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Prólogo: La pequeña Poppy Arenas
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Prólogo: La pequeña Poppy Arenas
15 de Septiembre - Hobbiton
La pequeña Poppy Arenas estaba siendo una niña traviesa. Su familia trabajaba en una de las granjas dedicadas al cultivo de hierba de Zarquino. Era un trabajo duro pero al final de la jornada podían dormir en el agujero hobbit que los Arenas habían ocupado durante generaciones. En realidad no era tan malo si respetabas las normas, pensaba Poppy esa mañana sentada junto al estanque. Sobre sus piernas se extendía el delantal blanco con cenefa de amapolas que había bordado su abuela para ella y en el pequeño bolsillo a un lado, su premio. Debería estar llevando un recado al capataz de la granja pero al pasar junto al estanque las vio brillando al sol. Frambuesas, sus preferidas. No pudo resistirse a sentarse unos momentos refrescándose los pies en el agua mientras disfrutaba del sabor ácido y dulce de las pequeñas frutas. Se las comía despacio, de una en una, salpicando en el estanque y asustando a los curiosos pececillos que se acercaban hasta los dedos de sus pies, con el sol brillando en sus rizos castaños. Poppy suspiró satisfecha al terminar la última. Debía seguir con sus tareas, pero el día era soleado y el estanque tranquilo. Desperezándose se dejó caer hacia atrás en la hierba y cerró los ojos. No tardó en quedarse dormida.
Malva Arenas paseaba arriba y abajo por el recibidor del agujero hobbit. Nerviosa, retorcía el delantal entre las manos, arrugando el dibujo de pequeñas flores violeta. Miraba constantemente a través de la puerta abierta hacia el camino. Apenas quedaba luz y Poppy no había vuelto a casa. Su marido fumaba en la cocina. Ahora ya no se podía fumar por mandato de Zarquino pero muchos continuaban haciéndolo a escondidas. El Sr. Arenas opinaba que el retraso se su hija se debía, seguro, a algún muchacho. Ese Hobson hijo del panadero. Cosas de chicos. Pero Malva sabía que algo andaba mal. Sentía a su hija muy lejos y un frío de escarcha se había instalado en su pecho. Retorció el delantal una vez más y lo dejó caer. Su expresión pasó del temor a la firmeza. Si Poppy no volvía a casa sería ella misma quien la trajera de vuelta.
- Rufus, vamos a avisar al alguacil.
La pequeña Poppy Arenas estaba siendo una niña traviesa. Su familia trabajaba en una de las granjas dedicadas al cultivo de hierba de Zarquino. Era un trabajo duro pero al final de la jornada podían dormir en el agujero hobbit que los Arenas habían ocupado durante generaciones. En realidad no era tan malo si respetabas las normas, pensaba Poppy esa mañana sentada junto al estanque. Sobre sus piernas se extendía el delantal blanco con cenefa de amapolas que había bordado su abuela para ella y en el pequeño bolsillo a un lado, su premio. Debería estar llevando un recado al capataz de la granja pero al pasar junto al estanque las vio brillando al sol. Frambuesas, sus preferidas. No pudo resistirse a sentarse unos momentos refrescándose los pies en el agua mientras disfrutaba del sabor ácido y dulce de las pequeñas frutas. Se las comía despacio, de una en una, salpicando en el estanque y asustando a los curiosos pececillos que se acercaban hasta los dedos de sus pies, con el sol brillando en sus rizos castaños. Poppy suspiró satisfecha al terminar la última. Debía seguir con sus tareas, pero el día era soleado y el estanque tranquilo. Desperezándose se dejó caer hacia atrás en la hierba y cerró los ojos. No tardó en quedarse dormida.
Malva Arenas paseaba arriba y abajo por el recibidor del agujero hobbit. Nerviosa, retorcía el delantal entre las manos, arrugando el dibujo de pequeñas flores violeta. Miraba constantemente a través de la puerta abierta hacia el camino. Apenas quedaba luz y Poppy no había vuelto a casa. Su marido fumaba en la cocina. Ahora ya no se podía fumar por mandato de Zarquino pero muchos continuaban haciéndolo a escondidas. El Sr. Arenas opinaba que el retraso se su hija se debía, seguro, a algún muchacho. Ese Hobson hijo del panadero. Cosas de chicos. Pero Malva sabía que algo andaba mal. Sentía a su hija muy lejos y un frío de escarcha se había instalado en su pecho. Retorció el delantal una vez más y lo dejó caer. Su expresión pasó del temor a la firmeza. Si Poppy no volvía a casa sería ella misma quien la trajera de vuelta.
- Rufus, vamos a avisar al alguacil.
