[Cabaña 24] Intromisión profesional (hace un año)

Era mediodía, a principios de verano, y se respiraba el ambiente estival en cada punto del campamento. La muchacha se había acostumbrado a la calma acogedora de aquella cabaña y aprovechaba los ratos muertos para leer, contemplar o pensar. Se había convertido en una costumbre muy agradable.
Aquel día se veía como uno más dentro de la temporada, con la excepción de que al ser comienzos del verano regresaban caras conocidas de algunos campistas que volvían por las vacaciones. También alguna que otra cara nueva hacía aparición.

El fuego de la cabaña chisporroteaba, alegre; siempre encendido, como señal de que todo marchaba bien. Desde que se había construido aquella cabaña, se rumoreaba que nunca había llegado a apagarse y que si lo hacía, significaría que algo terrible iba a suceder. Pero por el momento eso se veía muy lejano. El verano abría muchas posibilidades excitantes, sobretodo allí, donde la chica sentía que encajaba y pertenecía a algo diferente y maravilloso. Los sátiros repasaban el calendario en busca de festividades y el Señor D, como siempre ajeno al gentío, no importunaba demasiado. Alida esperaba a que Roger regresara de un momento a otro. Por lo que sabía, era a mediados de junio cuando volvía al campamento.

Alida era consciente de su alrededor aunque mantenía la cabeza en otra parte. Debía ser por eso que no percibió que la hoguera se avivaba, ni aparecía una sombra en el dintel.

- Buenos y veraniegos días - saludó la sombra. Pertenecía a una mujer de mediana edad de agradable sonrisa y ojos luminosos.

- Bu... buenos días... -dijo Alida sorprendida, mirando extrañada a la visitante- y veraniegos -se apresuró a añadir. Algo le decía que quien la visitaba no era humana, y ese "algo" no solía equivocarse, así que mejor era no llevar la contraria.

Alida se quedó mirando a la figura un rato en silencio, y luego se preguntó si debía hablar, o si estaba haciendo algo que no debía hacer y por eso recibía la visita. Estuvo tentada a desaparecer y olvidarse del problema, pero por alguna razón la sonrisa agradable se lo impedía.

- Pu... puedo... ¿necesitáis algo? -Alida no sabía que decir, y la lengua se le trababa. Aún así, el estar callada era más incómodo todavía y optó por hablar, a ver qué pasaba.

La recién llegada escondía parte de sus cabellos en un pañuelo blanco pero Alida pudo verle las hebras tan negras como el carbón sobresalir de la seda blanca. Vestía una túnica de color claro y sandalias y desprendía un aura de afecto y eternidad. Los ojos de la mujer se fijaron a los suyos y Alida sintió que una llama los prendía, transformando el iris marrón en brasas calientes.

Ante la pregunta de la chica, la sonrisa de la mujer se acentuó.

- Hola, Alida. Estate tranquila, agradezco tu presencia. - se internó en la cabaña que ahora se veía más acogedora e iluminada que nunca - Son pocos los que me buscan o me hacen compañía. Estoy bastante acostumbrada a pasar desapercibida pero cuando alguien me pide algo, por grande que pueda parecer, prefiero concederlo en persona. Mis hermanos lo llaman doble beneficio.

Dicho esto desvió la mirada hacia la hoguera que seguía encendida y se quedó sumida en sus pensamientos unos instantes con la mirada perdida en las llamas.

Alida no acababa de entender lo que estaba pasando. ¿Pedir? ¿Ella había pedido algo? ¿Cuándo? Y, sobretodo, ¿qué? Además, ni siquiera estaba segura de saber con quién hablaba, aunque llevaba demasiado tiempo escapando de las cosas sobrenaturales como para saber con certeza que su visitante no era humana... y el tiempo suficiente en el Campamento Mestizo para sospechar quién podía ser...

- Me gusta estar aquí -dijo, algo acobardada y dirigiendo la mirada al suelo. De repente se sentía como una intrusa.- Aquí, aunque esté sola... siempre me siento acompañada. Es un buen lugar... Sin embargo, me temo que no entiendo a qué os referís... ¿Es que queréis que os haga compañía...? -dejó la frase en el aire.

Alida hablaba bajito, como si temiera ofender. Nunca sabía cómo debía hablar. ¿Es que había algún tratamiento especial para tratar a los seres más fáciles de ofender que pudiera existir? El cómo su visitante había descubierto su nombre ni siquiera llegó a planteárselo. De repente parecía demasiado evidente.

