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Jabón de Marsella [3 de febrero - Consultorio de Ariadna]
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Jabón de Marsella [3 de febrero - Consultorio de Ariadna]
La luz se filtraba en la estancia a través de las contraventanas de los portillones que, aunque cerradas, dejaban pasar hilos de sol. El polvo flotaba sobre el entorno destacándose sobre los tonos ocres del mobiliario de madera ajada, el vidrio verde y opaco de los objetos en las estanterías y los suelos de madera encerada. Era un día soleado y cálido, pero dentro de la estancia el ambiente era fresco y oscuro, casi lúgubre.
Ariadna se encontraba en la trastienda, tras las estanterías con frascos y herramientas que la separaban de la estancia principal. Fue una suerte haber podido acceder a ese pequeño local, antigua propiedad de un sacamuelas, para ejercer sus dotes. Un espacio que hacía tiempo que no se usaba, pero que se mantenía en buenas condiciones. No le llevaría tiempo apenas el adaptarlo a sus necesidades.
Acababa de poner sebo fresco de animal a fuego lento, en un cazo que apoyaba sobre un brasero de leña, mientras ella cuidadosamente ajustaba una bascula romana para pesar escamas de sosa y huesos triturados en un almirez; se disponía a hacer jabón ajustando la mezcla en una proporción exacta que solamente ella conocía. Parte de ese jabón era un regalo para Irene, y parte era para ella misma en su aseo, y para lavar laceraciones y llagas, pues había observado que el uso del jabón para quitar los restos de barro y suciedad ayudaba al vino a hacer efecto para lavar las heridas abiertas.
Cuando estuvo satisfecha con las proporciones pesadas, se dispuso con un tizón de metal para avivar el fuego del brasero, pues necesitaba elevar la temperatura de las brasas para que la grasa hirviese y continuar con la elaboración. Y vio una sombra moverse a través de los rayos de sol que marcaban el suelo.
Se dio la vuelta y, a través de los frascos de vidrio, observó una silueta de lo que aparentaba ser un hombre, alto, una forma difusa. Esta permanecía inmóvil y callada en la habitación principal. Debía haber entrado en el más absoluto silencio pues Ariadna, absorta en sus pensamientos, no se había percatado de su presencia hasta ese preciso momento. Aguzó sus sentidos. Por encima del fétido olor de la grasa del cazo, olía a salitre y brea. Olía a mar.
- ¿Quién va? - Espetó, con una voz fuerte y autoritaria, ocultando sus nervios. Puso el atizador al fuego mientras esperaba respuesta. Tal vez en el instante siguiente debería marcar a alguien en la cara para defender su vida. Si habían venido a por ella desde Forlì, ese individuo era lo único que la separaba de la única entrada del local. Contuvo la mano en la vara y escuchó con atención.
Ariadna se encontraba en la trastienda, tras las estanterías con frascos y herramientas que la separaban de la estancia principal. Fue una suerte haber podido acceder a ese pequeño local, antigua propiedad de un sacamuelas, para ejercer sus dotes. Un espacio que hacía tiempo que no se usaba, pero que se mantenía en buenas condiciones. No le llevaría tiempo apenas el adaptarlo a sus necesidades.
Acababa de poner sebo fresco de animal a fuego lento, en un cazo que apoyaba sobre un brasero de leña, mientras ella cuidadosamente ajustaba una bascula romana para pesar escamas de sosa y huesos triturados en un almirez; se disponía a hacer jabón ajustando la mezcla en una proporción exacta que solamente ella conocía. Parte de ese jabón era un regalo para Irene, y parte era para ella misma en su aseo, y para lavar laceraciones y llagas, pues había observado que el uso del jabón para quitar los restos de barro y suciedad ayudaba al vino a hacer efecto para lavar las heridas abiertas.
Cuando estuvo satisfecha con las proporciones pesadas, se dispuso con un tizón de metal para avivar el fuego del brasero, pues necesitaba elevar la temperatura de las brasas para que la grasa hirviese y continuar con la elaboración. Y vio una sombra moverse a través de los rayos de sol que marcaban el suelo.
Se dio la vuelta y, a través de los frascos de vidrio, observó una silueta de lo que aparentaba ser un hombre, alto, una forma difusa. Esta permanecía inmóvil y callada en la habitación principal. Debía haber entrado en el más absoluto silencio pues Ariadna, absorta en sus pensamientos, no se había percatado de su presencia hasta ese preciso momento. Aguzó sus sentidos. Por encima del fétido olor de la grasa del cazo, olía a salitre y brea. Olía a mar.
