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Mensaje por Ariadna Dario Vie Jun 14, 2013 3:42 pm

Era una hermosa mañana en Venecia. El sol despuntaba calentando los adoquines de las calles y la gente circulaba entre las estrechas calles de los edificios, unos detrás de otros como si de hormigas buscando pitanza se tratasen.

Ariadna se mantenía en uno de esos ríos de gente buscando un espacio abierto. Estaba buscando algún agitador, un pregonero. Alguien que estuviese jaleando a la gente. En todos los pueblos siempre había alguien cuya voz era oída por aquellos que no tenían opinión propia. Era su punto de partida.

Y como todos los ríos al final van perdiendo caudal hasta llegar al mar, o a un lago, este llegó a una enorme plaza, la llamada plaza de San Marcos, desde donde se podía ver tanto la basílica de San Marcos como el Palacio Ducal. La gente, junto con las palomas que poblaban la plaza, se dispersaba en este lugar que parecía ser el corazón de la ciudad, que bullía en agitación. Justo lo que estaba buscando.

Caminó un rato sin rumbo fijo observándolo todo, hasta que en una esquina de la plaza vio como se agolpaba un grupo de gente ,entre vítores, en derredor de un hombre vestido con ropas humildes que voceaba incansable sobre una pequeña tarima; espacio que a su vez formaba parte de otro grupo de tarimas mayores que unos hombres que, con la ayuda de macetas de cantero y plomines y dirigidos por otro hombre de ropas más nobles que observaba un documento, estaban claveteando y ajustando con cuñas.

El hombre de la tarima gritaba al público que le observababa con una voz fuerte y clara:
- ¡Habitantes de La serenissima! ¡Les recordamos que mañana, en este mismo lugar, será electa la más bella de las mujeres de la ciudad! ¡La anfitriona del carnaval! ¡Las más bellas doncellas en edad de ser desposadas de Venecia serán juzgadas aquí, para ver quién de ellas es la más hermosa!  ¡No falten a esta cita con la belleza y la fiesta! ¡Después de la elección, comenzará la Gran Subasta de Las Marías! ¡Los hombres más pudientes y las familias más poderosas pujarán por la mano de cada una de las demás doncellas! ¡No falten al evento en este mismo enclave, venecianos!

Después de repetir un rato este mensaje, el hombre se sentó al borde de la tarima para libar un trago de una bota de vino y refrescarse la garganta. Ariadna se acercó a él. La guisa de la que se presentaba era discreta. Estaba cubierta con una capa oscura que cubría su cabeza, pues no quería llamar la atención en exceso. No en vano, portaba una cantidad importante de dinero.

- CHHS… ¡Voceador! ¿Quieres ganarte un sueldo extra de pregonero? - Dijo Ariadna  en un susurro al lado suyo, desde abajo. El voceador, nervioso, se giró raudo y la espetó:

- ¿Quién osa dirigirse a mí? ¡Tú! ¡Descubre tu rostro para hablar conmigo!

Ariadna echó su capucha hacia atrás dejando ver su bella faz. Su peinado rizado dejaba caer tirabuzones enmarcando su rostro, limpio y luminoso. Miró al charlatán con una mirada fría y seria.

- Oh… ¿Quiere apuntarse al evento, joven dama? ¿Es enviada usted por algún maese de algún gremio?

- Guarda silencio y cállate, osado. Quiero pagarte para que difundas palabras, ya que observo, lo haces bastante bien. Más no quiero charlatanería para conmigo. Escúchame atentamente:

Ariadna sacó una pequeña bolsa hecha de piel de conejo con unas cuantas monedas dentro. Las sopesó alzandolas y tintinearon, lo justo para que el hombre lo oyese. Este soltó la bota, y de una zancada, saltó al suelo, poniéndose al lado de Ariadna.

- Ahora empezamos a entendernos, señora. Dígame.

- Quiero que informes al gentío de que Ariadna la milagrosa ha llegado a la ciudad. Que difundas que aquellos que no encuentran sanación para sus males, podrán saber de mi paradero preguntando en el Palazzo Darío.

Ariadna abrió la bolsa y sacó aproximadamente la mitad de las monedas que contenía. El voceador las miraba fijamente. No podía evitar observar su brillo. Ahí debía haber aproximadamente lo necesario para colmar sus apetitos durante un mes.

- Esto es para ti, y cuando hayas concluido tu tarea, vendrás a verme. Si el nombre de Ariadna resuena por las calles de esta ciudad como se merece, obtendrás lo que resta dentro de la bolsa.

- ¿Y puedo fiarme de vos, señora?

- No seas estúpido, campesino. Soy yo la que os acaba de hacer entrega de la mitad de vuestros honorarios y la que debe preguntarse si confiar en vos. Y he decidido que sí. Ahora no me falle, o le buscaré y le haré ensartar por traidor.  - Por su mirada el hombre entendió que no se podía bromear con esa mujer, que sus intenciones aparentaban serias.

Dicho esto, ella se dio media vuelta para desaparecer entre el tumulto de gente que iba de aquí para allá en la plaza, y el hombre quedó enfrente de la tarima contando nervioso las monedas.
Ariadna Dario
Ariadna Dario

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Fecha de inscripción : 05/04/2013

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