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La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
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Ethos :: :: Drama y comedia :: San Marco
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La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Aquella tarde del final del otoño iba a ser perfecta. El sol brillaba en Venecia y ya muchos se arremolinaban en los patios del Palacio del Dux para presenciar el estreno de una nueva fábula pastoral. Hoy, se representaba Il Pastor Fido, de un tal Giovanni Battista Guarini y todos hablaban de que la obra estaba algo subida de tono, lo que sin duda explicaba el porqué de tanto gentío.
Me eché a reir. Había elegido para aquella tarde un precioso vestido floral verde con un generoso escote. Enrichetta se había santiguado al verme salir, mientras se quejaba de la poca decencia de la juventud, lo que tan solo había provocado que me recolocara el escote para que fuera aún más exagerado. La Belladona ya había hecho su efecto. Me pellizqué las mejillas para asegurarme que seguían coloreadas.
Estábamos esperando el comienzo, mirando a todos y a todas, mientras nos contábamos cada detalle de nuestras vidas.
- Marietta…no mires a tu derecha, ¡No! ¡Te dije que no miraras!…pero, ahí hay un hombre que no te quita ojo de encima…bueno, a ti y a …- bajé la mirada hacia su escote mientras de nuevo empezaba a reír.
La carcajada se difuminó entre las risas de los espectadores que aplaudían y comentaban ya la primera escena. Lo cierto es que a nosotras era lo que menos nos importaba.
- ¿Lo ves? Esta justo detrás de mí – Me coloqué de manera que pudiera mirarlo mientras parecía que hablaba conmigo. – Es el que está ahí apoyado contra la columna, y que no parece muy interesado por la obra… ¡No está mal no? ¡Algo enigmático no te parece?¡Tendrás que prestarme esos rizos rubios!¡ Siempre te miran más a ti!
Me sentía feliz. Adoraba Venecia y sus habitantes. Adoraba su vida y sus fiestas y adoraba sentirme libre paseando por sus puentes y canales. Y sobre todo, adoraba coquetear con todos, consciente de que ninguno pasaba a nuestro lado sin darse la vuelta.
Isabella Fortuna- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 28/01/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Los largos rizos tapaban su pecho y su cara, en parte siempre procuraba que fuese así. De algún modo ser la hija de Giovanni Dario era suficiente para que las gentes murmurasen a su paso, en ocasiones para bien, en otras para mal. Sin embargo no dejaba de ser una muchacha tímida. Se sentía abrumada por aquel hecho, más aun, cuando Isabella bromeaba con su idea de que siempre la miraban a ella pues entonces los colores rosados invadían su rostro.
-Isabella por favor.. - Murmuraba en voz baja entre sonrisas cómplices mientras clavaba su mirada al suelo y sus manos se unían a la altura de su cintura, arrugando un pañuelo de tela. - Todos en Venecia conocen mi enlace con Vincenzo, apenas hace unos meses que se celebró. No digas tonterías. Además eres tú la hija del Dogo, diría que es a ti a quien más miran. - Alzó la vista al muchacho al que Isabella se refería bajándola de nuevo con celeridad sin apenas fijarse en quien se trataba.
Isabella era risueña, descarada y en ocasiones alocada. Atributos que Marietta adoraba en ella. La quería como si fuese su propia hermana, la que por capricho del destino nunca tuvo. En las ausencias de Vincenzo siempre estaba ella a su lado.
El muchacho parecía continuar mirando en su dirección. El contraste físico de ambas llamaba la atención, de eso no había duda. Marietta alzó la vista, con más disimulo reconociendo ahora al descarado joven. Se giró un poco procurando darle la espalda, para que ni tan siquiera pudiera leer sus labios, si es que había osado a mirarla a la cara.
- Isabella por dios!! Es un Diomedes... - Murmuró tan bajo como pudo casi escandalizada. - Es uno de los hijos de Silas. Mira... míralo tu... - Se giró para que Isabella quedase frente a él, como si simplemente estuvieran comentando el acto. - Cuentan de él atrocidades, parece ser que es un pirata, un bárbaro... - Marietta se puso nerviosa, aquel tipo de gente le resultaba peligrosa. Observó entonces a Isabella temiendo que su descaro cometiese alguna imprudencia.
