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La noche de la triste Fortuna [España, 1487]

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La noche de la triste Fortuna [España, 1487] Empty La noche de la triste Fortuna [España, 1487]

Mensaje por Fortuna Mar Mayo 21, 2013 4:27 pm

Brillan como campos de cobre los olivares de Málaga con sus olivos talados, bajo el duro Sol de agosto, castigando desde el alba las tierras saqueadas y a aquellos hombres que fieles a lo que somos resistimos desde las murallas.

Mi nombre es Hamet el Zegrí y esta noche moriré mientras se rinde esta plaza.

34 años después de que tomáramos Constantinopla y tres meses de asedio mediante, hoy de nuevo vuelve a decidirse una importante batalla en la inmensa partida de ajedrez que juegan el Islam y los hijos de Cristo.

Las huestes cristianas nos rodean en tres cercos concéntricos, y desde lo alto de su caballo, aquella perra loca que es su reina Isabel hace extasiar a sus hombres con gritos y cánticos. Y ellos la vitorean. Y ella enfurece y aún grita más como posesa por un placer prohibido.

Españoles y suizos vuelven a desplegarse al norte y el oeste como un mar de chicharras incallables. Desde lo alto de la alcazaba veo los cañones de los franceses ya montados en las lomas, y los regimientos de picas y espingardas que descienden, comandados por aquel hombre cruel que es Alonso de Cárdenas, maestre de la infame Orden de Santiago, asesino de mujeres y niños.

Mi hermano Alí Dordux aún sobrevive a mi lado, comandando junto a mí a los nazaríes. Ordena con su único brazo sano que los arqueros fieles al Sultán se oculten en los adarves bajos de la alcazaba, cubriendo los primeros barrios ante el asalto total que pretenden las tropas cristianas. Ya hace tiempo que perdimos los arrabales. Incendiados, conquistados por aquel hombre de Cárdenas, quien después de su asalto dio bula y libre albedrío a la carnicería de la Santa Hermandad, fanáticos ebrios de pecado.

Estallan los cañones y primero es el acero el que golpea nuestras murallas. Miró hacia abajo, la Judería y los barrios que rodean la Mezquita Mayor, y se me encoge el alma recordando los gritos de los vecinos. Hombres de paz y de bien que no han pedido traer la guerra a esta ciudad, gentes que nunca han visto una bombarda ni han oído sus alaridos de muerte. Por ellos peleamos. Por ellos y por algo más.

Vuelven a disparar. Esta vez no se escucha el sonido del acero reventando la roca sino un traquetear muy repetido que confunde a nuestros hombres. Son los cuerpos de nuestros prisioneros los que disparan, de ellos y de Abdul Al-Din, nuestro asesino, que paga de esta manera su error, matando a una cortesana en lugar de a una reina. Un grito de rabia y dolor se levanta entre nuestras tropas y ésa es la señal que los chacales esperan. Los cuernos y las trompas prorrumpen en las laderas, y los cristianos caen sobre nosotros.

Pierdo a gran parte de mis hombres en las primeras murallas ante las mazas de la Santa Hermandad y las picas de los suizos. Aún resistimos más de media hora cargando por las callezuelas con los caballos asfixiados, y nos retiramos a la Mezquita Mayor cuando la Puerta de Antequera es derribada. Miro hacia el cielo con angustia viendo que el Sol aún no se pone. Alá nos guarde.

Desde los muros del templo puedo ver los pendones de la Reina y de Cárdenas acercándose desde el oeste entre salvas de pólvora. Miró hacia el norte y veo a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, organizando el asalto a la alcazaba. Las banderas del Zagal, nuestro Sultán, comienzan a ondear en retirada, y comprendo que ahora es cuando empieza nuestra verdadera tarea.

Me retiro con los míos hacia la alcazaba bordeando las murallas de los fenicios y ascendemos hasta el Palacio Nazarí. Mi hermano Alí Dordux me espera con su armadura de oro y me saluda con la mayor parte de sus hombres, que parecen entre tranquilos y asustados.

