Entrelazando eslabones [Palazzo Barbarigo/2 de Febrero]

Bruno entró en la sala tras su hermano y observó a sus hijos reunidos alrededor de la mesa, tras recibir la noticia de las últimas horas del Dogo, había ordenado que se les despertara a todos a más tardar un par de horas después del amanecer. Todos debían estar listos para desayunar y salir de la casa cuando tocaran para misa de tercia en la vecina Basílica de los Frari. Ahora se encontraban los cinco hombres reunidos en el comedor, Bernardo se situó en la cabecera de la mesa con aire somnoliento ya que había estado en compañía de su nueva cortesana favorita hasta bien entrada la noche. Lo sentía por él, pero era esencial que todos estuvieran despiertos.

Miró a los jóvenes, por una parte se encontraba Dante, era el orgullo de la familia, actualmente ejercía como magistrado negro, había demostrado de sobra dotes para la política, la finanzas y la espada, el único problema lo tenía en la cama, de alguna manera sus hijos siempre nacían muertos, lo cual había dejado a Bernardo sin nietos legítimos y, si no conseguían solucionarlo, era más que probable que muriera sin tener ninguno. Tanto Ludovico como Gianlucca, sus otros dos hijos, eran una decepción en este aspecto, el primero había mostrado poco interés en las mujeres, era un chico sin sangre que además simpatizaba con los Barbaro, aunque consiguiera que se levantase con una mujer, su semilla seguramente fuese aún más débil que la de su hermano mayor; mientras tanto el segundo, era seguro que le daría muchos nietos, pero la legitimidad y la nobleza de los mismos siempre estaría puesta en duda, al fin y al cabo, cuando un hombre no es capaz de mantener su miembro dentro de los pantalones hay pocas familias dispuesta a casar a una hija que merezca la pena para que quede deshonrada, no es que fuera imposible, pero Bruno ya había sufrido un par de rechazos bastante hirientes de otros nobles de la ciudad, lo que le provocaba cierto resquemor hacia Gianlucca, se parecía demasiado a Bernardo.

Bruno se sentó a la izquierda de su hermano como era costumbre y se colocó un pañuelo sobre las calzas para evitar mancharse. Bernardo directamente atacó las uvas cogiendo un racimo entero y empezando a mordisquear. Su hermano sabía comportarse pero siempre había disfrutado el actuar como un salvaje, ya se había acostumbrado, le seguía irritando, pero su respeto por él le impedía reprenderle delante de sus hijos, por mucho que estos ya fueran mayores.

- El Dogo se muere, según me han contado no llegará al miércoles de cenizas. Ha sido muy grave y muy repentino por lo tanto muy sospechoso.

Dante le miraba bastante sorprendido, aún así Bruno comprobó como a pesar de todo su mente estabaa trabajando. Sin lugar a dudas estaría evaluando la situación.

- Eso es un problema, padre. Si Giovanni Dario ha muerto volveremos a tener problemas con el pueblo. Un Dogo de esa familia nos ha traído paz estos dos meses, pero dentro de poco los rumores llegarán a las calles y la gente empezará a ponerse nerviosa. - Dante era inteligente pero un poco pesimista, era un especialista en encontrar los defectos de las cosas, pero tardaba bastante más en encontrar una solución.

- ¿Y eso a mí en que me afecta? Ninguno de esos plebeyos podrá acceder a nuestro palacete, nuestros hombres son leales a diferencia de los Fortuna, saben que nadie les pagará mejor. - Bernardo soltó un gruñido molesto. Tenía resaca, era obvio. Con cuidado Bruno le puso una mano en el hombro y las miradas de ambos se cruzaron durante unos segundos. - No, hermano. No estoy de humor. Ese puto dogo podría haber durado un par de años más. Podría haber mantenido su orgulloso culo sentado en su honroso trono sin haberle tocado los cojones a nadie y así estaría tranquilamente durmiendo soñando con las montañas de oro que supuestamente íbamos a ganar con la paz. Estoy hasta los cojones de revueltas y rebeliones. Esto solo se soluciona con mano dura.

