Anathema Actus

3 de Mayo

Llevo todo el día dándole vueltas. Hoy, durante uno de los alegatos, he empezado a ver cómo a un hombre le salía sangre de la nariz. Al principio no me importó, pero cuando el muy imbécil continuó como si nada... mi concentración empezó a zozobrar. Traté de no mirarle, si a él no le importaba a mí mucho menos. Pero su camisa estaba ya llena de gotas y aquello me pareció una soberana falta de respeto.

Expulsé por desacato a aquel estúpido y por fin pude continuar. Sin embargo... esas miradas. El resto de gente en sala me miraban sin entender. Me observaban como si estuvieran viendo una bestia enjaulada, un loco en sus últimos coletazos de cordura. Odié esas miradas... todas y cada una de ellas.

He regresado a casa y el patán de mi hijo sigue encerrado en su habitación. Masturbarse y estudiar, estudiar y masturbarse. ¡Menuda vida de mediocridad le espera! No es cierto aquello que dicen que de tal palo tal astilla, ese muchacho no tiene mío ni la sangre. Cada vez que lo veo con esa cara de bobalicón me hierve el corazón y siento ganas de arrancarme el cinturón y hundirle la hebilla en la sesera. ¿Pero de qué serviría? Si no me sirve de nada vivo, mucho menos me serviría muerto.

Podría hacerme un favor y suicidarse. Pero de alguna forma en que su cadáver no pudiera recuperarse... hoy en día los funerales son muy caros.