- Es la hora.

Asiento. Llamó a Yusuf, el más rápido de mis capitanes, y le entrego a él y a tres de sus hombres los cofres que tanta sangre han costado. Yusuf los observa y casi puedo observarle aguantando la respiración. Son los cofres donde descansan los secretos del Reino nazarí, la verdad y el conocimiento que llevamos siglos atesorando en las bibliotecas de Córdoba y Granada. El Zagal los había dejado en Málaga con el objetivo de evacuarlos en secreto, retirándose a Almería y Granada para atraer como un señuelo a los moscones del Norte. La traición de alguno de nuestros hombres condenó esa estrategia al fracaso, a esta ciudad a la caída, y a sus habitantes a la muerte. Saben que están aquí. No podemos permitir que se hagan con ellos.

Mi nombre es Hamet el Zegrí y esta noche moriré mientras se rinde esta plaza. Morirán junto a mí algunos de mis mejores soldados, así como han muerto millares de musulmanes en esta ciudad, y decenas de millares en las tierras del Sultán. Morimos por la vejez y la locura de nuestro antiguo Sultán, y por la cobardía de su hijo Boabdil, pero también morimos por nuestros hijos y nuestra sangre, y con nuestra muerte evitaremos vender el reino y entregar a la puta de Isabel aquello que nuestros padres llevan siglos atesorando.

Mi nombre es Hamet el Zegrí y soy fiel al Zagal, el único hombre que sigue a Alá en estas tierras. Él y yo pertenecemos a una dinastía de hombres amantes de la paz y la prosperidad, y tratamos de salvar nuestro secreto del salvaje infiel y su deseo de conquista. Somos hombres de Dios, y seremos recompensados. No podemos permitirnos la derrota. ¡No podemos…! Alí Dordux me toca el hombro sacándome de mis pensamientos. Cabeceo, asiento, y me pongo en marcha.

Cien de mis hombres y yo corremos con antorchas por la coracha de la alcazaba hacia el castillo de Gibralfaro, una fortaleza antigua que está unida a la de esta ciudad por un pedazo de muralla entre los riscos. Miro a los lados y veo las escalas de los cristianos asaltando las murallas. Debe de ser un grupo reducido con la misión de interceptar a los que huyen. Esta vez sí han mordido el anzuelo, creyendo que escapamos furtivamente. Sonrío y aprieto la carrera.

Organizamos precipitadamente la defensa en la Sala Mayor. Braseros en las puertas, arqueros en las ventanas y el grueso de mis lanceros junto al trono. Alí Dordux debe a estas alturas estar rindiendo la ciudad de Málaga y negociando las vidas de sus supervivientes. En realidad lo que negocia es nuestro tiempo.. Si le preguntan, ignorará que yo escapé con el secreto nazarí en mis manos. Si le preguntan, soy un traidor. Si le preguntan, he robado los cofres nazaríes y merezco la muerte y la infamia en mi memoria.

Los pocos cristianos que nos han visto y escalado las murallas rodean la sala y con arietes revientan las puertas. Los braseros dispuestos en la entrada queman a algunos, pero tras unos minutos de confusión unas mantas mojadas allanan el camino y sus espadas roperas quiebran las primeras lanzas de mis hombres.

¡¡Santiago y cierra, España!!, gritan los suyos mientras los allah'u akbar de los míos cada vez son menos en número y frecuencia. Soy rodeado en la esquina donde la hija del Zagal tocaba con sus cortesanas y allí me pinchan, acorralado como un cerdo salvaje contra un risco, desangrándome poco a poco.

