballeros del Cisne, pues todos y cada uno de ellos sabía que nadie clamaría esta vez desde las altas murallas de Minas Tirith "¡Amroth por Gondor!". Todos presentían que no habría cántico destinado a esta carga en un día lluvioso cualquiera.

Todos los orgullosos y arrogantes Caballeros del Cisne, Hijos de Númenor la Olvidada, sabían lo que la realidad escribiría, nada. Las lanzas chocaron, se hundieron y enarbolaron como nuevos estandartes a inmundas criaturas venidas de los nidos de orcos. Los huargos fueron arrollados por el violento choque de los pesados corceles de Caballería Pesada que no acostumbraban a enfrentar, ya habituados a luchar contra los "Bandoleros" y "Rebeldes" de la Caballería Ligera Rohir. Una vez quebradas las astas, las espadas brillaron derramando mas sangre negra por doquier. Sin embargo, los Caballeros pudieron ver por entre las rendijas de los yelmos que la marea negra, ya repuesta del terror y sorpresa inicial, hacía movimientos de envoltura sobre el pequeño grupo de Caballeros y restos de Jinetes dorados. La mayoría sonrió tristemente mientras se batían, no pocos continuaron con el Lay, algunos incluso desmontaron y luego de aspirar profundamente el aire húmedo, giraban sus talones para plantarse en el terreno y caer combatiendo con la frente alta.

Pero absolutamente todos sabían que había finalizado la última carga de Dol Amroth.

[Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre] User56473pic18402124448

..Y un grito se elevó en respuesta desde los muros, pues en el campo de batalla y a la vanguardia galopaban los caballeros del cisne de Dol Amroth, con el Príncipe Imrahil a la cabeza, seguido de su estandarte azul.
— ¡Amroth por Góndor! —gritaban las gentes—. ¡Amroth por Faramir!
Como un trueno cayeron sobre el enemigo, atacándolo por los flancos intempestivamente...


J.R.R Tolkien- El Retorno del Rey
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Mensaje por Yavanna Lun Ene 28, 2013 8:07 pm

Cuando la niebla se disipó no quedaban huargos ni orcos en pie. Los cuerpos de las bestias estaban esparcidos por el suelo y, entre ellos, yacían los hombres.

El azar, o la voluntad de Eru, había decidido que solo dos de los que habían luchado contra la manada de huargos sobrevivieran a la batalla. Se trataba de Hadred de Rohan y Adrahil de Gondor, que apenas podían mantenerse en pie y estaban solos. Sus monturas, habían perecido o escapado, como el resto de corceles que había estado acompañando a los humanos.

Spoiler:



Última edición por Yavanna el Mar Ene 29, 2013 6:27 pm, editado 1 vez (Razón : He escondido el texto que os sobraba. Cuando lo necesitéis me avisáis y lo volveré a postear ;))
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Mensaje por Hardred Mar Ene 29, 2013 12:39 am

Ahora el sabor de la lluvia se entremezclaba con el sabor de la sangre. Se escuchaba el ruido del acero entrechocar y a los caballos relinchar mientras ellos también caían bajo la mano del enemigo, fieles a su jinete, fieles ellos también a sus ansias de libertad. Incluso en ellos, se podía reconocer esa digna expresión del que muere cumpliendo su deber.

Una saeta se me clavó en el costado. Demasiado certera. Ahogué un grito y caí al suelo mientras sentía la sangre brotar. Apreté con fuerza en un desesperado intento por mantenerme consciente, por continuar.

A mi lado, Baldor peleaba con fiereza. Su montura se retorcía aún, agonizando lentamente en el barro mientras el rohir aún asestaba golpes contra el huargo y su jinete. Un golpe seco puso fin a su honrosa vida cayendo a mi lado, la mirada ya perdida en el infinito, y una expresión, al fin, de serenidad.

A mi lado, Eothain, aún a caballo, disparaba flechas tratando de desmontar al enemigo. Una de ellas desfiló sobre mí para perderse en la niebla. Una flecha perdida, una flecha que quizás pudo haber salvado a alguien y haber traido esperanza.

La vista se me nublaba mientras mantenía mi lucha por no desangrarme. Los gritos se volvían ecos, los olores se difuminaban, incluso la lluvia parecía ayudarme a aliviar todo aquel tormento.

Y sin embargo, escuché un sonido nuevo. Un cántico, seguido de música. ¿Acaso me estaba despidiendo de aquel lugar y aquella trompeta me estaba recibiendo en las estancias de mis antepasados?

