Dios salve a la Reina (8 de Mayo)

Mis párpados luchaban por mantenerse abiertos mientras absorbía sonoramente el quinto café de la mañana. Tenía ojeras en las ojeras y una dolorosa certeza de que mi olor corporal no era el aconsejable para una vista. Una maldita vista el primer domingo de Mayo. Miraba hacia mi izquierda y veía a los dos gringos con sus mejillas sonrosadas y su cara de haberse tragado sus propias pelotas. No podía decir que no los comprendiera, estaban jodidos, pero al menos nos las habíamos ingeniado para evitar la pena capital.

Miraba hacia la derecha y veía al putón de Mendoza. Sus andares de gata montesa embutida en su chumpa de terciopelo rojo hacían que me sintiera asqueado y excitado a la vez. ¿Otra vez Gabriel? Agarrá la onda de que ese cuchillo no es para afilarlo... al menos no con tus dos piedrecitas.
La tipa se contoneaba hablando sobre no sé qué de los derechos de la mujer en Latinoamérica, pero a juzgar por la cara de los presentes; el sopor y su escote eran los principales centros de atención en sala.

- Está bien, licenciada Mendoza.- comentó finalmente Gallo.

El Juez Magistrado Amador Gallo... su oronda señoría era el único jurista capaz de ofrecerse voluntario para tamaño despropósito de fin de semana. Las malas lenguas decían que andaba ausente desde hacía una semana pues tenía la mirada en el horizonte cada poco. Me sorprendía que tuviera tiempo de obnubilarse entre atracón y atracón.

-¿Tiene la defensa algo más que añadir?- dijo ahora refiriéndose a servidor.
Pude sentir la mirada de los gringos clavándose en mí. No estaban entendiendo ni papa, y eso que nos ahorrábamos, al fin y al cabo sólo eran dos cerotes más.

-No mucho más, señoría.- dije incorporándome y mirando de soslayo a Mendoza, era mi momento de brillar. -Como ya he señalado, nos encontramos ante una situación de desconocimiento de la ley por parte de mis clientes. Aunque, tal y como señalaba la Licenciada Mendoza, desconocer la ley no exhime de cumplirla.- me acerqué entonces de la manera más elegante posible hacia Gallo y me incliné sobre su tribuna.

-El acuerdo entre ambas partes es más que beneficioso para mis clientes, así que la defensa no intentará cazar moscas con lanza en esta causa. - concluí con una medio sonrisa. La mirada del juez pasó entonces desde mis ojos hacia los de los gringos. Pude sentir el odio en sus pupilas pues. Las ganas salvajes de arrancarles sendos miembros y dar de comer a cada uno el del otro. Durante un momento, entendí que Gallo estaba alargando el juicio con la esperanza de que Mendoza o yo cambiáramos de parecer. Pero eso no iba a pasar... no a las 12 de la tarde de un maldito domingo...

- Está bien.- concluyó finalmente Gallo deslizando su mano sobre el martillo de madera.  - Condeno a los acusados a doce años de prisión. Cumplirán su condena en la cárcel municipal de Pavón. Se levanta la sesión.

El sonido del seco golpe me aturdió durante unos segundos. Necesitaba una mi cama cuanto antes.
Todo comenzó a agitarse mientras el mundo entero ponía manos a la obra. Mendoza me dedicó una última mirada triunfante mientras yo le sonreía con el gesto más falso que mi rostro podía adquirir. Sentí una vibración y eché un vistazo al móvil. Tenía varias notificaciones...
¡Dios mío, que la mulata de anoche quiera un par de azotes en sus nachas!
Nada más lejos de la realidad. El maldito twitter de nuevo con el mojón de Luxemburgo. ¿A quién le importaba Europa? Como si no supiéramos que era todo propaganda e invenciones de la ONU. Seguí chequeando...


Una risita nerviosa emergió de mi garganta. Dios de verdad existía...

El fuerte tirón hizo que me girara violentado. Vi al más joven de los dos gringos con el rostro totalmente desencajado y hablando a toda velocidad, sollozando de a poquito, por lo que se hacía imposible entender lo que demonios estaba diciendo... aunque no había que ser un Gabriel Expósito para darse cuenta de lo que preguntaba.

- Todo ha salido bien.- dije en el inglés más perfecto que pude encontrar en mi trasnochada cabeza. -Tal y como acordamos, se han salvado de la horca.

El gringo no parecía muy conforme con lo que yo le decía. Se giró hacia su compañero que parecía aún aturdido. Ése sí que me revolvía las tripas. Aún no se me quitaba de la retina la imagen de su obeso culo peludo zarandeándose... La aportación de pruebas había hecho el trabajo mucho más sencillo... muy a su pesar.

-Es lo que hay amigo. Doce años pasan muy pronto.- dije dándole una palmadita en la espalda. -Piénsalo de este modo: cuando salgáis podréis volver a follaros a las mismas sin temer esta vez que os mandemos a la cárcel.- dije reprimiendo el vómito en mi garganta.

"Si es que llegáis a salir... hijos de puta."