Pierdo la espada y me empujan contra los muros. Me golpean el rostro y el vientre y sus lanzas me hacen caer al suelo. Oigo las trompetas de los cristianos celebrar la rendición de Málaga, y comprendo que Alí Dordux ha conseguido bastante tiempo. Primera victoria. Oigo gritos de rabia y pasos correteando cuando descubren que no hay ningún cofre ni pergamino junto a nosotros. Segunda victoria. El Sol ya se ha marchado y miro por la ventana mientras me atan las muñecas, contemplando la cerrada noche de Luna nueva.

Sonrió a su capitán, un muchacho llamado Lope de Mendoza, que me golpea el vientre de nuevo y me pregunta dónde están. No digo palabra. Dónde están, me repite con ira, y yo oculto a Yusuf y a sus botes con el manto de mi silencio. Les escucho en mi mente remar en la oscuridad hacia las costas de Almuñécar, invisibles a los ojos cristianos, prestos a embarcarse hacia Fez y salir de esta tierra perdida.

La furia que leo en los ojos de Lope me traduce el idioma de sus próximas palabras. Caigo al suelo entre patadas y a pesar del dolor, sigo sonriendo. Alá es grande y todo ha salido bien. Alá es grande y aunque no salve nuestras vidas ha salvado a nuestro pueblo. Alá es grande y quiera que nos volvamos a encontrar, Yusuf, en la ciudad donde nuestro destino será sellado.

Venecia.
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La noche de la triste Fortuna [España, 1487] Empty La Máscara de la Bestia

Mensaje por Maladie Mar Mayo 21, 2013 6:13 pm

La noche de la triste Fortuna [España, 1487] Poveglia+sunset(1)

Los alaridos de los dementes serían la única compañía aquella noche. Durante horas, Ginno había vagado por los enrevesados pasillos de la macabra construcción asegurándose de que las celdas estaban bien cerradas, de que los enfermos estaban a buen recaudo.

-¡En la hoguera hallaremos gloria!- de nuevo aquella maldita frase. Fuera donde fuera, esas cinco palabras lo perseguían como perseguía la Parca a los mortales. El fuerte repicar de su porra contra los duros barrotes fue suficiente para acallar las voces, mas no para calmar su corazón.

- ¡En la hoguera hallaremos gloria!- tan sólo unos instantes y ya regresaron aquellas palabras.

-¡Si ordalías buscáis continuad gritando!- la voz de Ginno restalló contra las paredes silenciando de nuevo las voces. Por desgracia para él, pronto el Sol los abandonaría. El susurro incesante de quejidos y sollozos se volvió apenas audible y, por primera vez en toda la jornada, el guarda pudo descansar.

Caminó decidido hacia el puesto central del complejo: un discreto candil sobre una mesa roída y una silla quejumbrosa. No obstante, era suficiente para él, lejos de aquellos lunáticos que le ponían la piel de gallina. Entonces lo escuchó... el sonido de las cadenas... Ginno se llevó la mano al corazón y, posteriormente, agarró el rosario que pendía de su cuello. Cerró fuertemente los ojos y, acto seguido, miró hacia la ventana para comprobar con terror cómo los últimos rayos de luz acariciaban los muros del sanatorio.

-Padre Nuestro, que estás en los cielos... santificado sea tu nombre... venga a nosotros tu reino...

-¡En la hoguera hallaremos gloria!

-¡Silencio!- su voz se rompía por el temor. Sonaba quebradiza, débil, casi muerta... de nuevo las cadenas.

Ginno se levantó y agarró el candil con todas sus fuerzas. Aquella noche sería diferente, aquella noche se atrevería a mirar. Caminó por los pasillos oscuros, apartándose de los lánguidos brazos que emergían de las celdas para intentar arañarlo o algo peor. El sonido de las cadenas era incesante... tenía un destino.

Padre Nuestro que estás en los cielos... santificado sea tu nombre...

-¡AHHHHHHHHGGGGGG!- el alarido se tornó gorgeo en los últimos instantes. El candil cayó al suelo y derramó su sangre alrededor. El muro de fuego se alzó ante él como si las puertas del Averno se acabaran de abrir.

