Como ladrón en la noche [Algún lugar de la frontera / 1 de febrero]

La barcaza del mercader atravesaba las aguas de la laguna como si de un estilete rebanando carne se tratara. Las lonas cubrían pesadamente la mercancía mientras el hombre remaba con parsimonia. La niebla aquella noche era más densa y siniestra de lo que acostumbraba a ser. Ni tan siquiera sabía cuántas veces había cambiado ya su rumbo para despistar a las tropas pontificias, pero lo cierto era que desde hacía horas todo estaba mucho más tranquilo.

-Noche sin luna, mi señora. No hay nada que deba temer.

De entre las pesadas telas emergió la figura de una hermosa mujer. A pesar de la situación y de no haber podido descansar durante casi dos jornadas, Irene trataba de seguir demostrando su linaje a través de sus formas. No obstante, aquel barquero borracho se estaba propasando.

-No hay nada que tema, barquero, pues sólo soy precavida. - alzó sus hermosos ojos hacia el cielo comprobando la veracidad de las palabras del hombre y, acto seguido, agarró la pierna de su buena amiga.

-Sal ya, está todo despejado. No creo que esos gorrinos amaestrados fueran capaces de encontrarnos ni con veinte navíos. No hemos podido hablar desde que salimos, ¿algún desperfecto?- Irene sonrió a la mujer que emergía también de entre las telas. A pesar de su gesto, Ariadna no pudo observar nada salvo el resplandor de las estrellas sobre los dientes de su amiga. Habían pasado apenas unas horas desde su última persecución en la Romaña y aún no habían podido ni sentarse a descansar. Fue una suerte que aquel amable vidriero pasara por allí, de no ser así Guido les habría dado más problemas de los que podrían manejar.

Ariadna hizo un esfuerzo para ver en la oscuridad. Las luces titilaban en el horizonte y se reflejaban en la planicie vidriosa del oscuro mar. El salitre y el olor a pescado inundaban su paladar y sus fosas nasales, mas no era desagradable. Era agrio, pero no era el olor a putrefacción e inmundicia que tanto había tenido que soportar hasta acostumbrarse, tanto por su trabajo como por haber morado en lugares frecuentados por multitudes.

Arrastraba consigo su maleta de piel curtida; Llena de ungüentos, potingues, plantas y esencias. Una valija pesada pero muy importante para ella. Sin ésta no podría realizar su trabajo con soltura.

- Creo que alguno de los vidrios se ha roto, mas contaba con ello. Cuando lleguemos no tendré más remedio que comprar algunos frascos mejor templados que estos y contactar con un apotecario para restaurar la perdida. Yo estoy bien, señora. Tal vez un poco mareada, pero aguantaré. Gracias por preguntarme. - Se le escapaba un marcado acento de la zona de Romaña en algunas palabras que insinuaba su origen.

La barcaza crepitaba con cada palada que el remero hincaba en la superficie del agua. Ariadna no estaba acostumbrada a viajar de este modo, pero no era esto lo que la estaba poniendo nerviosa. Era Guido. Todo esto era una experiencia nueva para él y de momento estaba comportándose con serenidad bajo el manto que le tapaba y le daba cobijo,

Pero ella temía por su reacción si algo le agitase Ariadna estaba teniendo la imagen mental de Guido gritando y atrayendo la atención sobre ellos, rompiendo el silencio y las sombras que les ocultaban, sintiéndose ella incapaz de contener sus gritos.

Pensaba también en el destino que le aguardaba en Venecia. ¡Venecia! La gran Venecia.
Meditaba cuál sería su ventura si los rumores sobre la diablesa de Imola hubiesen llegado a la ciudad. Al fin y al cabo, ella era un galeno trabajando para la familia de los Sforza. Su posición actual era muy peligrosa. Un dedo acusador que la señalase con mala fe podría llevarla a un camino de infortunio de forma vertiginosa. Y era una lástima.
Tenía tanto aprecio por Irene ... casi tanto como desprecio sentía por su primo Guido. Pero… debería desvincularse poco a poco de ellos. Necesitaba labrarse una vida y un nombre fuera del amparo de Irene. No podía permitir que la reconociesen como una protegida de la familia Sforza… Aunque, de hecho, lo fuese.