Pero todo se oscureció de nuevo y la música se convirtió en el sonido ensordecedor de una cabalgata. El sonido del acero redobló y ante mí, el estandarte del Cisne desfiló. ¡Gondor! ¡Nuestros hermanos habían acudido como antaño, trayendo de nuevo la esperanza!

Apreté con fuerza la mano que aún empuñaba la espada. ¡Debía levantarme y luchar!

_______________________

Desperté acariciado por las gotas de agua que recorrían mi mejilla. El sonido del acero se había apagado, remplazado ahora por el graznido de los cuervos que disfrutaban ya de su banquete.
El cuerpo me dolía lo suficiente como para recordar. La herida había dejado de sangrar pero tardaría tiempo en cicatrizar.

A mi alrededor, todo era muerte y desolación. Me arrastré entre los cuerpos buscando algún indicio de vida. Junto con el emblema de Rohan, se mezclaban estandartes azules y blancos. Las armaduras doradas brillaban junto a las argentas. Sin embargo, se veían las mismas expresiones en todos los rostros: por fin habían encontrado la paz.
Sentado sobre los restos de su montura, quedaba un hombre. De semblante digno, suficientemente firme como para no derramar lágrima alguna por los caídos. La mano apoyada en su espada mellada, donde aún quedaban restos de sangre enemiga. La mirada fija en un trozo de tela que instantes antes había representado toda la gloria de Dol Amroth.

Me puse en pie a duras penas para acercarme hacia él. Durante unos instantes nuestras miradas se mantuvieron fijas en el otro. El dolor era mutuo. La rabía ya había desaparecido y no quedaba más que la resignación mezclada con la convicción del deber cumplido. No había palabras entre guerreros suficientes para expresar este momento. Ninguna habría sido la acertada, ni siquiera un “gracias”. Se había hecho lo que se debía hacer.

Pasado ese tiempo en el que el silencio habló por ambos:

- Me llamo Hardred, Capitán de la Marca, o de lo que queda de ella. Mis hombres y yo nos dirigíamos al Norte. Fue un error acercarse tanto a esta ciudad. Estoy en deuda contigo, hermano, déjame acompañarte.

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Mensaje por Ian Delacroix Miér Ene 30, 2013 1:54 pm

El combate había sido terrible. No se había concedido clemencia, ni se había solicitado entre razas que habían nacido para eliminarse la una a la otra. La carga, en perfecto orden en su primer contacto, había barrido todo a su paso. Sin embargo había perdido el fuelle necesario y no había logrado atravesar toda la masa enemiga. Adrahil estaba seguro de que si los adversarios hubiesen estado en una ventaja de tres a uno, habrían sido barridos de la planicie. Sin embargo las cosas no siempre son como las odas cantan. Poco a poco, debido a la resistencia opuesta, los Caballeros habían ido aminorando la potencia de su despliegue: Primero habían roto las lanzas, luego habían perdido las monturas, los que lograban incorporarse una vez caídos al terreno, debían de batirse a espada y hombro con hombro con quien encontrasen cerca, rubio o moreno. Finalmente, debido al poco espacio, la hora de los puñales había llegado. El mismo Capitán se había batido y revolcado por el fango rojo con un gran orco bizco que mas parecía un alto hombre deformado por las extrañas artes oscuras. Habían girado entre cadáveres, hombre y orco, en abrazo mortal, uno con puñal y otro con cuchillo. Adrahil, medio cegado por un anterior impacto de maza, sentía el chirriante choque del cuchillo impactando en su armadura una vez tras otra,soltando chispas y maldiciones por parte de su dueño . El mismo, lanzaba puñaladas casi a ciegas, al aire en muchos casos, a la coraza de cuero en su mayoría, pero en algo blando en dos ocasiones. Poco a poco, el rugido que expelía un atroz aliento sobre su cara, había perdido volumen. Y ahora el orco había quedado inmóvil, agotando su ultima vitae en intentar encontrar un resquicio en la armadura ya maltrecha.

Se había incorporado lo mas rápido posible, para buscar a la próxima criatura a la que mandaría a los abismos. Ninguno amenazaba en la proximidad, giró y vió el mismo resultado. Tardó en entender, un instante aún, que la lucha había finalizado. Sus ojos solo recorrían el desastre acontecido.