- La mano dura fue lo que mató a nuestro anterior dogo, amado padre. - intervino brevemente Ludovico.

Bernardo miró con ira a su hijo mientras aplastaba un puñado de uvas con la mano. Todos permanecieron callados. No era bueno enfadar al patriarca de la familia, finalmente el señor se llevo la mano a la boca y absorbió el zumo. Entonces clavó los ojos en su gemelo.

- Dices que es sospechoso. ¿Quién querría o como podría hacer enfermar de muerte al Dogo?

- Cualquiera, padre. Un sirviente enfadado. Algún noble resentido... Es imposible saberlo. Cualquier intento de sacar una conclusión es elucubrar. Incluso es posible que haya enfermado solo. - Dante hablaba mirando a su padre a los ojos, entre los venecianos en general y los Barbarigo en particular apartar la mirada era la ofensa de un cobarde.

- Dante tiene razón. No podemos saberlo todavía, pero vamos a averiguarlo o al menos intentar sacar algo de ventaja de todo esto. Por esa razón vuestro padre necesita vuestra ayuda. - Bruno mira a Ludovico y Gianlucca, mientras Bernardo se dedica a cortar trozos fino de mantequilla y metérselos con el cuchillo en la boca. - En estos días el palacio ducal va a estar patas arriba, van a haber muchas idas y venidas. Estoy seguro que Vincenzo Barbaro tiene ya a gente dentro. Nosotros necesitamos todavía más, por esa razón tras dar las condolencias oportunas, mientras nosotros tres cumplimos con la vigilia oportuna vosotros rondaréis por palacio haciendo amigos... - miró al menor con una sonrisa complice - y amigas.

La figura encorvada que era Gianlucca se había mantenido en silencio lo que llevaban de reunión, salvo por algún ligero gemido de molestia apenas audible, y había mantenido su rostro oculto por una de sus manos en todo momento. Su codo estaba apoyado en la mesa, manteniendo el peso de su cabeza, que a juzgar a simple vista debía de pesar toneladas. No le había hecho gracia que le levantasen tan solo dos horas después del amanecer, ¿es que estaban locos? ¿Qué le importaba a él una estúpida misa, a cuántas había acudido estos últimos años? Nadie se escandalizaría porque el irreverente hermano menor de los Barbarigo no acudiera, de hecho, seguramente lo agradeciesen.

El escuchar el nombre de Vincenzo no le hizo sentirse mejor, y casi le provoca una arcada. No sería la primera vez que vomitaría tras una noche como aquella, pero hacerlo en una reunión familiar tan importante... bueno, hubiera sido interesante ver las caras de los presentes. En aquel momento, su cuerpo no le daba para más.

- Bueno, la guerra también genera oro. - Dijo simplemente, encogiéndose de hombros, mientras se apartaba algo invisible de la cara y bebía agua. Si, necesitaba agua. - Sé que confiáis en mí, tío, para pulular por el palacio ducal y averiguar entre qué terribles intrigas se veía atrapado el Dogo. Pero... ¿Créeis que es lo más sensato? A mí me adoran, ¡me adoran! Pero no precisamente en ese lugar. Desde que los Dario y los Barbaro se han hecho tan amiguitos, corren más rumores y mentiras de mí que de costumbre. Los estornudos no me dejan dormir por la noche.

Por supuesto, lo que hablaran de él a Gianlucca le traía al pairo.

El pequeño de los Barbarigo seguía medio derrumbado sobre la mesa, mientras rellenaba de nuevo su copa de agua. Parecía muy concentrado en el proceso. Algunos mechones oscuros caían ante su frente, y entre sus rizos aún había algún que otro pétalo rosáceo, prueba que esclarecía el haber pasado la noche con la Dama de las Lilas, cuya costumbre era siempre bañar entre pétalos de dicha flor todo lecho que ocupaba. Gianlucca se rascó la cabeza, y cuando vió una de las lilas caer sobre la mesa, la apartó y tiró al suelo disimuladamente.

- ¿Se sabe qué otras "grandes personalidades" nobelescas... - Diciendo esto último con un énfasis burlesco y haciendo unos extraños movimientos de muñeca. - ...estarán presentes en tan distinguido palacete?