Tal vez el abandonar Forlì tan bruscamente no haya sido tanto una desventura, como una vuelta del destino, pensó. Siempre se había sentido conectada con Venecia. Bien es cierto que sus raíces no estaban allí, pero si estaba su sangre y su linaje, así como más cosas que formaban parte de su pasado y su futuro. Venecia. Una nueva ciudad. Una nueva vida. Tal vez un momento propicio para un nuevo comienzo.

Miró a Irene en la oscuridad, cuya silueta se perfilaba sobre el fondo estrellado. Cierto es que tampoco podía dejarla de lado. Acababa de salvar su cuello de la horca gracias a ella.

Oh, Irene. Bella Irene… Tan mala fortuna he tenido de haberte conocido a ti, como tú de ser sobrina de quien eres. Me preguntó qué idea tendrás para cuando lleguemos a puerto. Realmente no quiero tener que verme obligada a abandonarte, Irene. Eres de las pocas personas que han sido buenas conmigo. - pensó para sí misma, mientras la observaba.-

Se acerco a ella y la dijo fuera del alcance de los oídos del barquero.

- ¿Qué planes tiene para cuando arribemos a Venecia, señora? Usted nunca ha sido alguien que camine sin saber hacia dónde se dirige. ¿Le gustaría compartir sus pensamientos conmigo?

-No sé qué decirte, Ariadna.- Irene se recostó sobre las lonas y comenzó a hundir la mano entre todos aquellos tejidos para calmar a su esposo, quien parecía empezar a reaccionar. Haciendo gestos de cariño más propios para un niño que para un hombre adulto, Irene continuó charlando.

-La verdad es que hay una sombra de dudas en mi interior. Desde que abandonamos Forli entre todas aquellas tragedias... siento como si el propio diablo nos hubiera observado de cerca. Mi tía defenderá el puesto con sangre y sudor...- el vidriero se giró y la miró desde la oscuridad. Sólo las titilantes luces de sus pupilas le indicaron que estaba siendo observada y, por lo tanto, escuchada. -No me malinterpretéis, Catalina ha sido una desgracia para nosotros desde el mismo día en que nos hizo llamar. Pero...- miró a Ariadna tan fijamente como la oscuridad le permitía y se inclinó ligeramente hacia ella. -Tú me entiendes, ¿verdad? Ella erró en la forma y en el cuerpo de su cometido, pero al fin y al cabo, ¿no son destinos loables los que la empujaban?

Se hizo el silencio sólo roto por el pesado despertar de Guido. Los demonios de Irene la habían atormentado durante todo el viaje, ¿cómo odiar a quien ha compartido tanto con una misma?

Ariadna se sorprendió de una pregunta así. Debía responder con pies de plomo pues era un asunto delicado para tratar con gente cerca. Meditó un instante mientras observaba las estrellas en el infinito y la contestó, posicionándose junto a ella, en un susurro junto a su oído que pretendió que no se oyera más alto que el sonido de la marejada

- Tratar de asesinar al padre de su enemigo no lo consideraría un acto ni loable ni inteligente, señora. Aunque lo hubiese conseguido eso no habría sino recrudecido el odio y la violencia del hijo de Borgía hacia ella y no habría hecho sino atacarla con aun más tempestuosidad si cabe. Aun así, entiendo considerarlo como medidas desesperadas para instantes desesperados…

Pocas veces Ariadna hablaba con una sinceridad tan brutal. No obstante, la confianza que profesaba con Irene le permitía hablar así… a veces, y siempre desde el respeto más profundo.