-Isabella por favor.. - Murmuraba en voz baja entre sonrisas cómplices mientras clavaba su mirada al suelo y sus manos se unían a la altura de su cintura, arrugando un pañuelo de tela. - Todos en Venecia conocen mi enlace con Vincenzo, apenas hace unos meses que se celebró. No digas tonterías. Además eres tú la hija del Dogo, diría que es a ti a quien más miran. - Alzó la vista al muchacho al que Isabella se refería bajándola de nuevo con celeridad sin apenas fijarse en quien se trataba.
Isabella era risueña, descarada y en ocasiones alocada. Atributos que Marietta adoraba en ella. La quería como si fuese su propia hermana, la que por capricho del destino nunca tuvo. En las ausencias de Vincenzo siempre estaba ella a su lado.
El muchacho parecía continuar mirando en su dirección. El contraste físico de ambas llamaba la atención, de eso no había duda. Marietta alzó la vista, con más disimulo reconociendo ahora al descarado joven. Se giró un poco procurando darle la espalda, para que ni tan siquiera pudiera leer sus labios, si es que había osado a mirarla a la cara.
- Isabella por dios!! Es un Diomedes... - Murmuró tan bajo como pudo casi escandalizada. - Es uno de los hijos de Silas. Mira... míralo tu... - Se giró para que Isabella quedase frente a él, como si simplemente estuvieran comentando el acto. - Cuentan de él atrocidades, parece ser que es un pirata, un bárbaro... - Marietta se puso nerviosa, aquel tipo de gente le resultaba peligrosa. Observó entonces a Isabella temiendo que su descaro cometiese alguna imprudencia.
Marietta Dario- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 29/12/2012
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Un regalo. Un buen regalo por parte de los turcos, pues de sus arcas venían las monedas con que Stephanos obsequió a sus hombres. Mujeres y teatro. Por cosas como estas adoraba regresar a Venacia despues de pasar meses en la mar persiguiendo a aquella recua de perros de piel tostada. Infames infieles nacidos de la mierda. Sí. Porque, tal y como decía su segundo "solo hay algo que arde mejor que un pedazo seco de mierda. Un turco". Despues de luchar, sangrar, y alguno hasta morir, recompensaba a sus hombres con esparcimiento. Esparcimiento que solía tener a bien procurarse para él mismo.
El corral donde el teatro se llevaba a cabo no distinguía de sexos: Allí hombres y mujeres se mezclaban, solo diferenciando las localidades y la situación según lo que hubiera pagado la persona. Él se encontraba de pie, en una esquina teñida de sombras y oculto tras altas columnas de piedra que sujetaban la segunda planta del corral. Le gustaban las sombras. Se habia acostumbrado a vivir entre ellas y al final habia aprendido a fundirse en ellas. Observaba el teatro desde su posición. No la actuación de los comediantes que, pese a que él no era ningún experto, podía calificar de pésima. Era una burda representación, soez incluso para él, que no aportaban absolutamente nada a los espectadores. Puede que la obra, en sí, fuera buena. Pero los comediantes le daban demasiado bombo a las obscenidades y a las risotadas fáciles.
No. Él estaba mucho más atento a otro espectáculo bien distinto y mucho más generoso. ¡Y vaya si era generoso! Desde su posición, podía observar sin pudor o impedimento alguno, aquellas maravillas. Stephanos las observaba como un lobo observa a una cervatilla, o incluso a una loba, augurando como debería de desenvolverse esa peculiar lucha en que dos almas se abaten mutuamente, con uñas y dientes, hasta quedar exhaustos el uno al lado del otro.
Y le miraban. Las conocía a las dos. Isabella Fortuna, hija del Dogo Cipriano Fortuna. Y Marietta Dario. Cuchicheaban. Les llevaba unos años a las dos, años de experiencia, y si creian que Stephanos no sabía leer en el brillo de sus ojos, o en la manera en que tenían de humedecerse, inconscientemente, los labios cuando hablaban... es que no conocían a Stephanos.
