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Mensaje por Censura Miér Mayo 22, 2013 7:10 am

Los tres hombres agonizaban en sus respectivas cruces, llevaban tres días sin comer ni beber, parecían estar en las últimas. Una veintena de hombres del Dogo hacían guardia con mosquetes y lanzas desde la noche anterior, después de que una marabunta para intentar liberar a los reos había reducido a la pareja de hombres de palacio que los custodiaban. Esta acción se había saldado con los dos custodios muertos, una persecución por la ciudad donde murieron más de una veintena de ciudadanos y en la que medio centenar fue herido además de la necesaria caída en desgracia del capitán de la guardia. Ninguno de los hombres fue liberado, pero el ambiente en Venecia se había vuelto muy tenso. Aquella misma mañana el hermano del Dogo había sido agredido por una turba enfurecida, ahora se encontraba bajo el cuidado del galeno, pero era más que probable que no sobreviviera. Aún así era obvio que la acción estaba por empezar, frente al Palacio Ducal, en la misma plaza de San Marcos se concentraba más de un millar de almas. En un escenario improvisado, formado por barriles y tablas, un hombre al que los guardias todavía no habían podido reconocer hablaba a viva voz aclamando a su público.

- ¡Guerra! Es la constante excusa. ¡Siempre guerra! Díganme, ciudadanos de Venecia, guerra ¿en beneficio de quién? Esa es la gran pregunta. El Dogo asegura que el beneficio es para la Serenissima y yo os digo: ¡miente!. Ninguno de nosotros es estúpido, entendemos la necesidad de controlar los mares, entendemos la necesidad de expulsar a los infieles turcos de nuestro territorio, pero también tenemos claro que hay diferente maneras de hacerlo. Tirso, Celso y Severiano no son grandes hombres, no son representante de los corruptos gremios a los que pertenecen, no son patricios que pudieran ir cacareando su apellido para hablar con el Dogo. Ellos son humildes artesanos que únicamente querían transmitirle su propuesta al gobernante supuestamente electo de esta ciudad. Su propuesta era justa y razonable, rebajar los impuestos a los plebeyos y extraer ese dinero de las riquezas de los patricios que actualmente están libre de cualquier pago. Desamortizar el arsenal y las nuevas tierras conquistadas para que los ciudadanos de Venecia puedan enriquecerse de esta guerra. Escoger los oficiales no por su linaje sino por su capacidad para poder ganar las batallas. Todas ellas, propuestas más que razonables y justas para nuestra grandiosa ciudad. ¿No creéis? - preguntó al público dejando unos segundos - Os pregunto ¡¿NO CREÉIS QUE ES JUSTO?! - la segunda vez varias personas respondieron, repitió la pregunta media docena de veces más hasta que la plaza esfervesció con un casi unísono "sí" que se repitió con eco a lo largo de la plaza. - Ellos intentaron hablar con el Dogo y él se negó a darles cita. Así que por el bien de Venecia decidieron interceptarle. A voz en grito dijeron lo que era su deber decir. Pero el Dogo se negó a oírlos, no solo eso, sino que además se aseguró, acusándoles de agredirle y de insultarle, de acometer esta blasfemia. - señaló a las tres cruz y la gente se removió incomoda - No solo ha insultado a los ciudadanos de Venecia, sino que ha blasfemado contra dios todopoderoso. Pero a pesar de ello, ni Micheli, ni Falieri, ni Barbarigo, ni Barbaro, nadie ha movido un dedo contra esta injusticia. Ellos llevan junto al Dogo riéndose de nosotros durante años, ellos nos dicen que Venecia somos todos, que la República nos pertenece, pero a pesar de ello, existen dos linajes de venecianos, los que toman decisiones y los que no pintan nada. ¡Para ellos no somos nadie! Pero eso debe acabar, el esplendor de Venecia se está apagando, y no existe culpable alguno excepto los patricios. La República en verdad es de todos y es nuestro deber evitar que la lleven a la decadencia. Nosotros somos Venecia, nosotros traeremos un nuevo esplendor a Venecia. ¡Vox populi, vox dei!

La gente empezó a aclamar al orador y, en una lado de la plaza, apoyado en la torre de la plaza de San Marcos, un hombre asintió. Todo salía como se había planeado, quizás más muertes de las que les hubiera gustado, pero sin lugar a dudas el ambiente era el adecuado. Tras perder la Batalla de Zonchio, donde muchos maridos e hijos habían perdido la vida allí, el hecho de incrementar los impuestos para iniciar una ofensiva contra Lepanto había caldeado los ánimos; pero lo que de verdad hacía enfurecer a la gente era ver la injusticia del Dogo, dejándoles claro que hacía falta un cambio. Tiempo atrás ya la ciudad se había levantado, con los Loredan había sido algo parecido, pero este cambio debía ser más radical, por eso todo estaba bien medido.

