Juego de salones y faldas [1 de Febrero/Ca' Dario] (Sara, Andrea)

Las mujeres Barbarigo se encontraban todas esperando en el salón de invitados, en unas de las salas del palacio. Todas habían presentado sus respetos al aquejado y al resto de familiares, se encontraban esperando pacientemente hasta que el cabeza de familia diera la orden de retirarse. Frente a ellas, se encontraba Claudia Dario que acompañaba a su tío Francesco de ochenta y dos años que dormitaba a su derecha en una mecedora.

- Debo decirle, Delia, que a pesar de todo, Venecia está atenta a lo que vaya a presentar vuestra merced mañana. Supongo que de nuevo vestirá a las dos damas elegidas de San Polo.

- Por supuesto, mi marido se ha encargado de darme el presupuesto necesario para poder financiar a ambas. Hemos cogido dos chicas preciosas y creo que este año nos superaremos. Vamos a convertir en el gran canal en el espectáculo más hermoso de Venecia. - hizo una pausa como si de repente se acordara de algo - Según tengo entendido, el gremio del grano presenta a su propia candidata.  - la voz de Delia despedía cierta... condescendencia, pero Claudia no pareció percibirla o tuvo suficiente elegancia para hacer creer eso.

- Sí, personalmente me he encargado de asesorar a nuestra joven, en mi opinión es la más bonita de toda Venecia. Creo que aunque no gane conseguirá un marido rápido.

De repente se escuchó un ronquido y todos miraron a la espalda de Delia. Francesco abrió los ojos y miró alrededor nervioso intentando levantarse pero sin fuerzas para hacerlo:

- ¡Cuidado!

Claudia se acercó hasta él y le posó la mano en el hombro obligándolo a recostarse sobre su asiento.

- No es nada, tío. Descanse.

Él la miró con los ojos vidriosos y extendió su mano nudosa para posarla sobre sus hombros.

- La muerte acecha... Ronda por los pasillos del palacio. - miró a todas las damas presentes. - Tened cuidado, que no sepa que la hemos visto.

Se hizo un silencio en la sala y finalmente el hombre se acomodó en su mecedora. La madera chirrió y todos se miraron unos a otros. La Dario tragó saliva y miró a su tío que pareció volverse a quedar dormido. Entonces se giró hacia las invitadas.

- No le hagan caso, el pobre tío Francesco no sabe lo que dice. - dicho esto tapó al anciano y se dispuso a sentarse pero antes de que pudiera completar la acción, tras dos toques la puerta se abrió parcialmente y solo Eloisa pudo ver lo que había detrás. - ¡Príncipe Arthur! Me alegro de verle. Roberto no ha llegado todavía.

- No se preocupe, venía a presentarle mis respetos. - dijo una voz que perfecto acento veneciano.

- Pase, pase. Estamos en buena compañía.

La puerta se abrió presentando a un chico con ropas ostentosas pero extrañas para el estilo veneciano , con un sombrero y corte de pelo peculiar.


Nada más entrar hizo una leve reverencia saludándolos a todos y entonces su vista se alzó clavándose sin poder evitarlo en la zona que ocupaban Andrea y Donatta.

- Os presento a Delia Barbarigo, Maria Barbarigo, Andrea Barbarigo y Donatta Barbarigo.

El tardó un par de segundos en reaccionar y volvió a hacer una reverencia.

- Soy Arthur Tudor, un placer conocerles a todos...

Andrea no pudo evitar escuchar a su tía cuando hablaba de las muchachas para el desfile. ¿Su marido? Quien le había dado el dinero para ello había sido su padre. Pero ¡como no!... Su padre siempre quedaba atrás y lo meritorio de la familia era obra de su tío. Otro gasto tonto, a falta de una, dos... pero claro...había que guardar las apariencias y demostrar todo el dinero y poder que tenían el día de la Purificación... A costa del sudor de su padre. ¿Y para qué? Para que su tío fuera todo lo opulente que quisiese mientras ellos vivían en un estricto rigor regio, no pobreza, pero casi.