Seguía apoyado en esa columna, estudiando a las dos jóvenes, flanqueado por dos de sus hombres de confianza. Vestían de negro, él con una holgada camisola blanca, con los puños ceñidos en las muñecas y los cordeles del cuello abiertos. Sus hombres de negro, toscos y fierros. No por nada la gente les evitaba. No era poco lo que se hablaba de aquel al que llamaban el Vándalo y su recua de perros rabiosos que le acompañaban allá a donde iban. Pero lo que nadie negaba, era que ese Vándalo proporcionaba muchos bienes a las arcas de la Serenissima y que, en su presencia, no habia lengua que no alzara su voz sin miedo a ser cortada. Habló algo con uno de sus hombres. Éste, un hombre alto, grande y calvo como un recluso. Desapareció por entre el gentío sin llamar la atención.
Y la función prosiguió hasta su incierto final.
El corral donde el teatro se llevaba a cabo no distinguía de sexos: Allí hombres y mujeres se mezclaban, solo diferenciando las localidades y la situación según lo que hubiera pagado la persona. Él se encontraba de pie, en una esquina teñida de sombras y oculto tras altas columnas de piedra que sujetaban la segunda planta del corral. Le gustaban las sombras. Se habia acostumbrado a vivir entre ellas y al final habia aprendido a fundirse en ellas. Observaba el teatro desde su posición. No la actuación de los comediantes que, pese a que él no era ningún experto, podía calificar de pésima. Era una burda representación, soez incluso para él, que no aportaban absolutamente nada a los espectadores. Puede que la obra, en sí, fuera buena. Pero los comediantes le daban demasiado bombo a las obscenidades y a las risotadas fáciles.
No. Él estaba mucho más atento a otro espectáculo bien distinto y mucho más generoso. ¡Y vaya si era generoso! Desde su posición, podía observar sin pudor o impedimento alguno, aquellas maravillas. Stephanos las observaba como un lobo observa a una cervatilla, o incluso a una loba, augurando como debería de desenvolverse esa peculiar lucha en que dos almas se abaten mutuamente, con uñas y dientes, hasta quedar exhaustos el uno al lado del otro.
Y le miraban. Las conocía a las dos. Isabella Fortuna, hija del Dogo Cipriano Fortuna. Y Marietta Dario. Cuchicheaban. Les llevaba unos años a las dos, años de experiencia, y si creian que Stephanos no sabía leer en el brillo de sus ojos, o en la manera en que tenían de humedecerse, inconscientemente, los labios cuando hablaban... es que no conocían a Stephanos.
Seguía apoyado en esa columna, estudiando a las dos jóvenes, flanqueado por dos de sus hombres de confianza. Vestían de negro, él con una holgada camisola blanca, con los puños ceñidos en las muñecas y los cordeles del cuello abiertos. Sus hombres de negro, toscos y fierros. No por nada la gente les evitaba. No era poco lo que se hablaba de aquel al que llamaban el Vándalo y su recua de perros rabiosos que le acompañaban allá a donde iban. Pero lo que nadie negaba, era que ese Vándalo proporcionaba muchos bienes a las arcas de la Serenissima y que, en su presencia, no habia lengua que no alzara su voz sin miedo a ser cortada. Habló algo con uno de sus hombres. Éste, un hombre alto, grande y calvo como un recluso. Desapareció por entre el gentío sin llamar la atención.
Y la función prosiguió hasta su incierto final.
Stephanos Diomedes- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 27/03/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
- ¡Oh Venga…no te hagas la estrecha! ¿ Es que acaso solo tu noble Vicenzo tiene derecho a admirarte? Pues... Este parece bastante interesado. - Volví a reírme. Desde que Marietta estaba casada, se había vuelto aún más recatada, pero la conocía lo suficiente como para saber que aquello no era más que una apariencia forzosa. En el fondo seguía siendo la misma, y aunque fuese más sería, yo la adoraba igual – Le diré a tu esposo que te portas muy bien. De todos modos, ya sé qué yo le parezco una mala influencia, - Fingí sentirme ofendida mientras no perdía de vista al hombre. - Aunque no se porqué, al fin de al cabo ¡ Yo voy a casarme también, y con un refinado y elegante Príncipe Francés!
Mientras tanto, en el obra, Mirtillio le declaraba amor eterno a Corisca entre aplausos y exclamaciones de muchas jóvenes, que fingían secarse las lágrimas bajo sus pañuelos de seda.
