Un rayo de luz (2 de Mayo)

Al abrir los ojos una luz cegadora le impedía ver. El sonido del agua era arrullador. Notaba una molestia en el lateral del abdomen. Su boca tenía un sabor extraño. Y su piel tocaba una suavidad que no había sentido antes. Se encontraba a gusto pero su vista tardó varios segundos en decirle donde se encontraba. Tras parpadear un par de veces se acostumbró a la claridad y al observar alrededor se dio cuenta que se encontraba en un hospital.  

Reposaba sobre una camilla de sábanas blancas, una gran ventana parecía dar al interior de un hermoso y ajardinado patio andaluz a través del cual entraba una fresca brisa primaveral bastante agradable y el sonido de una fuente. El sabor de su boca era el de la mascarilla que le insuflaba oxígeno. Rápidamente sus ojos y sus manos se dirigieron al abdomen, a donde el puñal de Machado le había atravesado el riñón. Pero en ese momento sintió un fuerte tirón de su mano derecha. Al mirar se percató de que estaba esposado al riel de la cama. Intentó aflojarlo pero entonces un sonido le despisto. Era como un dulce gemido. Entonces se percató de que dos delicadas manos sobresalían por encima del respaldo de un sillón que se encaraba a la ventana. Un segundo después una cabecita somnolienta asomó por el borde del sillón con una dulce sonrisa cubierta.


- Buenos días… - miró hacia fuera de reojo y sus labios se curvaron ligeramente para que su expresivo rostro mostraran cierta travesura  – o tardes. ¡Creo que nos hemos dormido! – tras decir esto se incorporó de un salto. Encarándose al guineano. – Yo soy Alba. He intentando encontrar alguna forma de indentificarte pero no llevabas nada encima. – comentó señalando hacia un pequeño armarito que ocupaba una esquina de la habitación. Entonces pareció acordarse de algo y lo miró con preocupación – Siento mucho lo de las esposas, pero cuando te traje al hospital el doctor insistió en llamar a la policía. Supongo que podremos resolverlo cuando llegue el agente.

Caminó entonces hacia Juan y le acarició la frente con una sonrisa.

-¿Cómo te encuentras?

El ambiente calmo e idílico, le ayudó a calmar la tensión que sostenía desde el incidente. Para su conciencia, entre aquel y este momento, no había ningún espacio intermedio. Según su instinto, le habían apuñalado hacía 5 minútos. Lo único que necesitaba aclarar, además de donde se encontraba, era qué o quien había sido la dueña de aquel rostro.

Lentamente, empezó a percibir lo que le rodeaba. La mascarilla de oxígeno, el sonido de agua de fuente, el ambiente pulcro y hasta incoloro, las esposas que le maniataban. El hecho de notar que no se encontraba solo, le sobresaltó aún más.

Luego de un momento de asombro y dudas, cayó en que era el mismo rostro que había visto rodeado de luz. Mientras la mujer hablaba, se acercaba y volvía a alejarse J B intentaba poner sentido a todo, con los ojos abiertos a mas no poder.


La información que se le vertía repentinamente, costó en ser procesada rápidamente por Juan. Poco a poco empezaba a madurar no obstante una inquietud dentro de si. Mientras tanto, la mujer se acercaba nuevamente para tocarle la frente.

- Estoy...Bien, creo. Estoy vivo...-Contestó a la sonrisa con otra aún mas amplia y transparente. De esas que solo el y sus hermanos de raza eran capaces de esbozar. Pero algo hizo saltar sus alarmas internas, acostumbradas a estar en constante vigilia- Gracias...Eh?! No, no, espera! Alb..Alba no tengo papeles, soy un indocumentado. Por favor, necesito mi ropa. Tengo que largarme de aquí!

Intentó moverse en una sacudida, gesto nuevamente detenido por las esposas. Se inclinó levemente para observarlas, estudiando donde estaban sujetas, al tiempo que volteaba a la chica.

- No puedo dejar que la policía me encuentre. Si me mandan a esos campos de concentración en este estado  físico, soy carne de leones. Si sobrevivo a ello y me deportan a mi pais, soy hombre muerto con toda seguridad. No soy un criminal, Alba, de verdad.- Volvió a ponerse recto cuidadosamente, y estudió su estado. Llevaba el típico atuendo de paciente de hospital, ya seguramente le habrían intervenido quirúrgicamente. Volvió la vista hacia su interlocutora y la estudió un momento. Parecía buena persona, e indudablemente le había salvado la vida. Tendría que acudir a su auxilio una vez mas.- Mi nombre es Juan Bautista Abogo. Soy de Guinea Ecuatorial y no tengo papeles. En mi pais, hay una dictadura y me matarán por mi origen. Fui asaltado y herido por unos matones para robarme el dinero que me había ganado trabajando.

Bajó la mirada e intentó buscar mas razones de peso para que la chica le ayudase a salir de ahí. Mientras lo hacía, se quitó lentamente la mascarilla casi desesperado. No le costaba decir la verdad, e incluso hablar con ciertos dejes de léxico rico, que a cualquier español le hubiese parecido extraño y hasta arrogante en muchas ocasiones. Muchas veces el pobre nivel cultural de las personas que viajaban miles de kilómetros para terminar haciendo trabajos rudos, también le jugaba en contra entre sus propios compañeros. Sin embargo, necesitaba ser convincente. Y la experiencia le había enseñado que para serlo, necesitaba mostrarse como realmente era.