- … más no tengais vos en cuenta mi opinión. Soy solo una simple galeno que realmente no entiende cómo funcionan las cosas en política. En lo personal comprendo los temores que la invaden luego de haber visto la reacción de su tía tras haber perdido Rivaldino, pero…

Se alejó, no estaba cómoda en esa postura en la barcaza. Continuó hablando, a sabiendas de que el vidriero también la escuchaba.

- Considero que la gestión de la Romaña por parte de su tía después de haber perdido a su querido Giovani, sí que ha sido digna de loas. Ha demostrado un carácter fuerte, ha gobernado con dignidad, y ha demostrado gran entereza en su soledad. Estoy segura de que pase lo que pase en Forlì será tratada con el respeto que una Sforza merece.

Hablaba con la boca pequeña. Decía todo aquello para complacer a Irene y disipar sus demonios. Realmente nunca le habían preocupado lo más mínimo los entresijos del gobierno de Italia ni los dramas políticos. Lo único que quería era evitar que la guerra la salpicase en demasía, y no encontrarse en el lugar equivocado cuando la muerte acechase. Y de momento lo estaba consiguiendo.

Irene escuchó con cada vez menos control sobre su gesto. Ariadna era una buena amiga, pero muchas veces pecaba de bondadosa. Una descarada carcajada emergió de su garganta haciendo que el propio remero se tambaleara sorprendido.

-¡Controlaos, mi señora!- dijo en un susurro gritado. Irene lo miró con una ceja bien arqueada y apretó los labios antes de hablar.

-Controlaré mi voz y mis gestos cuando yo lo crea conveniente, o cuando mi marido me lo sugiera. Mientras tanto tú aférrate a ese remo o quizás sufras un accidente y caigas a las gélidas aguas de la laguna. Soy una mujer, no una campesina.- Irene creyó haber dejado lo suficientemente claro dónde estaba el límite de cortesía que aquel mentecato tenía a su disposición. De no gustarle, bien podría lanzarse al agua y morirse entre chapoteos, a ella le era indiferente.

Regresó su rostro hacia su amiga y, sin poder evitarlo, examinó la fuerza de sus brazos... Un tanto escuchimizada pero a falta de pan...

-No me hagas reír, Ariadna. ¿Que van a tratarla bien? Hablamos de César Borgia y un puñado de bujarras franceses. Tendrá suerte si la dejan enjuagarse entre cabalgada y cabalgada. Esa gentuza es muy salvaje, ¿sabes?- Irene hablaba de una forma casi irreconocible. Era inverosímil cuánto podía modificar su registro según quien estuviera presente, según ella misma decía "Donde fueres, haz lo que vieres"; aunque nadie parecía estar soltando improperio alguno.

-Son calaña de mente blanda y guillotina presta. ¡Cobardes!- escupió al agua. -Se sienten valientes contando historias que no creen ni sus campesinos, pegando gritos a naciones más pequeñas que no han tenido aún su momento de brillar. ¡Escoria! Les tiemblan las piernas cuando una mujer les pide lo que no tienen.

Ariadna observo cómo sus palabras tenían el efecto inverso en Irene y vio como esta perdía la compostura. A pesar de no haber mentado a los franceses en su discurso, no directamente al menos, estaba claro que Irene no podía evitar mantenerlos en sus pensamientos.

- Irene, como amiga suya le pido, cálmese. Ni creo que haya ser tan vil como para mancillar su apellido, ni siquiera entre las huestes francesas, ni creo que obtengan victoria en Forli. Estoy de acuerdo en que la situación no tiene buen pronóstico para su tía, más no debemos darlo por perdido. Confiemos en que resista lo necesario.

Otra vez hablaba sin creer en sus palabras. Sabía perfectamente que Caterina seria pinchada sin remedio por la culpa de su orgullo, pues era lo suficientemente altiva como para negarse a sí misma la oportunidad de huir. Pero no creía conveniente compartir esos pensamientos con su sobrina. A pesar del aparente rechazo que ostentaba por su tía, Arianda había podido comprobar por sus propios ojos la similitud de sus caracteres.