Bruno negó con la cabeza a su sobrino.

- Ciertamente, Gianlucca, no tenemos la ventaja de estar a bien con los Dario, pero por mucho que le hayamos querido vender al pueblo, los Dario no son un todo unificado, sobre todo desde que a ese tonto de Giovanni se le ocurrió aprobar una ley para que las mujeres hereden. La mitad de los criados del palacio llevan menos de dos meses con la familia y Marietta Dario ha estado viviendo en el palacio familiar. Creo que podrás ganarte la confianza de alguien, podrías empezar por las cocinas, en las cocinas siempre se enteran de todo, además, hoy en ese palacio habrá muchísima gente, no solo gente de los Dario, sino tanto patricios como sirvientes Diomedes, Micheli, incluso Falieri y como no... Barbaro.

La enemistad que sentía el menor de los Barbarigo era legendaria, había conllevado la muerte de más de un Barbaro en duelos y la tensión constante. Los Barbaro no se atrevían a ir sin escolta por San Polo ni los Barbarigo por Cannaregio, todos temían encontrarse rodeado por un grupo de hombres y no volver a salir con vida del sestiere. Pero el resto de barrios, a excepción quizás de San Croce, se consideraban terreno neutral, ninguno alzaba el arma a no ser que el otro la alzara antes.

- Y con ellos entras tu, sobrino. Marietta Dario va a aspirar a convertirse en la primera Dogo y no vamos a permitir que eso ocurra. - miró a todos los de la mesa y finalmente sus ojos pasaron de mirar a Ludovico con cierto desprecio a clavarlos en Gianluca- Ese será tu principal papel, aquellos que se nieguen a ayudarte, que no acepten sobornos y chantajes, serán gente de Barbaro. Quiero que les dejes claro que les sucede a los que prefieren a ellos antes que a nosotros y particularmente quiero que encuentres a un hombre para explicárselo con la mayor claridad que puedas: su nombre es Lucio y es el jefe de cocinas,. Si lo conozco bien, no atenderá a razones, tensiona el ambiente hasta que sea necesaria la presencia de la anfitriona. Excúsate ante ella como veas, crea toda la tensión que puedas y entonces cuando nos llamen acepta las órdenes de tu padre. - sonrió levemente, Bruno no era mucho hacerlo - Debe quedar claro un mensaje en el palacio ducal, los Barbarigo no vamos a apoyar a Marietta y aquellos que la apoyen no nos tendrán como amigos.

Marietta, esa traidora. Y pensar que él mismo la había considerado una amiga, casi una hermana, en su juventud. Había pasado de ser una alegre muchachita a levantarse las faldas para ese malnacido de Vincenzo. Imperdonable. El Barbarigo hizo un gesto con la mano, dándole a entender a su tío que estaba completamente de acuerdo en lo que decía, y asintió varias veces con la cabeza.

- Uh, qué alivio. - Estiró los brazos y se desperezó, soltando un suspiro quejoso. - Pensaba que contábais conmigo para investigar y tragarme charlas improductivas de otros nobles. Qué aburrido. Rondar las cocinas es la labor perfecta para mí, puede que hasta pueda escupir en el plato de Delko Barbaro.

Provocar a alguien no le era difícil, sobre todo cuando la mayoría de los insultos que le dedicaban a él o ya los había escuchado antes o se basaban en realidad más que asimiladas por el joven. Había escuchado hablar de ese tal Lucio, un duro de molleras. Hacer que perdiera las formas no sería complicado.

- ¿Y de cuánto créeis que puedo llegar a ofre...? Bah, no importa. Sea cierto o no, les ofreceré el peso de su esposa en oro. ¿Cuánto creéis que tardaría en aparecer Marco Loredan?

Se rió solitariamente y en voz alta de su propio chiste, aunque no fuese la primera vez que bromease acerca de las "dimensiones" de Paola Dario.

Todos los Barbarigo rieron, incluso Ludovico soltó una pequeña carcajada que reprimió haciendo un tremendo esfuerzo por parecer que el chiste era inapropiado. En ese momento se abrió la puerta y por fin por ella apareció el que faltaba. Su único hijo, Andrea.