Última edición por Varda el Vie Ene 11, 2013 8:20 pm, editado 1 vez
Re: Prólogo: La pequeña Poppy Arenas
Fue cuestión de tiempo para que los gritos de búsqueda llegaran a todos los linderos de la Comarca. La noche de ese día trajo consigo gente que correteaban preguntando por el paradero de la joven Poppy Arenas; en las calles las llamadas de los vigilantes llenaban el ambiente de ansiedad y frustración. En el País de los Gamos se encendieron las alamedas; una nueva búsqueda comenzaba. Al notar las llamas a la distancia, como pequeñas luciérnagas en medio de la oscuridad, Bruna “cara de enano” supo perfectamente qué estaba sucediendo: lo había vivido con sus 6 hijos, todos declarados muertos, y al parecer una familia pasaría por esa conocida impotencia de no poder hacer nada para salvar a sus seres queridos. Por instinto o por reflejo materno quiso asegurar que sus dos más sagradas pertenencias, aquellas que hasta el momento había logrado mantener con vida, estuvieran a salvo:
-¡Fresno! ¡Beere! ¿Dónde estáis?
De un rincón de la casa, apareció un hobbit delgado para su clase, con cara enfermiza, pálido, con los pelos enredados y caóticos, que con gesto de reproche miró a su madre.
-¿Dónde está tu hermana? ¡Beere! ¡BEEERE!
La madre salió rápidamente de la casa en dirección al Bosque Viejo, ¿dónde más podría estar su hija? No era una mujer sociable, y aunque disfrutaba del ambiente del pueblo, sabía que no cruzaría el río sin su permiso, además, les tenía prohibido a sus hijos ir a los terrenos del Señor de los Gamos desde la última desaparición, la cual cuentan sucedió cerca de Casa Brandi. La desesperación corría a cada paso que daba:
-¡BEERE! Por favor, aparece. ¡Beere!
El silencio del bosque devoraba sus palabras…
-¡Beere! ¡BEERE!
…ni siquiera el eco respondía…
-Por qué gritarás tan terrible, inmunda y espantosamente horrible madre – contestó una voz alegre y risueña que brotaba de un árbol en las entradas al Bosque Viejo. Con gran resolución, elasticidad y sorprendente destreza –al punto de ser considerado más una imprudencia- una hobbit rolliza y jovial descendió del árbol que no podía medir menos de 8 metros. Sus bellos ojos oscuros, enormes y vivos, se escondían entre sus cabellos ondulados, caóticos y eléctricos. Su cuerpo exhibía cortadas, yagas y marcas que reflejaban una vida salvaje y poco acomodada. Pese a esto, lo que más llamaba la atención eran sus amplios pómulos rosados, reflejo de la cerveza que ha tomado durante toda su vida, y que justamente acababa de esconder antes de su acrobático descenso.
-Oíste… ha iniciado una nueva búsqueda. Alguien ha desaparecido.
-No escuché nada madre- respiró la hobbit con total indiferencia. La anciana se disponía a descargar su furia contra una hija insolente que a tardías horas de la madrugada había escapado de casa para beber, cuando Beere la interrumpió:
– Pero… he visto dos cosas que no sé cómo explicar.
Bruna, arrugó su rostro, sabía que su hija no se sorprendía tan fácilmente.
-Al medio día varias bandadas de cuervos cruzaron el cielo en dirección a Bree, madre. Esos pájaros no se habían visto en estas tierras, pero sé que eran del tipo que describes en tus historias, las que sucedieron lejos en el tiempo. Su presencia me inquietó pero estaba entretenida atrapando a unas ardillas que no di mucha importancia.
- Extraño, es cierto, pero déjame decirte una cosa, eres una desconside…
- Y hace muy poco –interrumpió astutamente la pequeña Beere- sentí la presencia de sombras oscuras. Sus toscos pasos se sentían hasta en el interior de este viejo pino. No logré ver qué eran, pero es que….
Bruna vio en la mirada de su hija la misma que años atrás su padre tuvo en la batalla.
-Beere, mírame, ¿qué pasó?
- … me dio miedo madre. Esos seres no eran de este mundo.
Pocos minutos después el alba despuntó.
-¡Fresno! ¡Beere! ¿Dónde estáis?
De un rincón de la casa, apareció un hobbit delgado para su clase, con cara enfermiza, pálido, con los pelos enredados y caóticos, que con gesto de reproche miró a su madre.
-¿Dónde está tu hermana? ¡Beere! ¡BEEERE!
La madre salió rápidamente de la casa en dirección al Bosque Viejo, ¿dónde más podría estar su hija? No era una mujer sociable, y aunque disfrutaba del ambiente del pueblo, sabía que no cruzaría el río sin su permiso, además, les tenía prohibido a sus hijos ir a los terrenos del Señor de los Gamos desde la última desaparición, la cual cuentan sucedió cerca de Casa Brandi. La desesperación corría a cada paso que daba:
-¡BEERE! Por favor, aparece. ¡Beere!