Spoiler:

-¡En la hoguera hallaremos gloria!

-¡Callaos de una vez!- la congoja se apoderó de él mientras vio al otro lado de las llamas cómo uno de los espectros arrastraba a su víctima. La sangre manaba cual fuente de su garganta y sus ojos vidriosos presagiaban el fin. En un arrebato de valor, quizás temeridad, Ginno saltó las llamas que poco a poco se iban extendiendo. Persiguió a la criatura hasta un lugar muy oscuro y vio cómo se alimentaba.

-¡Quieto monstruo!- la pistola estaba cargada, no podría errar el disparo. -¡Apártate y no te haré daño!- la criatura devoraba la tierna carne de su víctima mientras los pasillos se llenaban de alaridos y terror.

-¡En la hoguera hallaremos gloria!

El guarda disparó. La bala atravesó el pasillo y provocó un ruido ensordecedor. Tan sólo el crepitar de las llamas se mantuvo en la distancia. La humareda se disipó y el cuerpo inerte de la víctima se encontraba solo sobre la fría roca. Ginno abrió los ojos y sonrió aliviado. Había vencido... el fantasma se había ido... él lo había expulsado. Se acercó al cuerpo y cerró sus ojos, quizás de aquella forma el pobre diablo descansara. Ginno se santiguó y se irguió. Su cuerpo dejó entonces de responder.

-¡En la hoguera hallaremos... hallaremos... AHHGGGH GLORIAAAA!- el fuego penetró en las primeras celdas acariciando a quienes tan dulcemente lo habían proclamado.

El frío tacto de su piel fue suficiente para hacerle temblar. La criatura se abalanzó sobre su espalda y lo hizo caer de bruces contra el suelo. Podía sentir cómo sus garras y sus colmillos se clavaban en la carne y la desgarraban haciendo que su vida se derramara sobre el suelo. Su brazo, en tensión, desgarró el rosario cuyas cuentas rodaron por el suelo. Sus ojos vidriosos trataron de observarlo... era imposible. Dirigióse entonces hacia su mano, allí descansaba la cruz.

-¡En la hoguera hallaremos gloria!

-Amén
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La noche de la triste Fortuna [España, 1487] Empty La virtud del cambio [Sestiere San Marcos, Diciembre 1499]

Mensaje por Censura Miér Mayo 22, 2013 7:00 am

Los tres hombres agonizaban en sus respectivas cruces, llevaban tres días sin comer ni beber, parecían estar en las últimas. Una veintena de hombres del Dogo hacían guardia con mosquetes y lanzas desde la noche anterior, después de que una marabunta para intentar liberar a los reos había reducido a la pareja de hombres de palacio que los custodiaban. Esta acción se había saldado con los dos custodios muertos, una persecución por la ciudad donde murieron más de una veintena de ciudadanos y en la que medio centenar fue herido además de la necesaria caída en desgracia del capitán de la guardia. Ninguno de los hombres fue liberado, pero el ambiente en Venecia se había vuelto muy tenso. Aquella misma mañana el hermano del Dogo había sido agredido por una turba enfurecida, ahora se encontraba bajo el cuidado del galeno, pero era más que probable que no sobreviviera. Aún así era obvio que la acción estaba por empezar, frente al Palacio Ducal, en la misma plaza de San Marcos se concentraba más de un millar de almas. En un escenario improvisado, formado por barriles y tablas, un hombre al que los guardias todavía no habían podido reconocer hablaba a viva voz aclamando a su público.