- Dichosos sean los ojos, pensaba que una vez más habías decidido ignorar a tu padre. - increpó Bruno a su hijo.

- Deja en paz al chico, ninguno de nosotros tiene culpa de que ese viejo se esté muriendo. Teníamos nuestros planes, es normal que se nos peguen las sabanas.

A diferencia de él, Bernardo no entendía que era mejor que los hijos tuvieran respeto a su padre, como patriarca de la familia se sentía con derecho a intervenir en la educación de sus hijos. A pesar de ello Bruno decidió reprenderle en otro momento.

- Primo, sentaos y comed, estábamos concluyendo los planes para hoy. El Dogo se encuentra muy enfermo y vamos a hacer una visita al palacio ducal. Vuestro padre, el mío y yo nos encargaremos de esperar noticias, mantener vigilia es lo mínimo que se nos exige, pero el resto,, una vez hayáis presentado vuestros respetos, tendréis libertad para moveros por el palacio. - explicó Dante con rapidez, a lo que su tío asintió satisfecho, si algo disfrutaba era la eficacia.

- Por eso te vas a tener dos opciones: o acompañas a tu primo a aprender sobre los negocios familiares o te encargas de la protección de tu hermana, tus primas y tu tía.

Puede que estuviera siendo duro con su hijo, pero sin lugar a dudas desde la muerte de Domittilia no había sido más que una decepción. Sus correrías nocturna, su irresponsabilidad y sobre todo ese nuevo chico que rondaba a su hermana y con el que había estrechado fuertes lazos le traían por el camino de a amargura. Su desobediencia, su despreocupación por los deberes familiares y su ímpetu adolescente no había hecho más que traer problema, los Barbarigo necesitaban que Andrea madurada, no necesitaban a otros de sus jóvenes con las peores características de Gianlucca y Ludovico. Bruno sentía que o se enderezaba o ya no sabría qué hacer con él.

- Lo lamento mucho padre, no he podido dormir en toda la noche- Y no fue culpa suya - O soy yo o pareceme a mi que tenemos otro galán nuevo postrado bajo el balcón de la dulce Donatta.- Andrea lo vio y lo persiguió - pero el diablo corría, vaya que si lo hacía.- el joven hizo una pausa.- Así pues... ruego vuestro perdón tío y primos... por haber dejado escapar al veloz diablo, mejor para él... no sabe la que le hubiera caído- Cuando le hubo dado esquinazo el galán Andrea decidió que era hora de descansar la cabeza- y perdón por haberme quedado dormido.

No hacía falta mirar a su padre para saber que le estaba mirando mal. Era así y no había nada que hacer con él. ¿Y qué? ¿Iba a culparle por ser como era? Bruno no es que fuera tampoco muy fácil de tratar. Andrea siguió el consejo de su primo y se sentó en la mesa.
Qué razón tenía su tío ¿Qué culpa tenía él de que el viejo Dogo estuviese moribundo? ¿Por qué estaba ahí? ¿Para qué había ido entonces a la reunión? Podía haber no ido, como precisamente su padre acababa de expresarle que habría esperado. Pero no, Andrea quería ir, quería saber de qué hablaban "los mayores", así podría saciar la curiosidad que tenía su hermana y el suyo propio. Lo que no sabía era la encerrona en la que le acababa de meter su padre.

En las historias había siempre un tercer cofre, en este caso de bronce que abrir, y era el correcto. Ninguno de los otros dos contenía algo que le interesase a Andrea, el primero podía ser divertido y arriesgado y el segundo le daba algo de más libertad... pero estar al cuidado de las mujeres podía ser una cosa fatal.

- Decidme una cosa, si yo no cuido de las donnas ¿Quién lo hará?. Entiéndase primo que esto no quiere decir que no quiera ir contigo.- solamente estaba leyendo el letrero de los cofres, para saber cual escoger. Además siempre podía suponer un estorbo para Gianlucca tener a su primo cerca.