- Espero que no te incomode saberlo pero... no estás sola. Me refiero, cuando estás aquí. - la mujer se había acercado ahora hacia la estatua de la cabaña y la observó unos segundos con aire distraído - No puedo estar presente tanto como me gustaría pero a diferencia de los mortales, nosotros no necesitamos estar presentes para estarlo, no sé si me explico. - vio el gesto confuso de la muchacha y empezó de nuevo - Esta es mi cabaña, Alida. Yo soy Hestia. Aunque ya veo que la estatua no es precisamente exacta - rió divertida y las llamas de la fogata acompañaron su risa balanceándose al mismo ritmo - Yo cuido del hogar y agradezco la compañía. Es por eso que mi cabaña está abierta al público. Lo que pasa es que muchos campistas no me consideran muy interesante. No me gustan los líos, ni el poder e intento alejarme de las manifestaciones de soberbia. No tengo hijos ni elijo a ningún mortal que me haga compañía. Solo cuido de que todos podamos tener un sitio al que llamar hogar. Ese es mi cometido. Bueno, y que el fuego del Olimpo nunca se apague.

La mujer extendió la mano hacia el fuego que emitió un brillo amarillento durante unos segundos.

- Te he visto, Alida, muchas veces. A los humanos no os gusta que otros os espíen, lo sé; es un recelo normal. Pero así somos los dioses y, en el fondo, lo hacemos con buena intención. Sé qué pides y sé lo que quieres. He intentado ofrecértelo muchas veces pero no ha resultado fácil. Yo no puedo eliminar a los monstruos. Desearía que no existieran, sí, pero eso está por encima de mis posibilidades. Sí, hasta los dioses tenemos limitaciones.

- Yo... bueno...

Alida no sabía qué decir. Se sentía extraña al saber que la habían estado observando, pero al mismo tiempo no le importaba que hubiera sido Hestia quien lo había hecho.

- Es vuestra cabaña. No creo que... bueno, en fin. Que no me molesta que me espi... observéis -la lengua de Alida se trababa y no era capaz de hablar con claridad, pero intentó no amedrentarse.- Yo... me alegro de estar acompañada cuando vengo aquí. Estar sola... bueno, no siempre me gusta. Pero la tranquilidad de esta cabaña sí. Y... bueno, no sé si importa lo que yo opine, pero... para mí sí sois interesante.

Había estudiado poco a los dioses todavía, pero lo poco que había leído de Hestia le gustaba y quería hacérselo saber. Aún así, le estaba resultando mucho más difícil hablar con ella de lo que habría esperado y sentía que estaba quedando como una tonta. Además, ni siquiera entendía a qué se refería con lo de qué pedía y qué quería... ¿es que la diosa lo sabía incluso mejor que ella? ¿Cómo podía ser eso? Alida se preguntó si no sería mejor salir de allí y dejar que Hestia pensara lo que quisiera de ella, pero dejar de hacer el ridículo... Sin embargo, en el último momento una duda apareció en la cabeza de Alida y, antes de que se diera cuenta, la había pronunciado.

- ¿Por qué nos atacan los monstruos? Quiero decir... no les hemos hecho nada. Tal vez nuestros padres... bueno, en cualquier caso nosotros no les hemos hecho nada...

Hestia acomodo sus labios en otra sonrisa calurosa, haciendo que Alida se sintiera un poquito más cómoda en su presencia. Aun no siendo de las más importantes de su familia, el aspecto de la diosa era imponente e igualmente estaba cargado de afecto.

- Gracias, Alida. Te lo agradezco de corazón. Es más, si estoy aquí hoy y ahora es porque, sabiéndolo, te quería hacer el agradecimiento de viva voz. - ladeó la cabeza al escuchar la pregunta de la chica y se alisó unas motitas de la túnica blanca antes de responder - Sí, prácticamente todo se debe a la guerra de una parte de mi familia contra la otra. Creo que sabrás acerca de los Titanes y los dioses, ¿verdad? - esperó que asintiera de manera testimonial antes de proseguir - Mi abuela, Gea, que es la primera titánide que conocemos, creó este mundo junto a Urano. Digan lo que digan mis hermanos, nosotros también somos titanes. Y al final todo se reduce a una lucha por el poder. Mis antepasados cayeron en desgracia y se les desposeyó de lo que era suyo e intentan recuperarlo. Como nosotros somos eternos, castigan a la rama mortal de la familia: los semidioses. Yo no quiero estar en ningún bando aunque tampoco es que sea muy afín a Cronos y mis tíos. Aun recuerdo como olía el interior del estómago de mi padre. - se sinceró la diosa con una sonrisa triste - Si ya estuvieran de nuevo en el Trono, yo ya sería esposa de alguno de ellos o como mínimo me hubieran violado. Pero me produce un profundo pesar que estemos en esta situación por tanto tiempo. No tiene intención de cambiar, ni el curso de las cosas ni el concepto de una parte de la familia sobre la otra.