- ¡Guerra! Es la constante excusa. ¡Siempre guerra! Díganme, ciudadanos de Venecia, guerra ¿en beneficio de quién? Esa es la gran pregunta. El Dogo asegura que el beneficio es para la Serenissima y yo os digo: ¡miente!. Ninguno de nosotros es estúpido, entendemos la necesidad de controlar los mares, entendemos la necesidad de expulsar a los infieles turcos de nuestro territorio, pero también tenemos claro que hay diferente maneras de hacerlo. Tirso, Celso y Severiano no son grandes hombres, no son representante de los corruptos gremios a los que pertenecen, no son patricios que pudieran ir cacareando su apellido para hablar con el Dogo. Ellos son humildes artesanos que únicamente querían transmitirle su propuesta al gobernante supuestamente electo de esta ciudad. Su propuesta era justa y razonable, rebajar los impuestos a los plebeyos y extraer ese dinero de las riquezas de los patricios que actualmente están libre de cualquier pago. Desamortizar el arsenal y las nuevas tierras conquistadas para que los ciudadanos de Venecia puedan enriquecerse de esta guerra. Escoger los oficiales no por su linaje sino por su capacidad para poder ganar las batallas. Todas ellas, propuestas más que razonables y justas para nuestra grandiosa ciudad. ¿No creéis? - preguntó al público dejando unos segundos - Os pregunto ¡¿NO CREÉIS QUE ES JUSTO?! - la segunda vez varias personas respondieron, repitió la pregunta media docena de veces más hasta que la plaza esfervesció con un casi unísono "sí" que se repitió con eco a lo largo de la plaza. - Ellos intentaron hablar con el Dogo y él se negó a darles cita. Así que por el bien de Venecia decidieron interceptarle. A voz en grito dijeron lo que era su deber decir. Pero el Dogo se negó a oírlos, no solo eso, sino que además se aseguró, acusándoles de agredirle y de insultarle, de acometer esta blasfemia. - señaló a las tres cruz y la gente se removió incomoda - No solo ha insultado a los ciudadanos de Venecia, sino que ha blasfemado contra dios todopoderoso. Pero a pesar de ello, ni Micheli, ni Falieri, ni Barbarigo, ni Barbaro, nadie ha movido un dedo contra esta injusticia. Ellos llevan junto al Dogo riéndose de nosotros durante años, ellos nos dicen que Venecia somos todos, que la República nos pertenece, pero a pesar de ello, existen dos linajes de venecianos, los que toman decisiones y los que no pintan nada. ¡Para ellos no somos nadie! Pero eso debe acabar, el esplendor de Venecia se está apagando, y no existe culpable alguno excepto los patricios. La República en verdad es de todos y es nuestro deber evitar que la lleven a la decadencia. Nosotros somos Venecia, nosotros traeremos un nuevo esplendor a Venecia. ¡Vox populi, vox dei!

La gente empezó a aclamar al orador y, en una lado de la plaza, apoyado en la torre de la plaza de San Marcos, un hombre asintió. Todo salía como se había planeado, quizás más muertes de las que les hubiera gustado, pero sin lugar a dudas el ambiente era el adecuado. Tras perder la Batalla de Zonchio, donde muchos maridos e hijos habían perdido la vida allí, el hecho de incrementar los impuestos para iniciar una ofensiva contra Lepanto había caldeado los ánimos; pero lo que de verdad hacía enfurecer a la gente era ver la injusticia del Dogo, dejándoles claro que hacía falta un cambio. Tiempo atrás ya la ciudad se había levantado, con los Loredan había sido algo parecido, pero este cambio debía ser más radical, por eso todo estaba bien medido.

Escuchando los gritos del agitador al fondo se alejó de la muchedumbre bordeando la plaza y dirigiéndose hacia la costa. Eso le permitió tener una perspectiva del palacio. La guardia ducal se encontraba preparada para un asalto pero de lo que no eran consciente es que el descontento no estaba solo fuera del palacio, sino también dentro. Esa misma noche los Fortuna pagarían por la arrogancia de creer que todos sus hombres eran fieles. Sería una masacre.

En bastante medida se sentía culpable de lo que estaba ocurriendo. "Fiat iustitia et pirias mundo", se repetía una y otra vez. "Haz justicia aunque se acabe el mundo". La justicia y la virtud eran los dos únicos caminos a la salvación de la humanidad y él estaba dispuesto a recorrerlo aunque eso pesara sobre su alma. Venecia era el corazón del mundo, salvando Venecia, salvaría el mundo.