Cuando el resto entraron en la sala, les hizo un ligero gesto con la cabeza a modo de saludo, aguantando un resoplido. ¿Por qué tenía que entrar más gente? Aquello significaban más voces rebotando dentro de su cabeza, y eso era contraproducente, ¡necesitaban de su astucia! ¿Y cómo iba a pensar debidamente con un gallinero picoteándole la sien? No es que no se alegrara de ver a su primo, pero si al menos hubiera sido su hermana Donatta, se habría hecho menos insoportable. La muchacha se había convertido ya en toda una mujer. Y qué mujer.

- ¿Corría veloz? Si es pudiente, dejad que se case con Donatta entonces, con suerte será igual de rápido para morirse. - Acomodándose en el asiento sin demasiada etiqueta, bebió de un golpe todo el contenido de la copa. Si, seguía siendo agua. Su lengua comenzaba poco a poco a parecerse menos a un zapato.

El joven Andrea tenía las preocupaciones que cualquier Barbarigo de bien había tenido a su edad, y seguiría teniendo si seguía los pasos del bueno de su primo Gianlucca. Tal vez no poseyera la presencia que un Barbarigo de la rama principal como él si, pero las mujeres, el dinero y las disputas eran ocios demasiado tentadores como para ignorarles, fueses un Barbarigo de segunda o un pica-monaguillos de los Michelli. Agradeció que sus hermanos mayores se dedicaran a la política y al arte, y estuviese vacante el puesto militar de la familia. De no haber sido así, bien podría su padre haber elegido para él el camino espiritual-eclesiástico. Qué tortura habría sido.

Rió en voz alta cuando escuchó las últimas palabras de su primo.

- ¡Que no se diga que los Barbarigo no cuidan de los suyos! - El comentario le había alegrado el momento, así que se animó incluso a llevarse una uva a la boca. - Y mi primo no es tonto, prefiere estar rodeado de mujeres bellas que entre fogones y mentirosos. Comprensible. Me decanto neutral en esta decisión, tío, vos y nuestro padre sabréis qué hacer con el bueno de Andrea.

Bruno miró a su hijo fijamente, sus maneras exagerada hacía que pareciese que todo se lo tomaba a broma y eso combinado con los juegos de Gianlucca era algo que le resultaba irritante. Le miró fijamente mientras hablaba y luego clavó la vista sobre su plato donde tenía una naranja caramelizada. Ya tenía las fuerzas distribuidas, hoy no era el día clave pero sin lugar a dudas anticiparse a los acontecimientos les daría ventaja. Si finalmente sobrevivía el Dogo era muy difícil que actuara contra ellos, pero si no, los cimientos de su nueva estructura política estaba montada.

- Él ha decidido. Irá con las mujeres. - cortó un trozo de la naranja y la devoró, el sabor no le agradó y la escupió en un pañuelo. - Me aseguraré de que todas estén preparadas para la hora. Terminad de comer, cuando suenen las campanas nos vemos en la puerta.

Se incorporó y caminó hacia la puerta del comedor. Bernardo en ese momento aprovechó para coger la naranja de su hermano y devorarla con avidez. Entonces clavó su vista en Gianlucca.

- Anoche en la Traviata todo el mundo andaba diciendo que perdistéis en la última pelea del puente. ¡No te puedes imaginar que vergüenza pasé! Tuve que golpear la cabeza de Sansone Albani contra una de esas columnas griegas que tienen en el patio para que se callara y me dejaran en paz. ¿Me lo podrías explicar? - estaba bastante ofendido, pocas cosas le jodían más que perder contra los Barbaro. No estaba dispuesto a hacer el ridículo frente a ellos.

- Oh, venga, padre. No es culpa de Gianlucca, ya es muy mayor para esto, deberías dejarle el legado de liderar los Puños a Andrea y empezar a buscar mujer para asentarse un poco. - el tono de Dante era lo suficientemente jacoso para que tanto a Bernardo como a Ludovico se les dibujara una media sonrisa en la boca.

Andrea sonrió a su primo y rió con su broma.