Intentó rodear con sus brazos el cuerpo nervioso de Irene y, esperando que esta no se zafase de su gesto de afecto, la susurro al oído

- Señora... Yo también odio a los perros franceses así como al mediohombre que es Borgia tanto como vos, pero no creo que expresarlo de esa forma y justo ahora sea bueno para la tranquilidad de Guido. Por favor, no pierda la compostura, Irene. Comprendo sus nervios al tratar estas cuestiones, y créame si le digo que yo también detesto a los gabachos y que los considero hombres sin alma. Mas hágalo por él. No por mí. Contenga su genio, Sforza. Necesitamos que Guido esté tranquilo hasta llegar a puerto.


Realmente Ariadna temía que fuese el irascible y temperamental carácter de Irene el que les pudiese meter en un apuro, más los lloros y gemidos de Guido. Sabía que era capaz de arrancar a gritos por una conversación desafortunada, o intentar tirar del bote al remero como reprimenda por haberse tomado demasiada confianza. Prefirió poner a Guido como pretexto. Al fin y al cabo era excusarse en su responsabilidad.

Como si bien hubiera oído sus últimas palabras, el hasta ahora silencioso bulto entre mantas que había sido Guido cobró vida y comenzó a moverse de arriba a abajo mientras emitía algo parecido a un gutural gemido. La cabeza del joven emergió de aquella especie de petate, pesada, y observó con los ojos llorosos y el ceño fruncido a las dos mujeres. Tenía toda la mandíbula babeada, y las comisuras de sus labios estaban pegajosas y con restos de lo que había sido parte de su última comida, que había expulsado hacía ya varias horas por al río.

- ¿Hemos llegado ya? ¿¿Hemos llegado ya?? - Balbuceó con aquel característico arrastramiento de las palabras, comiéndose pronunciaciones y alargando innecesariamente otras. Parecía más el lamento de un chiquillo. Se movió tanto que cayó torpemente fuera de las mantas, sujetándose con sus manazas para amortiguar la caída. - Mmmmmmmmmmmm.

Con algo parecido a un puchero, pero gesticulando y arrugando cada palmo de su cara, comenzó a soltar aquel largo gemido, quejoso, más por impaciencia que por dolor o angustia.

- Quiero llegar a Venecia. Quiero ver al tío Francesco. Llévame con el tío Francesco, Irene. Quiero escuchar una de sus historias, una en la que haya guerras, sí, de esas. Y que mueran franceses y españoles en ella.

Su forma de hablar era no solo incordiosa, si no que sus cascosa voz y su aparentemente pesada lengua llegaba a ser incluso tortuosa.

Irene prácticamente apartó de un manotazo a Ariadna cuando vio a su esposo abalanzarse contra el extremo de la barcaza. Todos se tambalearon peligrosamente mientras el remero luchaba con todas sus fuerzas por mantenerlos a flote. Una vez hubieron recuperado la estabilidad, Irene volvió a dedicarle una mirada de odio al plebeyo, al fin y al cabo no iba a reprender a su marido.

-Habría sido interesante que no bebieras antes de recogernos, barquero... deberían azotarte por esto.- el hombre respondió con un gruñido, deseando llegar cuanto antes a tomar tierra. Era una noche cerrada y al día siguiente se daría la gloriosa fiesta de la Purificación. Pensó en la de insultos que no hacían más que agolparse contra su lengua y por los que tendría que confesarse al día siguiente.

-Aún no hemos llegado, esposo, pero pronto estaremos en casa y podréis tomar las delicias de canela que tanto nos gustan. ¿No os hace eso muy feliz?- Irene aplaudió en silencio para animar a Guido y después abrazó su cabeza, hundiéndola contra su pecho como una madre con su retoño.

Por encima de la espesa neblina se comenzaron a vislumbrar las tenebrosas luces de Venecia. Escucharon entonces unos chapoteos a su espalda e Irene se santiguó.