- Es un caso de vida o muerte y puedes comprobar mi historia luego. Soy de la Etnia Buhbu, disidente del régimen de Teodoro Obyang, que es de la etnia Fang. Solo necesito que me ayudes a liberarme y salir de aquí, por favor. Te lo compensaré mil veces y no te arrepentirás! Te juro que todo esto es la verdad, te lo juro por San Pantaleón... Ehm... Ese es el patrón de los enfermos y...Da igual. Necesito que la policia no me encuentre, Alba. Si no me ayudas tendré que intentarlo por mi cuenta y como ves, puedo hacerme mas daño...

Entendiendo que estaba complétamente a merced de que la mujer le creyese, e incluso se arriesgase a ofrecerle asistencia, finalmente se limitó a esperar su reacción buscando un poco de claridad en la situación. Tenía que salir de ese sitio a cualquier costa.

-Pero...- Alba escuchaba atentamente todas las palabras que JB le dedicaba. Instintivamente, la chica, que se encontraba muy cerca de la cama, se fue echando hacia atrás. Sus manos se posaron la una sobre la otra a la altura del pecho como si, de alguna forma, todo aquello estuviera oprimiendo su corazón.

-Yo no... no tenía ni idea. Pero no podía dejar que te desangraras en plena calle...- una sombra de culpabilidad apareció entonces en el tono de Alba. La muchacha miró hacia el suelo totalmente consternada y, cuando parecía a punto de desplomarse, frunció el ceño con decisión. Sin mediar palabras, se acercó a Juan y empezó a examinar la cerradura de las esposas.

-Tranquilo Juan, no voy a dejar que te hagan más daño...- la chica trató de forzar la cerradura con las que parecían sus llaves de casa. Juan pudo identificar una hermosa cruz de plata a modo de llavero.


- Nada... así es imposible.- se sentó entonces dubitativa y miró a Juan sonriéndole y tomando su mano.

-Bueno... lo principal ahora es mantener la calma. Además, tal y como funcionan los funcionarios de este país diría que tenemos por lo menos un par de meses.- rió tranquilizadoramente.

Observó atenta y desesperadamente las intentonas de la mujer por liberarle, de forma inutil. Sin casi esperar el resultado, cerró los ojos y sacudió la cabeza golpeando la camilla con la nuca evidenciando su impotencia.

Estuvo tentado a pedirle las llaves e intentar forzar las esposas por su cuenta, pero supo de inmediato que sería imposible. No tenía idea de como hacerlo, esas clase de cosas para el, solo pasaban en las películas.

- No puedo creer que esta miseria siempre me rodee, en serio...Pero bueno...supongo que cuando consigan matarme, dejaré de intentarlo. - Atisbó la cruz que portaba la chica, casi irónicamente y finalmente se obligó a sonreir en respuesta al trato que le otorgaba Alba, básicamente por buenos modales- Yo también soy cristiano, católico. A veces me cuesta creer las cosas que puede hacerle un creyente a otro...¿Puedes seguir intentando liberarme mientras hablamos, por favor? No solo debo de preocuparme por los funcionarios de tu país, sinó también del mio. Traía en mis pantalones mi documentación..Al menos esos delincuentes se la llevaron consigo. No se que voy a decirle a ese agente...

Bajó la mirada hacia los vendajes que le rodeaban e intentó diagnosticar su estado en vano. No tenía idea de que tan grave era la herida.

- ¿Te ha dicho el médico que tan mal me ha ido? Es que esos cerdos me apuñalaron en el sitio en que me encontraste...

Tironéo inútilmente del brazo, aún esperando un conveniente milagro, mientras intentaba seguir conversando para mantener la calma.

No hace falta que lo prometas... vi cómo sucedió todo. Pero no me dio tiempo a alcanzarlos y pensé que quedarme contigo era más importante.- Alba sonrió plácidamente mientras trataba, progresivamente con menos esperanzas, liberar las ataduras del guineano.

-Siento mucho todo esto Juan, pero no te preocupes, soy una chica de recursos.- sonrió mientras abría un bolso y sacaba una carpeta. En ese preciso instante, una voz resonó al otro lado de la puerta.

-¿Es aquí donde está el ilegal?- la voz de un hombre.

Alba se quedó ojiplática mientras escuchaba aquellas palabras. Como un resorte se levantó del asiento y corrió hacia la puerta para tratar de retrasar la entrada de cualquier persona el máximo tiempo posible. Al levantarse, el bolso y la carpeta cayeron al suelo estrepitosamente. Los papeles que contenía la carpeta sobresalieron ligeramente por la esquina superior derecha de la misma aunque JB tenía cosas mucho más apremiantes en las que pensar.

-Juan... ¡Juaaan! ¿Qué hago?- las rodillas de la muchacha temblaban por la tensión mientras ella se aferraba al picaporte.

-Oye, Cruz, la puerta no se abre...

-¿Cómo no se va a abrir...?- replicó la voz de una mujer, parecía autoritaria y un poco rota.

Los agentes empezaron a forcejear y la puerta a moverse de un lado a otro.

-¡Oigan! ¡Abran la puerta! ¡Policía!- la mujer parecía de mal humor, quizás el plan de Alba no fuera el más brillante...

Alba miraba de un lado a otro y, desde su posición, JB pudo ver cómo sus labios se movían recitando sus oraciones. Fue entonces cuando, de algún lugar, la muchacha reunió fuerzas y se irguió tan firmemente como pudo.

-¡Un momento!- respondió de mala gana. Miró entonces a JB y frunció el ceño. Abrió la puerta y salió sin dejar a los agentes echar siquiera un vistazo. -¿Qué significa todo esto?