- ¿Quién va? - Espetó, con una voz fuerte y autoritaria, ocultando sus nervios. Puso el atizador al fuego mientras esperaba respuesta. Tal vez en el instante siguiente debería marcar a alguien en la cara para defender su vida. Si habían venido a por ella desde Forlì, ese individuo era lo único que la separaba de la única entrada del local. Contuvo la mano en la vara y escuchó con atención.
Ariadna Dario- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 05/04/2013
Re: Jabón de Marsella [3 de febrero - Consultorio de Ariadna]
Si alguien necesitaba algo, hacía bien en dejar de buscar e ir a una plaza. Buscar aglomeraciones de gente, escuchar y esperar. Tarde o temprano algún vocero se subiría a una tarima y empezaría a gritar a los cuatro vientos la información por la que le han pagado para difundir. Era tedioso, porque podrias esperar horas hasta encontrar lo que querias, o incluso días. Pero al final uno siempre se entera de todo yendo al sitio adecuado y esperando pacientemente.ras
El buscaba a una mujer. Y la encontró. Para ser sinceros, la encontró de pura chiripa. Sí, habia escuchado hablar de Ariadna la Milagrosa pero ¿donde estaba? Eso no lo sabía. Habia dispuesto todo para buscar a sus hombres y volver a llenar las bodegas de una de sus galeras, mas pequeñas y manejables que un galeón, para buscar a esa mujer. Recorrería el Mundo entero si podía encontrar a la persona que curase la dolencia de su hermano. Cuando, negociando el precio de unos barriles de carne salada con un carnicero, escuchó la noticia de un pregonero cercano. Ariadna la Milagrosa estaba en la ciudad. Aquello no le sentó nada bien al carnicero, que vio como su negocio se iba al traste. Encontrarla sería sencillo, ahora sabía dónde debía preguntar.
Y preguntó. Él mismo. Stephanos tenía una máxima para el trabajo "si quieres que las cosas se hagan bien, hazlas tú mismo". Confiaba en muy poca gente, y ni si quiera a la gente de su confianza les ordenaba según que tareas. Y la encontró. Le guiaron hasta el establecimiento de un sacamuelas que habia abandonado la ciudad. ¿Deudas? ¿Venganzas? ¿Habria insultado a alguien? Lo mismo se habia dejado todo su dinero en putas, tan comunes en la Ciudad de los Canales, y no le llegaba para mantener su negocio. Cuando llegó, a pie, vigiló las calles circundantes, se tomó un tiempo para estudiar a los viandantes, las ventanas, los puntos oscuros... Stephanos era de esas personas que veía enemigos en cada esquina. Y no era para menos, con su historial.
Por fin entró, aspirando el aroma de la grasa quemandose en un fuego que no podía ver. No habia nadie. No al menos en la zona principal. Pero el olor de la grasa quemandose, y algun que otro sonido de pasitos, le dieron a entender que no estaba, la consulta, tan vacía como esperaba. Y esperar... esperó. Hasta que una voz de mujer, suave y juvenil, surgió de la trastienda.
- Stephanos Diomedes. - Alzó la voz. Una voz ronca, dura y rasgada tras muchos años de gritar ordenes en un galeón. - Busco a Ariadna, la Milagrosa.
Y sin más ceremonias ni explicaciones, esperó a la Milagrosa.
El buscaba a una mujer. Y la encontró. Para ser sinceros, la encontró de pura chiripa. Sí, habia escuchado hablar de Ariadna la Milagrosa pero ¿donde estaba? Eso no lo sabía. Habia dispuesto todo para buscar a sus hombres y volver a llenar las bodegas de una de sus galeras, mas pequeñas y manejables que un galeón, para buscar a esa mujer. Recorrería el Mundo entero si podía encontrar a la persona que curase la dolencia de su hermano. Cuando, negociando el precio de unos barriles de carne salada con un carnicero, escuchó la noticia de un pregonero cercano. Ariadna la Milagrosa estaba en la ciudad. Aquello no le sentó nada bien al carnicero, que vio como su negocio se iba al traste. Encontrarla sería sencillo, ahora sabía dónde debía preguntar.