La diosa suspiró y el fuego rebajó su intensidad en sus ojos y en la misma hoguera del centro de la habitación. Alida podía vislumbrar de nuevo sus iris castaños.

- Se dice que siempre sufren los débiles. Vosotros pagáis las consecuencias de los errores que cometimos en el pasado. - era curioso que siendo Hestia una diosa que odiaba las batallas y los enfrentamientos, se incluyera en esto - Nuestra esencia no nos permite tomar partido directo por vosotros sin que los hechos futuros se contagiaran de horribles consecuencias. Eso no quiere decir que no sintamos aprecio y os intentemos ayudar siempre que podamos, algunos con mejor fortuna e intención - asintió como para sí. No dijo nombres pero a Alida no le cupo duda de a quién podría referirse - Tu madre es una diosa razonable. Hace un tiempo tuvimos una conversación interesante ella y yo. Compartimos bastantes puntos de vista y, curiosamente, ella es hija de una titánide, Asteria. Otra guerra terrible ha comenzado. Tras la anterior, muchos de nosotros creímos que disfrutaríamos de una paz sin fin. Siempre tan ilusos que nunca perdemos la esperanza de que eso suceda. Pero igual que los astros se mueven y la vida sigue, una guerra muere y se empieza a forjar otra. Todas parecen más cruentas, seguramente porque somos más viejos y estamos más cansados, porque nuestra experiencia nos dice que estando los que estamos, una nueva continua en el punto donde la otra lo dejó, por lo que habrá más rencor e ira, más pasión, más inteligencia, más dolor.

- Vaya. Es todo un honor para mí que hayáis venido a propósito a agradecérmelo. Yo... bueno, no sé qué decir. Os lo agradezco... -dijo, un poco cortada. ¿Se agradecía a los dioses que fueran a agradecerle a una algo?- Y también... bueno, también os agradezco que hayáis tenido la deferencia de explicarme lo de la guerra. Yo... no sabía mucho... bueno, no sabía nada. Ahora comprendo un poco más lo que pasa.

Alida quedó callada un rato. La diosa había hecho referencia a su madre, pero lo cierto era que la había visto tan poco que no quería hablar de ella. Aunque llevaba en el campamento ya un año, todavía no sabía qué pensar de su madre. Optó por eludir el tema y pasar al otro, que le preocupaba un poco más.

- Lo que habéis dicho de la guerra que se avecina... ¿no hay manera de evitarla? No me gustaría tener que luchar en una...

- Interrumpir el curso de los acontecimientos es una acción que requiere mucho tesón. Debes comprender que no es nada fácil. A muchos les puede costar la vida. Sin embargo, también es muy fácil que la perdáis sin hacer nada. La decisión es vuestra y solo vuestra. Cualquiera que contradiga esto último os miente, tenlo por seguro. - los ojos de Hestia volvían a brillar pero ahora tenían un color absolutamente diferente - Debes de actuar siempre por lo que creas de corazón, por lo que te dicte tu conciencia. Es el único aspecto que ningún dios puede rectificar a su antojo. Mi familia intentará convenceros de que actuéis en su beneficio, os predecirá un futuro en base a una acción u otra, buscará conmoveros y atontaros con desastres, apocalipsis o regalos. Yo no tengo nada que ofrecerte. Pero si puedo garantizarte que si sigues tu propio camino, por difícil y duro que sea, llegarás mucho más lejos y serás más feliz que con todos los regalos y ofrendas de los dioses.

El fuego se avivó y las llamas comenzaron a danzar. Hestia indicó a Alida con un dedo que mirara y la chica observó una serie de imágenes a una velocidad vertiginosa. Un anciano canoso yacía abatido sobre un trono imponente. Una pareja de ángeles socorrían a un chico rubio y a un sátiro. Un perro del infierno de tres cabezas rugía y atacaba a un trío de cíclopes. Un chico sin rostro repelía a un grupo de pelirrojos montados sobre pegasos. Una mujer sobrehumana se erigía ante una multitud mientras le coronaban. Una explosión de proporciones colosales sacudía una montaña de arriba a abajo y la hacía caer. Un monstruo enorme trituraba con sus manos lo que encontraba a su paso mientras escupía lava de sus fauces. Un grupo de chicos corrían por encima del arcoiris. Y dos ojos de fuego acababan de abrirse y le miraban, aterrorizándola.

Alida se vio obligada a repeler esa mirada cerrando sus ojos. Cuando volvió a abrirlos el fuego había vuelto a la normalidad y Hestia había desaparecido.