- Es cierto…ya sé quién es… - se acerco al oído de su compañera, susurrando. – Le llaman el vándalo. Dicen que es un pirata, un hombre de guerra. Todos le temen y evitan cruzar la mirada con él.
Le miraba de reojo, mientras le murmuraba a mi amiga.
- ¿ No te parece exótico? Seguro que sabe contar leyendas de los Siete Mares bajo la luz de una vela en su camarote... Gustosamente sería su sirena,… ¡ Es tan misterioso! - Volví a reír y esta vez, le miré mas descaradamente unos instantes para luego volver a mirar a Marietta. –¡ A la que temo más es a su hermana! Es tan bélica, tan… ya sabes. ¡No entiendo como todos quieren seducirla, ni ese afán de los hombres por domarla!
Uno de los hombres del Diómedes desapareció entre la muchedumbre. Intenté seguirle el rastro pero no logré localizarlo.
- ¡Uno de sus hombres ha desaparecido! ¿ Que estará tramando? - Me encogí de hombros. – bueno, no me importa, el que me interesa sigue estando ahí - Le sonreí pícaramente a mi amiga.
Mientras tanto, en el obra, Mirtillio le declaraba amor eterno a Corisca entre aplausos y exclamaciones de muchas jóvenes, que fingían secarse las lágrimas bajo sus pañuelos de seda.
- Es cierto…ya sé quién es… - se acerco al oído de su compañera, susurrando. – Le llaman el vándalo. Dicen que es un pirata, un hombre de guerra. Todos le temen y evitan cruzar la mirada con él.
Le miraba de reojo, mientras le murmuraba a mi amiga.
- ¿ No te parece exótico? Seguro que sabe contar leyendas de los Siete Mares bajo la luz de una vela en su camarote... Gustosamente sería su sirena,… ¡ Es tan misterioso! - Volví a reír y esta vez, le miré mas descaradamente unos instantes para luego volver a mirar a Marietta. –¡ A la que temo más es a su hermana! Es tan bélica, tan… ya sabes. ¡No entiendo como todos quieren seducirla, ni ese afán de los hombres por domarla!
Uno de los hombres del Diómedes desapareció entre la muchedumbre. Intenté seguirle el rastro pero no logré localizarlo.
- ¡Uno de sus hombres ha desaparecido! ¿ Que estará tramando? - Me encogí de hombros. – bueno, no me importa, el que me interesa sigue estando ahí - Le sonreí pícaramente a mi amiga.
Isabella Fortuna- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 28/01/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Negó varias veces con la cabeza mientras miraba al suelo muerta de la vergüenza. No se trataba de que a raíz de su boda hubiese cambiado, es que ahora debía mantener una apariencia serena, ya no era la niña alocada, en eso, envidiaba a Isabella. En eso, y por supuesto en su prometido. Estaba segura que su vida de cuento con aquel príncipe francés sería la envidia de toda Venecia.
- Isabella no le mires más!! - Murmuró con sofoco, se tapó la cara con una mano apoyándola en su frente. - Nos vamos a meter en un lio... que ese hombre no se anda con tonterías... - Miró de forma inconsciente a todas partes, buscando alguien conocido en el lugar.
Sentía las ganas de agarrarla del brazo y sacarla a rastras de allí, pero sabía que no sería tan fácil, no al menos sin una escandalera por parte de su amiga. Esperó estoicamente a que la función terminase, teniendo esperanza de que todo esto no quedara más que en una absurda anécdota.
- No, no me parece exótico, ni me parece que tenga algo interesante que contar, ni siquiera misterioso. Es otro de los tantos que se ganan la vida de mala manera Isabella, Venecia está plagada de hombres así. - Aquella situación le resultaba un tanto incomoda y se reflejaba en su cara. - Habrá ido a por más vino y frescas mujeres... - Murmuró al comentario de Isabella respecto del hombre.
Señaló con la cabeza la función, que a esas alturas no sabía ni tan siquiera cual era el argumento. Quizá así, olvidarían el tema un rato.
- Isabella no le mires más!! - Murmuró con sofoco, se tapó la cara con una mano apoyándola en su frente. - Nos vamos a meter en un lio... que ese hombre no se anda con tonterías... - Miró de forma inconsciente a todas partes, buscando alguien conocido en el lugar.