Y preguntó. Él mismo. Stephanos tenía una máxima para el trabajo "si quieres que las cosas se hagan bien, hazlas tú mismo". Confiaba en muy poca gente, y ni si quiera a la gente de su confianza les ordenaba según que tareas. Y la encontró. Le guiaron hasta el establecimiento de un sacamuelas que habia abandonado la ciudad. ¿Deudas? ¿Venganzas? ¿Habria insultado a alguien? Lo mismo se habia dejado todo su dinero en putas, tan comunes en la Ciudad de los Canales, y no le llegaba para mantener su negocio. Cuando llegó, a pie, vigiló las calles circundantes, se tomó un tiempo para estudiar a los viandantes, las ventanas, los puntos oscuros... Stephanos era de esas personas que veía enemigos en cada esquina. Y no era para menos, con su historial.
Por fin entró, aspirando el aroma de la grasa quemandose en un fuego que no podía ver. No habia nadie. No al menos en la zona principal. Pero el olor de la grasa quemandose, y algun que otro sonido de pasitos, le dieron a entender que no estaba, la consulta, tan vacía como esperaba. Y esperar... esperó. Hasta que una voz de mujer, suave y juvenil, surgió de la trastienda.
- Stephanos Diomedes. - Alzó la voz. Una voz ronca, dura y rasgada tras muchos años de gritar ordenes en un galeón. - Busco a Ariadna, la Milagrosa.
Y sin más ceremonias ni explicaciones, esperó a la Milagrosa.
Stephanos Diomedes- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 27/03/2013
Re: Jabón de Marsella [3 de febrero - Consultorio de Ariadna]
Apartó uno de los frascos de vidrio lleno de formol de la estantería desde el otro lado, y dejó ver su rostro a través del agujero que se formó entre la fila de botes. Observó al hombre. No vestía como un noble ni como un plebeyo. Tenía ropajes toscos, pero lustrosos, preparados para soportar los embates del viento y el agua. Claramente era un marino. O también podía ser un mercenario. Su ropa... bien podía ser tanto la de un viajero, como la de un perro a sueldo pagado para ensartarla. El hombre era de complexión atlética y bastante largo, con un rostro aguileño... su faz no inspiraba confianza; su mirada era la de un depredador.
En resumen, el aspecto del hombre hizo dudar a Ariadna. Había oído hablar de los Diomedes como una familia noble y conocía incluso el nombre de Euridyce Diomedes como el de la comandante de armas del Dux, una persona de fiar... y este hombre... no parecía un hombre de ideales y orígenes nobles cuya lealtad fuese hacia la serenissima y hacia el Dux, sino todo lo contrario, tenía todo el aspecto siniestro de un mercenario loco.
Pensó que debería desconfiar de él hasta entender cuál era su propósito. Sus intenciones podían ser tanto oscuras como inocentes. Tal vez se estaba dejando llevar por las circunstancias y simplemente era un marino buscando tratamiento para el escorbuto: Aun así, asió el atizador... debería asegurarse.
Observo su vestimenta. No se apreciaba ningún arma, al menos a golpe de vista. Aunque siempre podía llevar una daga escondida, pues era algo que muchos hombres estilaban. Decidió interrogarle un poco más sin desvelar mucho
- Ariadna no se presentará ante el primero que pase por aquí sin estar interesada en lo que tenga que contar... ¿Para que la buscáis, Stephanos Diomedes? ¿Os debe algo? ¿O sois vos quien venís a ofrecer?
La respuesta que este diese sería crucial. Dependiendo de ella bajaría la guardia o en su defecto, trataría de atacar por sorpresa. Así que prestó mucha atención a los titubeos, dudas o improvisaciones con las que el misterioso hombre pudiese contestar. También observó el acento. Si sonaba ligeramente parecido al de Romaña, no dudaría en atacar.
En resumen, el aspecto del hombre hizo dudar a Ariadna. Había oído hablar de los Diomedes como una familia noble y conocía incluso el nombre de Euridyce Diomedes como el de la comandante de armas del Dux, una persona de fiar... y este hombre... no parecía un hombre de ideales y orígenes nobles cuya lealtad fuese hacia la serenissima y hacia el Dux, sino todo lo contrario, tenía todo el aspecto siniestro de un mercenario loco.
Pensó que debería desconfiar de él hasta entender cuál era su propósito. Sus intenciones podían ser tanto oscuras como inocentes. Tal vez se estaba dejando llevar por las circunstancias y simplemente era un marino buscando tratamiento para el escorbuto: Aun así, asió el atizador... debería asegurarse.