Andrea iba a hablar, él no era su padre y callado no se quedaba... pero un ronquido prorumpió su línea de actuación y de pensamiento.

- Cielo Santo - dijo en un aparte que escuchó solo Andrea.- veo que la enfermedad es cosa bastante común en esta familia.- Si hubiera sido una dama "delicada" habría fingido un vahído ... quizás un casi teatral desmayo ante tal negro augurio, pero era Donatta había visto a la muerte dentro de su madre, estaba curada de espanto.

Era otro anciano más, desquiciado y atormentado, solo eso.

- No pasa nada, no os preocupéis - le dijo Andrea.

La atención de Andrea no pudo ser más alta más que en aquel momento, cuando escuchó la palabra príncipe en boca de Eloisa. No es que no conociera a nadie de la "realeza" ni que nunca hubiera tratado con gente que creía serlo, a ojos de Andrea todo príncipe tenía que ser guapo y merecía todo el interés que pudiera darle.

Curioso por ver al susodicho fijó su mirada en la puerta. El joven aún sería un crío, pero apuesto. Su sorpresa aumentó al escucharle, el joven había madurado pronto... y hablaba perfectamente italiano. La puerta se abrió más, mostrando a un muchacho que claramente no tenía la edad de Arturo. El príncipe inglés había resultado veneciano... el veneciano más guapo de toda la falsa realeza.

Estaban en buena compañía... y ahora que había llegado él, la cosa no podía sino mejorar.

- Vuestra excelencia... el placer no es de otro sino nuestro.- Andrea no pudo reprimir una sonrisa al verle. Su excelencia andaba más perdido que otra cosa. La máscara igual era demasiado grande como para llevarla cómodamente. Aquel príncipe era un temerario, como él. Cuando se acercó a Andrea, este hizo una genuflexión. - vuestro dominio del idioma es notablemente envidiable, si se me permite decirlo.

- Encantada - dijo Donatta haciendo una reverencia. ¿Sabría ella quién se escondía tras la máscara? No, seguramente no, de haberlo hecho estaría celosa, ella lo quería solo para ella.

Aquellos ojos color miel… su mentón... su sonrisa, esa que tantas veces había admirado delataban quien estaba tras la máscara.

Arthur miró a todos saludándolos educadamente uno a uno. Cuando se acercaron los hermanos, sonrió divertido.

- Mi tutor en Londres fue un hombre llamado Sansovino, él me enseñó a hablar su lengua natal con el mejor de los acentos desde los dos años, también hablo latin como si fuera mi propia lengua. Es un hombre culto con unas grandes capacidades pedagógicas. Él fue quien convenció a mi padre para que me educara aquí, rodeado de cultura y como no... - miro a las mujeres presentes llevándose la mano al sombrero en señal de saludo para que se dieran por aludidas. - ...belleza. - sus ojos se deslizaron hasta Donatta, donde se detuvieron un segundo y finalmente en Andrea. - No se equivocaron, vivir en Venecia, a pesar de los rigores de la academia, es el mejor lugar donde un hombre puede pasar su juventud.

Miró a Claudia un segundo con una encadiladora sonrisa. La mujer parpadeó un par de veces desorientada.

- Creo que el señor Barbarigo se encuentra un poco solo aquí, tal vez podría llevarle conmigo y así pueden ustedes hablar de aquello que deseen libremente. - alzó un dedo - Y no me diga que no tienen nada que ocultar. Todos sabemos que hay secretos femeninos que ningún hombre debe escuchar. - los ojos del príncipe se clavaron en los de Andrea - ¿Os placería? Hasta que llegue mi amigo Roberto voy a estar muy solo vagando por el castillo.

- Acompañadle, sobrino, acompañadle. Nosotras estaremos bien. - la mujer habló con tono apremiante mirando a su sobrino con una haz de advertencia para no dejar pasar esa oportunidad.