No, las odas que exaltan la batalla omiten, a propósito quizás, los detalles mas crudos. El paisaje a su alrededor ahora se constituía de cadáveres, cabezas, miembros,sesos, visceras y gemidos cantando a coro en el último extertor. Algunos orcos se habían dedicado a rematar a los heridos, antes de que se dieran cuenta de que debían de luchar por sus propios pellejos. Uno de ellos había sido el gran orco con insignias que acababa de dejar sin pulmones intactos, sorprendido en el acto de degollar a su caído portaestandarte. El paisaje se había vuelto rojo y negro, aún caía un rocio del mismo color en el ambiente, provocado por la alta humedad y los grandes volúmenes de heridas nacidas al mismo tiempo.

Recuperó su espada y se sentó en el caído Sorontil, el que fuese su fiel corcel de guerra, alto y fuerte. Recogió el estandarte y lo dejó descansar en sus mano izquierda, mientras la otra de apoyaba en la empuñadura de la espada recobrada no muy lejos. Su mente volaba a Mar-nu-Falmar, El Hogar Bajo las Olas. Recorría el poderoso puerto de Dol Amroth y último bastión de Gondor en caer. Se preguntó si los espiritus de los caidos no estarían ahora sonrientes, visitándolos nuevamente antes de acudir a las Estancias de Mandos para ser agasajados.

La espera fue corta y como temía, una alta figura se incorporó de entre los cadáveres. Fue corto el suspiro en el que aferró su espada con mas fuerza, aprestándose a batirse nuevamente. A pesar de que la silueta estaba bañada en sangre roja y negra, y de que su aspecto fuera amenazador con los ojos inyectados en sangre, pronto reconoció en la faz bañada por las gotas a uno de los de la noble raza Rohir. Aunque su cabellos ahora era rojo oscuro, reconocío en su nacimiento el dorado rubio indicativo. Le contempló un instante, con la valentía de los suyos aún en la memoria, honrandole con el pensamiento y sintiendo piedad por el trance que le tocaba pasar en estos momentos al jovencísimo Jinete.

Mas el silencio no sería eterno. Escuchó las palabras tonantes y llenas de virilidad. La verdad estaba con ellas, y no reconoció en Hardred, ningún atisbo de conocimiento hacia su persona.

-Ninguna deuda tienes conmigo ni con los mios, aquí yacientes. Nuestros antepasados ya se encargaron de conjurarse y saldarla repetidas veces. Ahora, para nosotros, es simplemente el deber y el juramento que corre por nuestras venas. ¿Pues acaso no acudirías a las llamas para sacar a tu hermano de entre ellas? ¿Si no lo consiguieses y murieses junto a el, darías o recibirías agradecimientos?

Se giró a medias, sintiendo los lacerantes dolores que provocaban en su cuerpo las hendiduras de la armadura, y registró casi de memoria la silla de montar. Una vez encontrado lo que buscaba, arrojó el pellejo con agua al Capitán de la marca, con una sonrisa melancólica dibujándose en su cara. Podía leer en su leal cara que no le reconocía. Había evitado ponerse de pie para no dejar en evidencia su estatura con respecto al noble rohir, consciente de que la talla imponía respeto y autoridad, vestigio de la época en la que los Numenoreanos, Reyes entre Hombres, alcanzaban los dos Rangar holgadamente(*)

-Solo solicitaré tu ayuda en esto: Agruparemos los hermosos cuerpos de nuestros compañeros y les cubriremos con sus armas en perfecto orden. Por último, les sepultaremos bajo las innumerables armas de los vencidos, pues todo esto no nos llevará mucho tiempo. Las bestías carroñeras quedarán saciadas con orcos y huargos, y quizás con el tiempo, un túmulo se forme en este sitio como advertencia a quienes osan creer que la cantidad hace al poder, de quienes crean que los antiguos lazos de amistad han sido olvidados. Que la ira de los Valar caiga y reviente las entrañas de quienes crean que abandonaríamos a nuestros caidos.- Como dando por hecho que Hadred le ayudaría en los honores, agregó con tono cabizbajo-- A partir de ahora me llamaré Neithan, pues significa “El que ha sido desposeído” y por ese nombre te pediré que me llames.

Adrahil no pudo postergar mas el presentarse ante el joven Capitán de la Marca, pues se merecía el honor de la verdad aunque esta le pusiese en peligro. Se irguió lentamente en toda su estatura y contempló a Hardred a los ojos, de igual a igual, luego de haber echado un último vistazo al campo, mientras entonaba:

-Westu Hal, Hardred Marksmann. Soy Adrahil, Príncipe de Dol Amroth, Guardian de Dol-En-Ernil, Capitán de los Caballeros Cisne, Señor de Belfalas, Consejero del Trono de Gondor y Leal al Juramento. Marcho al Norte en reclamo y pedido de ayuda de quienes todavía recuerden los antiguos deberes y promesas de amistad, alianza y honra.