Observo su vestimenta. No se apreciaba ningún arma, al menos a golpe de vista. Aunque siempre podía llevar una daga escondida, pues era algo que muchos hombres estilaban. Decidió interrogarle un poco más sin desvelar mucho
- Ariadna no se presentará ante el primero que pase por aquí sin estar interesada en lo que tenga que contar... ¿Para que la buscáis, Stephanos Diomedes? ¿Os debe algo? ¿O sois vos quien venís a ofrecer?
La respuesta que este diese sería crucial. Dependiendo de ella bajaría la guardia o en su defecto, trataría de atacar por sorpresa. Así que prestó mucha atención a los titubeos, dudas o improvisaciones con las que el misterioso hombre pudiese contestar. También observó el acento. Si sonaba ligeramente parecido al de Romaña, no dudaría en atacar.
Ariadna Dario- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 05/04/2013
Re: Jabón de Marsella [3 de febrero - Consultorio de Ariadna]
Stephanos arqueó una ceja ante la aparición, subsiguiente escrutinio y palabras de la que era una especie de encargada o sirvienta de La Milagrosa. Por supuesto, una galeno de tamaña fama no podía ser una jovencita de graciosos rizos y nariz pizpireta. Sin duda debía de ser una mujer de avanzada edad y sabiduria, de espalda encorvada por pasarse la vida sobre los libros o sobre los cuerpos... Para ejercer sobre ellos sus dotes curativas, se entiende. Inspiró hondo, conteniendose. Decir que le encantaba tratar con subordinados sería algo que clamaría al cielo, pero en estas lides mercantiles, porque alla donde se mueve dinero e intercambio de favores puede hablarse de relación mercantil, lo más normal era tratar con un subordinado. Incluso con las putas, has de tratar con un tercero que evalua, no tanto la amenaza para la puta, sino el peso de tu bolsa y lo dispuesto que estás a pagar.
Dejando a un lado las putas y volviendo con la ayudante de la galeno, Stephanos dibujó su mejor y más tranquila sonrisa: Una sonrisa leve que no hacía más que ofrecer una mueca lobuna y peligrosa, a la par que extraña, en un rostro poco dado a la sonrisa. No habia motivos para ellos.
- Mi hermano agoniza. Y francamente, me toca sobremanera... - No, tacto Stephanos. Delante de una señorita hay que tener tacto. Carraspea - ...No querría que mi querido hermano sucumbiera a la enfermedad. - Por lo que representaría para él, máxime que el cabeza de familia sucumbiria pronto a la locura, si no lo ha hecho ya, y ha de estar muy cuerdo para seguir asistiendo a las reuniones del Consejo. - He oido de la capacidad de Ariadna la Milagrosa. Transmitidle mi petición. Y decidle que se le pagara generosamente, una parte por sus molestia, y otra despues de haber curado a mi hermano.
Sin más, Stephanos esperó a que la joven dira signo de haber entendido sus palabras. No le apetecía repetirlas. No estaba de humor. Pero algo en los ojos de esa joven le decía que era una muchacha inteligente. Seguro que ha cogido todo a la primera.
- Podrá enviaros, con la mayor prontitud posible, a nuestro palacio, en el sestiere del Castello. - Y no ha lugar a dar más señas, ¿verdad? ¿Que más podria necesitar la joven? Todo lo que hubiera de negociar, lo haria con Ariadna.
Dejando a un lado las putas y volviendo con la ayudante de la galeno, Stephanos dibujó su mejor y más tranquila sonrisa: Una sonrisa leve que no hacía más que ofrecer una mueca lobuna y peligrosa, a la par que extraña, en un rostro poco dado a la sonrisa. No habia motivos para ellos.
- Mi hermano agoniza. Y francamente, me toca sobremanera... - No, tacto Stephanos. Delante de una señorita hay que tener tacto. Carraspea - ...No querría que mi querido hermano sucumbiera a la enfermedad. - Por lo que representaría para él, máxime que el cabeza de familia sucumbiria pronto a la locura, si no lo ha hecho ya, y ha de estar muy cuerdo para seguir asistiendo a las reuniones del Consejo. - He oido de la capacidad de Ariadna la Milagrosa. Transmitidle mi petición. Y decidle que se le pagara generosamente, una parte por sus molestia, y otra despues de haber curado a mi hermano.