- Si huye, por muy rico que sea, es un cobarde. Y por mucho dinero que tuviera yo no quiero un cobarde en la familia.- Y esperaba, bromas a parte, que ellos tampoco - Y yo que estaba tan dispuesto en defender el honor de mi hermana.- dijo con pesar.

Vaya...

- Tan solo estaba meditando que cofre abrir, pero veo que ya habéis decidido por mi- "Como siempre, padre"- Sea pues.- dijo metiéndose una uva en la boca.- Al menos no me faltará la compañía femenina.- aquello podía ser mejor que las intrigas palaciegas, igual tenía la oportunidad de conocer a otras damas.- No os de pena primo, prometo conseguir otra dama para vos.- "O igual también me la quedo para mi".

Andrea miró a Dante y luego a Gianlucca. Su tío había esperado a que su padre se fuera de allí. No le reprochaba nada, pues sabía como era su hermano, tan terco, tan reacio a aquello.

- Gianlucca no necesita que nadie le sustituya y menos yo.- Aunque se las diese de hábil había que conocer las propias limitaciones de uno.- La semana pasada acabó con tres tipos de seguidas sin parar, uno detrás de otro. Fue increíble tío. No les dio tregua alguna.

- ¿Perdón? ¿Que perdimos? Eso es completamente... discutible. Nos vimos forzados a hacer una "retirada con antelación", ante tal cantidad de enfurecidos. Teníamos insultos para todos y cada uno de los presentes, pero no puños. Y como comprenderéis no tengo intención de ser acuchillado en el vientre en semejante compañía; solo el aliento de alguno de esos Barbaro me infectaría irremediablemente la herida. Se dió cuenta de ellos, pero no de todos. - Se sacudió una de las manos, como si le quemara. - Imagino que ese Enrico aun tendrá la cruz de Malta de mi anillo en el pómulo.

En realidad sí que habían perdido, aunque todo tenía una explicación. Normalmente, cuando Gianlucca acudía al Puente de los Puños, era porque otra personalidad se personificaba allí: Vincenzo, Delko, o cualquier noble importante ya fuese Barbarigo o un aburrido Fortuna. El problema fue que aquella última vez no se presentó nadie, y él estaba especialmente locuaz y creativo en su insultos. La cantidad de nobles menores y señoritos que se acumularon en el lugar se le fue de las manos. Gianlucca nunca había sido un excepcional luchador, y mucho menos un héroe. En cuanto recibió los primeros palos, no quedaba ni un Barbarigo presente. Que se matasen entre ellos si así lo querían. Con suerte así se olvidaban de la huída y derrota de los Barbarigo, aunque evidentemente no había sido así.

- Eh, eh, eh... ¿Desde cuando se ha convertido esta reunión en un todos contra Gianlucca? - Alzó ambos brazos para pedir paz, sonriendo y mostrando su nívea dentadura. - Me gustaría ver quién se encargaría de responder por todos y cada uno de los insultos dedicados a nuestra familia, de no estar yo aquí. ¡Que sea el hermano menor, el que tenga que sufrir el aciago papel de mártir!

Hizo una señal de agradecimiento hacia su primo, como aquel que señala a la persona que ha dicho la cosa más sensata y cierta de Venecia.

- Vaya, gracias, alguien que aprecia mi trabajo. Gratitud, pero tampoco es necesario adornarlo demasiado. - Hacía gestos de falsa modestia mientras al mismo tiempo se erguía en su asiento, casi triunfante, sin dejar de sonreír. Era confuso. - ¿Pero qué puede esperarse de la escoria de Dorsoduro?

Le alegraba que nadie hubiese notado que de los tres, uno llevaba semanas con dolencias estomacales y otro era medio cojo.

- Sea como sea quiero que los rumores se acallen. La próxima pelea la ganaréis. He escuchado que hay un grupo de marinerosschiavioni en San Jorge que se han quedado sin trabajo, son hombres fuertes, habría que disponer de dinero para contratar a un buen puñado, si alguien pregunta, son nuestros primos dálmatas, y si alguien duda, que defienda sus palabras con la espada. No hay mejor mentira que la que se defiende con una espada. - Bernardo miró a todos, sus palabras no iba para nadie en particular, sino que las generalizaba para que todos sus familiares se sintieran incluidos y trabajaran en que se cumplieran - Ah, sí. Y no me gustaría que Albani acabara la semana sin tres cuartas de acero en las costillas, no hace falta que muera, con que aprenda algo de modales me basta.

