Protocolos de familia [1 de Febrero/Ca'Dario]

Podría decirse que en Ca Dario se citaba aquel día toda la alta sociedad de Venecia. Por la amplia sala se repartían pequeños grupos de personas, comentando acerca de la tragedia, lamentando sus propios problemas, otros susurraban con miradas cómplices e incluso, algunos parecían aprovechar la situación para acercarse a quienes habitualmente no podían.

La sala daba a un amplio patio interior, con un porche con columnas de mármol que dejaba ver el cuidado patio de la familia Dario, donde desembocaba una escalera de la parte superior. El aire frío se apaciguaba con el sol que comenzaba a calentar el día. Y los invitados se repartían entre el agraciado patio y el salón principal, recorrido en todo momento por los sirvientes que apenas daban abasto.

Marietta se adentró en la sala tras recibir previamente a los invitados en el hall. Al fondo quedaban los grandes soportarles que desembocaban al patio exterior, dando luminosidad a la sala. Mantuvo una pose correcta y un gesto neutro. Miró a toda la sala buscando a alguien en particular con la mirada. Algo le decía que aquel día sería especialmente largo.

Se percató de que casi a su lado se encontraba su marido, charlando con algunos miembros de otras familias. Le miró y ladeó la cabeza levemente en gesto lento. Pensó de nuevo en la gran suerte que tenía teniéndole a su lado, apuesto, correcto, noble. Sus miradas se cruzaron y Marietta salió de su ensimismamiento dedicándole una sonrisa. Vincenzo pareció apartar la conversación con un cortés gesto hacia sus interlocutores, acercándose a ella hasta rodear su cintura con una mano mientras besaba su mejilla con delicadeza. Fue entonces cuando Marietta localizó con la mirada a quien buscaba frente a ella, Roberto.

Había abandonado San Zacarías la jornada anterior, acompañando a la hermana Ángela, tras la oración de vísperas, sobre las seis y media de la tarde, cuando ya el sol caía y cabía esperar mayor discreción en las calles de Venecia y cierto sosiego entorno al palazzo Darío.
Apenas tuvieron que atravesar a pie el campo, pues en el embarcadero les esperaba ya la un diácono de avanzada edad y gesto poco amigable, presto a tomar los remos; el aspecto de dicho clérigo resultaba tan sobrio y oscuro como el de la propia embarcación, que atravesó los canales hasta Dorsoduro, dejándolas ante la mansión, sin apenas haber sido vistas por nadie.
Resultaba por lo menos curiosa la imagen de la novicia, sentada con su impoluto hábito blanco, en el centro de tan taciturna barca.
Virginia había contemplado con profunda emoción el enorme caserón familiar, a medida que se acercaban. Y, silenciosa, habíase adentrado en él, dejándose conducir en todo momento, hasta los aposentos que compartiría con su tía. Se encerró aquella noche en ellos como hubiérase encerrado en su celda, mientras la tía Carola acompañaba a su prima, pues esperaba ella mejor momento para acercársele, y la suponía a aquellas horas velando a su padre enfermo, al que, por otro lado, hubiera deseado poder ver. Pero comprendía la joven que cada cosa sucedía a su debido tiempo, y en modo alguno pretendía causar molestia en lugar de sosiego. Bien habían calado en ella las enseñanzas de sus Hermanas ordenadas
Sabed que la virtud de la paciencia es la que nos asegura la mayor perfección

Vería a Marietta y, con su permiso, a su tío, al llegar el nuevo día.

Pero con el día llegaron las barcas, y de ellas desfilaron rostros y más rostros que le resultaban completamente desconocidos; si otrora había compartido juegos con alguna de aquellas damas venecianas, el paso de los años habían convertido a las niñas en jóvenes, como a sí misma, y ya nada la llevaba a poder distinguirlas.
Como si de un fantasma se tratara, fue recorriendo las salas, de ventanal en ventanal, escondiéndose tras ellos, observando, temerosa, sintiéndose fuera de lugar.
Centró su atención en la robusta barcaza que transportaba a una extraña familia, de la que destacaban una hermosa joven, probablemente de su misma edad, y un taciturno personaje…más la mujer que les precedía, cuyo decidido gesto llevó a Virginia a esconderse entre los cortinajes, santiguándose.
Luego, con evidente alivio, vio llegar a Roberto, y decidióse por fin a bajar hasta ellos, cuando vio a Marietta recibirle.
Aún se tomó unos minutos, para murmurar una oración; tarde o temprano debería salirles al paso, se dijo.
Se apresuró apenas hasta la ventana continua, y vio entonces a su hermano hacerse a un lado,  mientras su prima abrazaba a una dama de oscuro cabello.
Dirigió esta vez sus pasos, sin titubear, escalinatas abajo, y justo atravesaba el patio, en dirección a la sala, cuando se encontró a media distancia entre Roberto y Marietta, acompañada entoces por el extraño que se había convertido en su esposo.

El Cantieri había permanecido junto a su prima mientras recibía a los Fortuna, manteniéndose en segundo plano en el intercambio de condolencias pero haciendo notar su presencia. Después se dirigió al interior de Ca'Dario, dando instrucciones a uno de los criados para que se le avisara si llegaban nuevos visitantes.

Roberto dió una vuelta por el patio, atendiendo a quien acudía a reunirse con quien. Cruzó su mirada con la de Marietta y cuando iba a reunirse con ella vió con sorpresa como su joven hermana aparecía de improviso. Manteniendo una expresión serena se acerco a ellá y le ofreció su brazo , más tarde le preguntaría cuando había llegado y que sabía de los habitantes de la casa.

- Hermana, me alegra verte de nuevo, sin duda tu presencia aquí será agradecida por Marietta... acompañame, vayamos a saludar a su esposo.

Escoltando a su hermana, cuyo angelical rostro sin duda atraería más de una mirada, el Cantieri se acerco a Marietta y Vincenzo, deteniéndose frente a el Barbaro, con Virginia a su lado.

- Saludos, primo Vincenzo, me apena que nos veamos en circunstancias tan tristes. No hemos tenido ocasión de hablar mas que unas pocas palabras desde que nos arrebatasteis a nuestra preciada Marietta - comentó con tono afable.

- Permitid que os presente a mi dulce hermana Virgina - llevó el brazo en un arco apoyando la mano tras la cintura de Virgina, como si la expusiera -Son pocas las ocasiones en las que contamos con la gracia de su presencia, ya que es novicia en el convento de San Zacarias. - su gesto se tornó entonces preocupado y se volvió hacia su hermana para decir - Mi amada hermana, ha querido el buen Dios que hoy estés aquí ofreciéndonos consuelo. Quizás tu seas capaz de encontrar las palabras que den fuerzas a nuestro nuevo primo, pues se encuentra tan incapacitado por la pena que ni siquiera ha podido acompañar a su esposa en la recepción a quienes han acudido hoy.