Sin más, Stephanos esperó a que la joven dira signo de haber entendido sus palabras. No le apetecía repetirlas. No estaba de humor. Pero algo en los ojos de esa joven le decía que era una muchacha inteligente. Seguro que ha cogido todo a la primera.
- Podrá enviaros, con la mayor prontitud posible, a nuestro palacio, en el sestiere del Castello. - Y no ha lugar a dar más señas, ¿verdad? ¿Que más podria necesitar la joven? Todo lo que hubiera de negociar, lo haria con Ariadna.
Stephanos Diomedes- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 27/03/2013
Re: Jabón de Marsella [3 de febrero - Consultorio de Ariadna]
Ariadna observó, cautelosa, al muchacho. A pesar de sus vestiduras no parecía tan intimidante una vez comenzó a hablar; hasta se notaba que intentaba ser cortes y que le salía a duras penas. Claramente se trataba de un lobo de mar intentando aparentar ser un caballero, como había visto tantos.
El engaño había funcionado a la perfección. Se veía que el hombre había oído hablar de ella, mas no sabía a quién estaba buscando exactamente. Desde esa posición, haciéndose pasar por una auxiliar, podría sacar más información, así que se aprovechó:
Cuando el tal Stephanos indicó que podrían encontrar al enfermo en el palacio Diomedes, respiró un poco más tranquila y dejó que su rictus se relajase. El hombre debía de estar diciendo la verdad. No enviaría a Ariadna a una trampa a un lugar tan noble y concurrido, pudiendo decir que tendría que ir a cualquie otro sitio.
Pero la historia del enfermo de momento no era interesante para Ariadna aunque ,sin embargo, la promesa de una buena suma de dinero atrajo su atención. Cuando el hombre calló, pausándose, como dando a entender que ya había dicho todo lo que tenía que decir, Ariadna contestó:
- ¿Y cuáles son los síntomas de la enfermedad que aqueja a vuestro hermano? ¿Ha sido diagnosticado ya por alguien? ¿Está siguiendo algún tratamiento?
Ariadna preguntó esas palabras absteniéndose de mostrar su interés. Como con desgana, dando pie a entender que se trataban de unas preguntas rutinarias para informar a su señora.
Eventualmente reconocería su verdadera identidad ante quien fuese realmente necesario, cuando viese realmente con qué pie estaba pisando un suelo que de momento se le antojaba desconocido. La intuición le decía que probablemente este muchacho estaría viniendo representando a una familia más que a sí mismo. La torpeza aparente con la que se estaba explicando así lo sugería.
- Necesito toda la información que me pueda proporcionar para establecer un histori… para que se pueda identificar la dolencia que afecta a su hermano. ¿Qué se sabe ahora mismo del mal que le aqueja?
El engaño había funcionado a la perfección. Se veía que el hombre había oído hablar de ella, mas no sabía a quién estaba buscando exactamente. Desde esa posición, haciéndose pasar por una auxiliar, podría sacar más información, así que se aprovechó:
Cuando el tal Stephanos indicó que podrían encontrar al enfermo en el palacio Diomedes, respiró un poco más tranquila y dejó que su rictus se relajase. El hombre debía de estar diciendo la verdad. No enviaría a Ariadna a una trampa a un lugar tan noble y concurrido, pudiendo decir que tendría que ir a cualquie otro sitio.
Pero la historia del enfermo de momento no era interesante para Ariadna aunque ,sin embargo, la promesa de una buena suma de dinero atrajo su atención. Cuando el hombre calló, pausándose, como dando a entender que ya había dicho todo lo que tenía que decir, Ariadna contestó:
- ¿Y cuáles son los síntomas de la enfermedad que aqueja a vuestro hermano? ¿Ha sido diagnosticado ya por alguien? ¿Está siguiendo algún tratamiento?
Ariadna preguntó esas palabras absteniéndose de mostrar su interés. Como con desgana, dando pie a entender que se trataban de unas preguntas rutinarias para informar a su señora.
Eventualmente reconocería su verdadera identidad ante quien fuese realmente necesario, cuando viese realmente con qué pie estaba pisando un suelo que de momento se le antojaba desconocido. La intuición le decía que probablemente este muchacho estaría viniendo representando a una familia más que a sí mismo. La torpeza aparente con la que se estaba explicando así lo sugería.
- Necesito toda la información que me pueda proporcionar para establecer un histori… para que se pueda identificar la dolencia que afecta a su hermano. ¿Qué se sabe ahora mismo del mal que le aqueja?
Ariadna Dario- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 05/04/2013
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