Llegó hasta un pequeño muelle y pagó al gondolero, este tras preguntarle por su destino lo acomodó en la barca. Avanzaron por la orilla de la ciudad hasta introducirse en un canal oscuro y estrecho.

- El Oráculo ya no desea verte.

La voz del conductor de la barca le sacó de sus pensamientos. Lo miró sorprendido y ladeó la cabeza, observando sus brazos cruzados, con la pértiga clavada en las profundidades del canal, no conocía la cara bajo el sombrero pero debía ser uno de los hombres de sus aliados.

- ¿Puedo saber por qué? - preguntó directamente. Esta clase de conversaciones no debían ser muy largas si querías evitar que oídos indiscretos la escucharan.

- Sabemos que nos has traicionado. Sabemos la semilla que has estado sembrando. Lo que necesita Venecia no es un nuevo dogo sino acabar con los patricios. No podemos dejar que tu semilla florezca. Ningún Dario llegará al trono.

Vio como rápidamente el hombre que tenía enfrente desmontaba su pertiga, sacando de su interior una pica. Intentó incorporarse mientras el hombre hacía el movimiento, pero cuando quiso darse cuenta la pica estaba sobre su abdomen y ambos estaban de pie en la inestable barca.

- No te muevas o morirás desangrado en el agua.

Se hizo para atrás dejándose de caer de culo lentamente sobre la góndola, el otro hombre le imitó aunque sin separarle la pica del pecho.

- Lo siento. - dijo intentando ordenador sus palabras. Estaba muerto fuera cual fuese la circunstancia. No esperaba que le descubrieran sus aliados, esperaba que todo se desencadenara a posteriori, cuando tuviera la protección adecuada. Pero se había acabado el juego, le habían pillado y su única salida era convencer a su asesino. - Los Dario son nuestra única esperanza, seguimos en guerra, os guste o no. Descabezar venecia solo traerá el caos. Los Dario son una familia llena de virtud y justicia, ellos representan nuestros mayores logros, son los únicos entre los nobles que el pueblo aceptaría. Giovanni Dario es un gran líder, su dedicación es plena, sus ambiciones son nulas. Es el gobernante perfecto para la ciudad, es un hombre razonable, se le podrá convencer y atenderá a nuestras peticiones. Él es la persona que necesitáis para ahorrarnos una masacre y transformar Venecia, él os escuchará, me he asegurado de ello. Te lo prometo.

Su asesino negaba cada una de sus palabras y, cuando terminó, su réplica fue rápida.

- No hay más opciones. Vox populi, vox dei. O gobierna el pueblo, o los patricios teñirán de rojo los canales con su sangre. Eso es lo que siempre nos ha guiado y lo sabíais tanto tú como tus amigos.

No había salida.

- Así es, lo sabíamos. Pero nuestra alianza ha sido muy beneficiosa para nosotros, gracias a vosotros el dogo caerá, pero nosotros tenemos nuestro propio lema. Fiat iustitia et pirias mundo. Hemos hecho lo correcto. Nunca dejaremos Venecia en manos de vuestra locura y ambición, mi semilla ya ha germinado, mañana Giovanni será proclamado Dogo, os guste o...

El dolor fue intenso cuando la pica atravesó su pecho, estuvo perdido unos segundos hasta que el agua fría del canal activó sus sentidos, sintió otro lanzazo en la espalda notando como su columna se partía. Ya no sentía dolor, solo frío. Consiguió calmar su mente como le habían enseñado, se sentía flotar boca abajo mientras la sangre salía a borbotones, pero a pesar de ello se sentía bien, morir defendiendo la justicia y la virtud, era una muerte iluminada. Pronto su alma estaría en plenitud y ya nadie podría evitarlo.
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