-Esperemos llegar pronto o...


-... o acabaremos en la mannaia milanesa antes de que cante el gallo...


A pesar de la oscuridad de la celda improvisada, Irene exigió un par de cirios recurriendo a la bondad de la sangre. Catalina no se había personado allí pero todo apuntaba a que eran órdenes directas de la Vampiresa de la Romaña.

-Apresarnos de esta forma y sin darnos explicación alguna...- Guido estaba bastante nervioso, pero ya se había acostumbrado a su griterío incesante. -Debí sospechar que había gato encerrado cuando recibí la carta. "Milán desea firmar la paz con Venecia, puesto que dadas las circunstancias, no son fuerzas imperantes las que nos separan a ambas. En gesto de alianza, solicito la visita de mi hermosa sobrina... bla bla bla"- Irene escupía las palabras. -Menudo parlamento...

A pesar de que su trabajo era el cuido de Guido, Ariadna prefirió no inmiscuirse en el momento que Irene estaba compartiendo con él. Conocía de sobra que no se podía tratar con esa mujer cuando su genio viraba y, dado su carácter irascible, solía ser algo que sucedía a menudo.

Olisqueó el aire al notar matices de madera quemada por encima del olor del mar, y se percató de la aurora anaranjada que tiznaba la penumbra en la lejanía... Las hogueras que daban luz y calor a la Venecia nocturna comenzaban a verse a través de la niebla como si de lejanos faros se tratasen. Con suerte, la huida estaba llegando a su fin.

Suspiró.

No le desagradaba la compañía de Irene, a pesar de su enrevesado carácter. Siempre se las había apañado para poder domar a esa fierecilla. Era a Guido al que no soportaba durante tanto tiempo. Mientras estuviese dormido o callado era soportable, pero ahora… Deseaba emborracharse, aturdirse, con tal de no oírle. Más no iba a hacerlo delante de Irene, claro.

Se llevó la mano al zurrón que colgaba de su costado y lo sopesó. Pensó en que lo primero que haría al llegar a Venecia sería localizar a los voceadores y pasarles un dinero a cambio de sus favores... Venecia era una ciudad grande, más grande e importante que Forlì, y por lógica tendría que haber algo parecido a pregoneros que informasen al pueblo. Dedujo que seguramente buenos puntos de partida serían el puerto, las iglesias y las plazas. Tenía que hacer que su nombre, y no el de Irene, fuese el que resonase por las calles y fuera mentado por las malas lenguas de los cotillas. Por fortuna era viable conseguirlo, pues sabía que su fama le precedía. Pensó que sería interesante que la fuesen buscando para tratar aquellas dolencias que los médicos de las juderías hubiesen dejado por imposibles y, con un poco de suerte, ganarse sus efectivos.

Y es que ya no era solo por ejercer su oficio. Necesitaba dinero para empezar una nueva vida y no temía mancharse las manos con sangre ajena para conseguirlo. Además contaba con el beneplácito de Irene. Ella nunca le había puesto cortapisa alguna a que se buscase más trabajos. El cuidado de Guido era una tarea pactada como parcial, sin atención exclusiva

En su momento, tras negociarlo, Ariadna lo accedió con esa condición, para poder dedicar su tiempo al estudio de la medicina y a la práctica de todo lo que iba aprendiendo. También es cierto que sabía que aceptaba un trabajo muy por debajo de sus capacidades, más lo hizo a sabiendas de que Guido era consanguíneo suyo… Y hasta ahora lo está manteniendo en secreto, aunque tenga la sospecha de que Irene lo sabe.

Y por otra parte, necesitaría establecerse cuanto antes, pues había algo más que la estaba reconcomiendo por dentro y jamás podría hablarlo con nadie en busca de alivio. Hacía meses que no recibía misiva alguna de su padre, que era alguien muy importante en Venecia, y desconocía porqué. Realmente no quería pensar en ello, pero tenía miedo de que aquella carta que guardaba en su maletín, fuese la última.