El silencio del bosque devoraba sus palabras…
-¡Beere! ¡BEERE!
…ni siquiera el eco respondía…
-Por qué gritarás tan terrible, inmunda y espantosamente horrible madre – contestó una voz alegre y risueña que brotaba de un árbol en las entradas al Bosque Viejo. Con gran resolución, elasticidad y sorprendente destreza –al punto de ser considerado más una imprudencia- una hobbit rolliza y jovial descendió del árbol que no podía medir menos de 8 metros. Sus bellos ojos oscuros, enormes y vivos, se escondían entre sus cabellos ondulados, caóticos y eléctricos. Su cuerpo exhibía cortadas, yagas y marcas que reflejaban una vida salvaje y poco acomodada. Pese a esto, lo que más llamaba la atención eran sus amplios pómulos rosados, reflejo de la cerveza que ha tomado durante toda su vida, y que justamente acababa de esconder antes de su acrobático descenso.
-Oíste… ha iniciado una nueva búsqueda. Alguien ha desaparecido.
-No escuché nada madre- respiró la hobbit con total indiferencia. La anciana se disponía a descargar su furia contra una hija insolente que a tardías horas de la madrugada había escapado de casa para beber, cuando Beere la interrumpió:
– Pero… he visto dos cosas que no sé cómo explicar.
Bruna, arrugó su rostro, sabía que su hija no se sorprendía tan fácilmente.
-Al medio día varias bandadas de cuervos cruzaron el cielo en dirección a Bree, madre. Esos pájaros no se habían visto en estas tierras, pero sé que eran del tipo que describes en tus historias, las que sucedieron lejos en el tiempo. Su presencia me inquietó pero estaba entretenida atrapando a unas ardillas que no di mucha importancia.
- Extraño, es cierto, pero déjame decirte una cosa, eres una desconside…
- Y hace muy poco –interrumpió astutamente la pequeña Beere- sentí la presencia de sombras oscuras. Sus toscos pasos se sentían hasta en el interior de este viejo pino. No logré ver qué eran, pero es que….
Bruna vio en la mirada de su hija la misma que años atrás su padre tuvo en la batalla.
-Beere, mírame, ¿qué pasó?
- … me dio miedo madre. Esos seres no eran de este mundo.
Pocos minutos después el alba despuntó.
Beere- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 08/01/2013
Re: Prólogo: La pequeña Poppy Arenas
Los grupos de búsqueda que se organizaron al día siguiente para buscar a la pequeña Poppy no vinieron nada bien a Amy. ¡Iban a provocar un gran retraso en la producción! La pequeña hobbit esperaba que eso no molestara a Zarquino. Sin duda, su señor debía saber lo importante que era encontrar a una hobbit traviesa y con pocas ganas de trabajar que, Amelia estaba convencida de ello, solo se había escondido para huir de sus quehaceres.
Problemas, problemas y ¡más problemas! Eso era lo que provocaban las niñas hobbits que solo pensaban en jugar. Por eso Amelia prefería desbancarse de las demás. No había sido como ellas de niña, y no lo era ahora que estaba en la veintena. ¡Por supuesto que no! Ella tenía claro que había cosas más importantes en las que pensar.
Sin embargo, como toda buena hobbit, Amelia Bolger participó en las partidas de búsqueda como la que más y se esforzó al máximo para encontrar a la pequeña Poppy. No le sorprendió no haberla encontrado al finalizar el día (al fin y al cabo, cuando una se pierde puede decidir cuándo quiere ser encontrada) y lo único en lo que pensó cuando se echó a dormir fue en que al día siguiente tendría que trabajar el doble para compensar el tiempo perdido.
Problemas, problemas y ¡más problemas! Eso era lo que provocaban las niñas hobbits que solo pensaban en jugar. Por eso Amelia prefería desbancarse de las demás. No había sido como ellas de niña, y no lo era ahora que estaba en la veintena. ¡Por supuesto que no! Ella tenía claro que había cosas más importantes en las que pensar.
Sin embargo, como toda buena hobbit, Amelia Bolger participó en las partidas de búsqueda como la que más y se esforzó al máximo para encontrar a la pequeña Poppy. No le sorprendió no haberla encontrado al finalizar el día (al fin y al cabo, cuando una se pierde puede decidir cuándo quiere ser encontrada) y lo único en lo que pensó cuando se echó a dormir fue en que al día siguiente tendría que trabajar el doble para compensar el tiempo perdido.
Amy- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 30/12/2012
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