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[Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre] Empty Re: [Alrededores de Tharbad] La Flecha Roja [1 de Octubre]

Mensaje por Hardred Jue Ene 31, 2013 1:01 am

El gondoriano habló a su vez, con unas palabras que lograron apaciguar el fuego que tenía en mi interior. Sentí como un lazo de hermandad se trenzaba entre ambos, al igual que antaño lo habían hecho nuestros padres. Había una amistad innata entre ambos, que el tiempo solo lograría fortalecer.

- Acudiría como ya antes acudió Eorl El Joven acudió tiempo ya a la llamada de Cirion, y no dudaría en proteger a mis hermanos contra cualquier fuerza oscura, pues así me lo enseñaron y así creo fervientemente en aquella digna alianza. Los ojos de los Jinetes de la Marca jamás dejaron de vigilar las almenaras.

Aquello sonaba lejano…muy lejano. Las almenaras ya no ardían. Los cuernos ya no sonaban, y nuestras tierras no eran más que un descampado donde los siervos del Señor Oscuro campaban a sus anchas. Sin embargo, más allá de las canciones y las historias, yo creía en todo aquello, creía en un mundo de hombres libres, hermanados bajo un mismo estandarte.

Tomé el agua que se me ofrecía. Sentí el sabor de la sangre junto con aquella agua fresca. Mi sangre, la de mis hermanos, la de mis enemigos. Al final, no era más que eso: sangre.
Me limpié con el brazo mientras asentía. Sí, eso era lo mínimo que se merecían antes de que una nueva horda apareciera, sin dejarnos siquiera tiempo a honrar todos aquellos cuerpos inertes.

- Que los Valar escuchen tus palabras y que nuestros esfuerzos permitan prevenir a los demás viajeros.

Le devolví el agua y me dispuse a comenzar con aquella nueva tarea cuando el gondoriano se irguió deteniendo mi impulso. Dí un paso hacia atrás mientras observaba, ahora de distinta manera, al hombre con el que había estado hablando.

Mientras hablaba, y como si fuera obra de los mismísimos Valar, las nubes se disiparon, dejaron entrever un claro que iluminó la armadura del gondoriano, haciéndola resplandecer. El yelmo alado dibujo su sombra en la tierra, y la figura de aquel hombre se me apareció como la de aquellos héroes de las historias que mis padres me habían contado, transmitiendo la leyenda de Númenor de padre a hijo.

- Así que era verdad… - durante un breve instante, me sentí de nuevo como un niño que tiene frente a él a uno de esos guerreros con los que siempre había soñado. Me recompuse, quizás al sentir una herida abierta, aún sin cicatrizar. – Mi padre, Haleth, me había hablado de ti. Siempre lo hacía al regresar de sus batallas. Os conociaís bien. – le miré a los ojos, orgulloso. - Es un honor poder pelear a tu lado.
Incliné la cabeza, como muestra de respeto. Aquel hombre descendía de un glorioso linaje al que siempre había respetado, y ahora, lo tenía delante, cumpliendo una misión común.

- Westu hal, Adrahil, Principe de Dol Amroth. Nuestro cometido es mutuo, pues yo me hallo aquí con ese mismo propósito. Unámos nuestras fuerzas ahora por la gloria de Gondor, de Rohan y de todos los pueblos libres de la Tierra Media.

Le estreché la mano, sellando así con gestos lo que nuestras bocas acababan de decir.

Si añadir más, comenzamos a juntar los cuerpos hasta formar uno solo. Cuando la tarea estuvo completada, nos quedamos ambos en silencio, frente a nuestros hermanos caídos.

- Las mujeres y los niños de mi pueblo llenarían todo el montículo de Symbelminë. Se entonarían cánticos que ensalzarían el valor de nuestros guerreros. Las viudas llorarían a sus hombres caídos, orgullosas de saber que su último aliento fue destinado a proteger a su pueblo. Y así, entrarían gloriosos en las casas de sus antepasados, y se sentarían junto a sus padres, dignos, gloriosos y al fin, tranquilos. – hizo un silencio largo. – Pero ahora, incluso en la muerte, el camino hasta sus casas será complicado. Nadie entonará canciones, nadie llenará de flores sus sepulcros. Esperemos que en la otra vida, encuentren el reposo merecido.
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