Sentía las ganas de agarrarla del brazo y sacarla a rastras de allí, pero sabía que no sería tan fácil, no al menos sin una escandalera por parte de su amiga. Esperó estoicamente a que la función terminase, teniendo esperanza de que todo esto no quedara más que en una absurda anécdota.
- No, no me parece exótico, ni me parece que tenga algo interesante que contar, ni siquiera misterioso. Es otro de los tantos que se ganan la vida de mala manera Isabella, Venecia está plagada de hombres así. - Aquella situación le resultaba un tanto incomoda y se reflejaba en su cara. - Habrá ido a por más vino y frescas mujeres... - Murmuró al comentario de Isabella respecto del hombre.
Señaló con la cabeza la función, que a esas alturas no sabía ni tan siquiera cual era el argumento. Quizá así, olvidarían el tema un rato.
Marietta Dario- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 29/12/2012
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
El coro terminaba el tercer acto de la obra con una excelsa exclamación al amor. Los espectadores parecen extasiados por cómo se desarrollan los acontecimientos de la obra de Guarini.
- ¿Disfrutando de la obra, Capitán? - Susurra el hombre que Stephanos tiene a su derecha, por detrás de él.
- De las vistas. - Sinceramente, la obra no le podía ser más indiferente.
- Aguarde, Capitán. Que esas cuatro... que esas dos bellezas ya tienen dueños. - Había veces que ni siquiera los hombres de Stephanos, y Lupo era de entre los más allegados, sabían como reaccionaría su líder. Bien cierto era que el Vándalo no era dado a los recovecos lingüísticos, pero habia ahorcado del bergantín a un grumete por quejarse sobre la disposición del galeón. "Demasiados cañones" decía. "Una bodega demasiado pequeña" dijo. "aghhhh aghhhh ghhhhh" cuando la soga rodeaba su cuello. Así que, cuando algo interesaba a Stephanos, hasta sus hombres temían en contrariarlo.
- ¿Te has puesto rojo, Lupo? Ja nunca dejarás de sorprenderme. Cuatro tetas ponen rojo al bravo Lupo. ¿ah? - Stephanos susurraba, aunque dado que el tercer acto había terminado y la gente se estiraba y charlaba, la algarabía ocultaba sus voces. Stephanos sabía que aquellas dos tenían dueño pero... ¿desde cuando era él celoso?
Mas no pretendía colarse bajo las faldas de aquellas dos risueñas y pizpiretas jovencitas. Bueno, no era eso todo lo que pretendía. Y menos cuando el mismisimo hijo del Rey de Francia volaba sobre una de esas jovencitas.
- Escucha, Lupo, esto es lo que harás... - Y para curarse en salud, que gracias a Dios no tenía nada que ver con la salud de mierda que le había tocado, por gracia Divina, a su hermano mayor, esta vez sí que susurró a su hombre.
¿Que pretendía hacer Stephanos con aquellas dos bellezas? ni él mismo lo sabía. Y aunque a muchos les cueste creerlo, ni la entrepierna ni la espada son los apendices que mas usa en pensar. De vez en cuando utiliza también el cerebro. Se acercó a ellas de manera distraida y, aunque resultara extraño, vistiendo una de sus mejores, y más extrañas, sonrisas.
- Buenas noches, bellas damas. - Stephanos no era dado a recitar poemas, pero habia veces que la ocasión requería ser un poquito menos... burro, y caminar con algo de tacto. Despues de la reverencia, abrió los brazos como si quisiera mostrarlas al Mundo - Miraos. La última vez que partí érais niñas...y al regresar os descubro convertidas en auténticas mujeres. Celebro que vuestra sangre sea veneciana, envidiaría a la nación que fuera cuna de estas beldades. - Stephanos, que sonreía con una sonrisa leve y enigmática, se sentía extraño haciendo eso. ¿Pero a quien iba a enviar? ¿A Lupo? ¡¿A Mario?! No, habia cosas que era preferible hacer por uno mismo. Y él... encantado de hacerlo estaba. - Marietta, debes disculparme que no hubiera podido asistir a vuestra boda. No me la habría perdido, pero otros asuntos me tenían alejado de Venecia. - Primero fueron los franceses. Ahora, abiertamente, los turcos. - Mas no me he olvidado de vos... - Sonrió de forma enigmática pues era cierto, habia traído presentes en sus bodegas - Y vos debeis ser Isabella, el Orgullo del Dogo y de toda Venecia. He oido de vuestro compromiso, y he de confesaros... - La joven habia cambiado, de la noche a la mañana. Y menudo cambio. Guardando las composturas que el generoso escote de Fortuna amenazaba con vencer. se acercó más a ellas, guardando las composturas. No le apetecía mirar donde no debía y tener que atravesar con su espada a más de un hombre que se sintiera insultado. ¿Es que no iba a tener una noche tranquila. - Que envidio al Delfín francés. Tampoco me he olvidado de vos, mi excelsa Señora.