Nadie se reía de Bernardo Barbarigo y no se llevaba un escarmiento, puede que él fuera un hombre amable con todo el mundo, que se riera de las bromas y disfrutara de los buenos chistes, pero restregarle el fracaso a un derrotado era una provocación y, con mayor o menor contundencia, un Barbarigo siempre respondía las provocaciones.

- Podrías encargarte tú, Ludovico. - propuso Dante a lo que su hermano contestó alzando una ceja.

- Tengo mucho trabajo que hacer. - dijo el hermano de en medio.

Bernardo les miró frunciendo el ceño, Ludovico siempre había sido el más cobarde de los tres, le tenía aprecio, al igual que a sus otros dos hijos, pero el mediano era un hombre apocado con el que no se podía contar en este tipo de tareas:

- Me da igual quien lo haga, pero se debe hacer. Ahora comed y terminad de prepararos, tenemos trabajo que hacer en palacio.

Su tío era... completamente diferente a su padre. ¿Por qué el Señor era tan cruel? Se había equivocado de padre, él prefería a su tío. Que injusta era la vida.

La simple idea de ver a su primo Ludovico con algo entre manos que no fuera un pincel o un libro le producía risa. No iba a durar ni un segundo. Si su hermana hubiera estado ahí no se hubiera podido controlar la carcajada, seguramente se habrían mirado y se lo habrían dicho todo. Hasta un infante tenía más masa muscular que su primo en su brazo diestro.

Andrea concentró la mirada en la manzana que tenía delante intentando no estallar. Acababa de ver a su primo esgrimiendo patéticamente una espada. Le dio un mordisco a la manzana e intentó olvidar la imagen que se acababa de formar de Ludovico. Andrea miró entonces directamente a Gianluca y ya si que no pudo contenerse.

- Dispensad - dijo entre risas - Me acabo de acordar que llevaba unos calzones rosas ¡¿Rosas?!, claro que bajo la luz de la luna era de un tono más apagado.-

"A Ludovico le hubiera ido mejor bajo la tutela de mi padre" pensó. Luego le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo al pensar que le podría haber tocado como hermano.

- Dálmatas... - Gianlucca suspiró, como extenuado. - Nunca he sabido qué pensar de los dálmatas. Sinvergüenzas, maleantes y cortos de miras... cualidades inmejorables para matones de pago. Una lástima lo del olor. Me encargaré de que todas sus perversiones sean costeadas, dadlo por hecho.

Cuando escuchó las palabras de Dante y su propuesta, se hizo un corto silencio, más exageradamente incómodo. Gianlucca no supo exactamente hacia donde mirar, por lo que su mirada comenzó a trazar rumbos impredecibles de un familiar a otro, salvo en Ludovico. La excusa llegaría de un momento a otro... Bingo.

- Hoy me siento generoso y dispuesto, Albani recibirá su merecido. Nunca me ha gustado la manera en que se le enrojecen las orejas cuando se enfada. - Intercedió para quitar un poco de presión parental sobre su hermano mayor, haciendo un gesto sin importancia con la mano y volviendo a acomodarse en el asiento. - Que no se diga que Gianlucca no...

Todos empezaban ya a recoger sus cosas y a abandonar la mesa, por lo que al darse cuenta de que ya nadie le prestaba atención, decidió callarse. No sería la primera vez que ignoraban el palique del pequeño Barbarigo y le dejaban con la palabra en la boca. De repente recordó lo mucho que le dolía la cabeza. Se tapó los ojos con la mano por unos instantes, derrotado sobre su cada vez más incómodo asiento.

Finalmente también él se levantó, arrastrando ruidosamente la silla. Se desperezó sin decoro, y abandonó finalmente la sala mientras se rascaba su rizada y negra cabellera, dejando tras de sí un rastro de pétalos de lila.