Escuchando los gritos del agitador al fondo se alejó de la muchedumbre bordeando la plaza y dirigiéndose hacia la costa. Eso le permitió tener una perspectiva del palacio. La guardia ducal se encontraba preparada para un asalto pero de lo que no eran consciente es que el descontento no estaba solo fuera del palacio, sino también dentro. Esa misma noche los Fortuna pagarían por la arrogancia de creer que todos sus hombres eran fieles. Sería una masacre.

En bastante medida se sentía culpable de lo que estaba ocurriendo. "Fiat iustitia et pereat mundus", se repetía una y otra vez. "Haz justicia aunque se acabe el mundo". La justicia y la virtud eran los dos únicos caminos a la salvación de la humanidad y él estaba dispuesto a recorrerlo aunque eso pesara sobre su alma. Venecia era el corazón del mundo, salvando Venecia, salvaría el mundo.

Llegó hasta un pequeño muelle y pagó al gondolero, este tras preguntarle por su destino lo acomodó en la barca. Avanzaron por la orilla de la ciudad hasta introducirse en un canal oscuro y estrecho.

- El Oráculo ya no desea verte.

La voz del conductor de la barca le sacó de sus pensamientos. Lo miró sorprendido y ladeó la cabeza, observando sus brazos cruzados, con la pértiga clavada en las profundidades del canal, no conocía la cara bajo el sombrero pero debía ser uno de los hombres de sus aliados.

- ¿Puedo saber por qué? - preguntó directamente. Esta clase de conversaciones no debían ser muy largas si querías evitar que oídos indiscretos la escucharan.

- Sabemos que nos has traicionado. Sabemos la semilla que has estado sembrando. Lo que necesita Venecia no es un nuevo dogo sino acabar con los patricios. No podemos dejar que tu semilla florezca. Ningún Dario llegará al trono.

Vio como rápidamente el hombre que tenía enfrente desmontaba su pertiga, sacando de su interior una pica. Intentó incorporarse mientras el hombre hacía el movimiento, pero cuando quiso darse cuenta la pica estaba sobre su abdomen y ambos estaban de pie en la inestable barca.

- No te muevas o morirás desangrado en el agua.

Se hizo para atrás dejándose de caer de culo lentamente sobre la góndola, el otro hombre le imitó aunque sin separarle la pica del pecho.

- Lo siento. - dijo intentando ordenar sus palabras. Estaba muerto fuera cual fuese la circunstancia. No esperaba que le descubrieran sus aliados, esperaba que todo se desencadenara a posteriori, cuando tuviera la protección adecuada. Pero se había acabado el juego, le habían pillado y su única salida era convencer a su asesino. - Los Dario son nuestra única esperanza, seguimos en guerra, os guste o no. Descabezar venecia solo traerá el caos. Los Dario son una familia llena de virtud y justicia, ellos representan nuestros mayores logros, son los únicos entre los nobles que el pueblo aceptaría. Giovanni Dario es un gran líder, su dedicación es plena, sus ambiciones son nulas. Es el gobernante perfecto para la ciudad, es un hombre razonable, se le podrá convencer y atenderá a nuestras peticiones. Él es la persona que necesitáis para ahorrarnos una masacre y transformar Venecia, él os escuchará, me he asegurado de ello. Te lo prometo.

Su asesino negaba cada una de sus palabras y, cuando terminó, su réplica fue rápida.

- No hay más opciones. Vox populi, vox dei. O gobierna el pueblo, o los patricios teñirán de rojo los canales con su sangre. Eso es lo que siempre nos ha guiado y lo sabíais tanto tú como tus amigos.

No había salida.

- Así es, lo sabíamos. Pero nuestra alianza ha sido muy beneficiosa para nosotros, gracias a vosotros el dogo caerá, pero nosotros tenemos nuestro propio lema. Fiat iustitia et pereat mundus. Hemos hecho lo correcto. Nunca dejaremos Venecia en manos de vuestra locura y ambición, mi semilla ya ha germinado, mañana Giovanni será proclamado Dogo, os guste o...

El dolor fue intenso cuando la pica atravesó su pecho, estuvo perdido unos segundos hasta que el agua fría del canal activó sus sentidos, sintió otro lanzazo en la espalda notando como su columna se partía. Ya no sentía dolor, solo frío. Consiguió calmar su mente como le habían enseñado, se sentía flotar boca abajo mientras la sangre salía a borbotones, pero a pesar de ello se sentía bien, morir defendiendo la justicia y la virtud, era una muerte iluminada. Pronto su alma estaría en plenitud y ya nadie podría evitarlo.
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