- ¿Disfrutando de la obra, Capitán? - Susurra el hombre que Stephanos tiene a su derecha, por detrás de él.
- De las vistas. - Sinceramente, la obra no le podía ser más indiferente.
- Aguarde, Capitán. Que esas cuatro... que esas dos bellezas ya tienen dueños. - Había veces que ni siquiera los hombres de Stephanos, y Lupo era de entre los más allegados, sabían como reaccionaría su líder. Bien cierto era que el Vándalo no era dado a los recovecos lingüísticos, pero habia ahorcado del bergantín a un grumete por quejarse sobre la disposición del galeón. "Demasiados cañones" decía. "Una bodega demasiado pequeña" dijo. "aghhhh aghhhh ghhhhh" cuando la soga rodeaba su cuello. Así que, cuando algo interesaba a Stephanos, hasta sus hombres temían en contrariarlo.
- ¿Te has puesto rojo, Lupo? Ja nunca dejarás de sorprenderme. Cuatro tetas ponen rojo al bravo Lupo. ¿ah? - Stephanos susurraba, aunque dado que el tercer acto había terminado y la gente se estiraba y charlaba, la algarabía ocultaba sus voces. Stephanos sabía que aquellas dos tenían dueño pero... ¿desde cuando era él celoso?
Mas no pretendía colarse bajo las faldas de aquellas dos risueñas y pizpiretas jovencitas. Bueno, no era eso todo lo que pretendía. Y menos cuando el mismisimo hijo del Rey de Francia volaba sobre una de esas jovencitas.
- Escucha, Lupo, esto es lo que harás... - Y para curarse en salud, que gracias a Dios no tenía nada que ver con la salud de mierda que le había tocado, por gracia Divina, a su hermano mayor, esta vez sí que susurró a su hombre.
¿Que pretendía hacer Stephanos con aquellas dos bellezas? ni él mismo lo sabía. Y aunque a muchos les cueste creerlo, ni la entrepierna ni la espada son los apendices que mas usa en pensar. De vez en cuando utiliza también el cerebro. Se acercó a ellas de manera distraida y, aunque resultara extraño, vistiendo una de sus mejores, y más extrañas, sonrisas.
- Buenas noches, bellas damas. - Stephanos no era dado a recitar poemas, pero habia veces que la ocasión requería ser un poquito menos... burro, y caminar con algo de tacto. Despues de la reverencia, abrió los brazos como si quisiera mostrarlas al Mundo - Miraos. La última vez que partí érais niñas...y al regresar os descubro convertidas en auténticas mujeres. Celebro que vuestra sangre sea veneciana, envidiaría a la nación que fuera cuna de estas beldades. - Stephanos, que sonreía con una sonrisa leve y enigmática, se sentía extraño haciendo eso. ¿Pero a quien iba a enviar? ¿A Lupo? ¡¿A Mario?! No, habia cosas que era preferible hacer por uno mismo. Y él... encantado de hacerlo estaba. - Marietta, debes disculparme que no hubiera podido asistir a vuestra boda. No me la habría perdido, pero otros asuntos me tenían alejado de Venecia. - Primero fueron los franceses. Ahora, abiertamente, los turcos. - Mas no me he olvidado de vos... - Sonrió de forma enigmática pues era cierto, habia traído presentes en sus bodegas - Y vos debeis ser Isabella, el Orgullo del Dogo y de toda Venecia. He oido de vuestro compromiso, y he de confesaros... - La joven habia cambiado, de la noche a la mañana. Y menudo cambio. Guardando las composturas que el generoso escote de Fortuna amenazaba con vencer. se acercó más a ellas, guardando las composturas. No le apetecía mirar donde no debía y tener que atravesar con su espada a más de un hombre que se sintiera insultado. ¿Es que no iba a tener una noche tranquila. - Que envidio al Delfín francés. Tampoco me he olvidado de vos, mi excelsa Señora.
Stephanos Diomedes- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 27/03/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Me quedé unos instantes desafiando con la mirada a mi amiga, mientras mantenía una sonrisa picara.
- ¡Oh! ¡Ya lo entiendo! Podrías habérmelo dicho antes… - Me quedé unos instantes haciéndome la reflexiva mientras Marietta me miraba interrogante. – Acabo de entender tu juego. Te haces la distante y la difícil, porque eso los atrae aún más. No son tus ricitos de oro lo que le atrae más hacia ti que hacia mí, es tu actitud. Vale. Voy a aprender de ti y a partir de ahora, voy a hacerme la estrecha. – La miré sonriendo, a sabiendas que no le gustaba nada que la calificara así. – Y encima, así te aseguras que nadie ponga en duda tu reputación. Si fueras buena amiga, me habrías enseñado tu truco.
Le puse carita de pena mientras echaba una mirada a la función intentando planear mi nueva estrategia. Si me hubiese concentrado un momento en la fábula, probablemente me hubiese divertido. Ahora ya, no lograba saber ni de que hablaban.
- Bueno… - traté de ponerme seria. – A partir de ahora, ya, ni le miro. Es más, voy a lanzarle una mirada de indiferencia… ya verás.
Me dispuse a hacerlo cuando ví con horror como el Díomedes caminaba en nuestra dirección. Acto seguido, me dí la vuelta apretando el brazo de Marietta y murmurando entre dientes.
- ¡Esta aquí, Marietta!¡ Viene hacia nosotras! - Caminé como queriendo alejarme pero era demasiado tarde. Volví a darme la vuelta intentando mantener una sonrisa…natural.
Dejé que el hombre tomara la palabra mientras aprovechaba para tranquilizarme. Sentía mi respiración acelerarse y notaba mi pecho subir y bajar al compás de la respiración. Bueno, eso no me importaba tanto.
Sonreí educadamente con su último comentario, tratando de parecer humilde.
- Sois muy amable. Es un honor constatar que nos reconoce, mi estimado Señor…Stephanos Diomedes? – Pregunté haciéndome la despistada. – Vuestra reputación os precede y todos sabemos vuestra gran labor por la Sereníssima. Mi padre solo tiene palabras de agradecimiento hacia vos, aunque debo reconocer que era demasiado joven cuando nos vimos por última vez, y no estaba segura de reconoceros. Afortunadamente, mi querida amiga Marietta os reconoció al instante y precisamente cuando os habeís acercado, me lo estaba comentando. Ella parece recordaros a la perfección. He de deciros que una se siente segura sabiéndoos cerca, inspiraís respeto, ¿No lo crees, Marietta?
Sonreí mirando a mi gran amiga. Si no me conociera ya, sabía que se habría enojado conmigo. Sin embargo y para su gran desgracia, estaba completamente acostumbrada, aunque aquella situación no dejaba de divertirme.
- ¡Oh! ¡Ya lo entiendo! Podrías habérmelo dicho antes… - Me quedé unos instantes haciéndome la reflexiva mientras Marietta me miraba interrogante. – Acabo de entender tu juego. Te haces la distante y la difícil, porque eso los atrae aún más. No son tus ricitos de oro lo que le atrae más hacia ti que hacia mí, es tu actitud. Vale. Voy a aprender de ti y a partir de ahora, voy a hacerme la estrecha. – La miré sonriendo, a sabiendas que no le gustaba nada que la calificara así. – Y encima, así te aseguras que nadie ponga en duda tu reputación. Si fueras buena amiga, me habrías enseñado tu truco.
Le puse carita de pena mientras echaba una mirada a la función intentando planear mi nueva estrategia. Si me hubiese concentrado un momento en la fábula, probablemente me hubiese divertido. Ahora ya, no lograba saber ni de que hablaban.
- Bueno… - traté de ponerme seria. – A partir de ahora, ya, ni le miro. Es más, voy a lanzarle una mirada de indiferencia… ya verás.
Me dispuse a hacerlo cuando ví con horror como el Díomedes caminaba en nuestra dirección. Acto seguido, me dí la vuelta apretando el brazo de Marietta y murmurando entre dientes.
- ¡Esta aquí, Marietta!¡ Viene hacia nosotras! - Caminé como queriendo alejarme pero era demasiado tarde. Volví a darme la vuelta intentando mantener una sonrisa…natural.
Dejé que el hombre tomara la palabra mientras aprovechaba para tranquilizarme. Sentía mi respiración acelerarse y notaba mi pecho subir y bajar al compás de la respiración. Bueno, eso no me importaba tanto.
Sonreí educadamente con su último comentario, tratando de parecer humilde.
- Sois muy amable. Es un honor constatar que nos reconoce, mi estimado Señor…Stephanos Diomedes? – Pregunté haciéndome la despistada. – Vuestra reputación os precede y todos sabemos vuestra gran labor por la Sereníssima. Mi padre solo tiene palabras de agradecimiento hacia vos, aunque debo reconocer que era demasiado joven cuando nos vimos por última vez, y no estaba segura de reconoceros. Afortunadamente, mi querida amiga Marietta os reconoció al instante y precisamente cuando os habeís acercado, me lo estaba comentando. Ella parece recordaros a la perfección. He de deciros que una se siente segura sabiéndoos cerca, inspiraís respeto, ¿No lo crees, Marietta?
Sonreí mirando a mi gran amiga. Si no me conociera ya, sabía que se habría enojado conmigo. Sin embargo y para su gran desgracia, estaba completamente acostumbrada, aunque aquella situación no dejaba de divertirme.
Isabella Fortuna- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 28/01/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Miraba atónita a Isabella. Una mezcla de vergüenza, pudor y diversión se reflejaban en su rostro. Aquella niña era capaz de sacar una sonrisa hasta a su mismísimo padre aunque hubiese quemado Venecia por accidente.
- Claro Isabella, esa es mi táctica...claro... - Era imposible seguirle la contraria, el efecto iba a ser el mismo. - Cuando veas a tu querido Philippe, ya sabes cómo debes actuar. - La risa le pudo, la situación no podía ir a peor. Colorada como la túnica de un cardenal acarició el pelo de su amiga colocando sus rizos en su lugar. - Será la última vez que venga contigo a ver una obra de teatro, al final, nunca vemos nada...
El comentario de Isabella la sobresaltó. Si, la situación si podía ir a peor. Y de nuevo otra vez Isabella liando y Marietta desliando. Era la historia de nunca acabar. Se puso nerviosa, buscó con su mirada a Leoric que debía aguardar en la puerta, pero no había ni rastro de él. El Diomedes se acercó hablándoles educadamente, después de todo, no parecía tan bárbaro.
- Es un honor que dispongáis en vuestro tiempo un amable saludo a nuestra persona. A mi enlace acudieron miembros de su familia en vuestro nombre, no os preocupéis por favor, faltaría más. Sería un honor que acudierais a Ca Dario, mi marido y yo estaremos entusiasmados de escuchar la situación en sus viajes. - Los Diomedes eran aliados, recientes en Venecia, pero aliados de igual modo que el resto de familias. Padre siempre dijo que en el Consejo de los Seis, todos son aliados y todos enemigos, el mejor que nadie lo sabía pues allí llevaba media vida.
Isabella terminó con su última daga, sus ojos de cordera y su inocencia hacían imposible después de todo mostrar enfado alguno.
- Así es, no siempre se tiene la oportunidad de conocer a un hombre de honor y mundo. - Miró a los ojos al hombre, podría interpretarse como una actitud desafiante o simplemente segura. Mantuvo la mirada, esperando encontrar en él un atisbo de caballero, pues realmente si debía guiarse por las habladurías no quedaba en buen lugar. - Quizá queráis acompañarnos hasta la puerta, allí nos espera mi guardia. La función parece terminar ya. - Miró al escenario y de soslayo a Isabella, aquello no terminaría allí.
- Claro Isabella, esa es mi táctica...claro... - Era imposible seguirle la contraria, el efecto iba a ser el mismo. - Cuando veas a tu querido Philippe, ya sabes cómo debes actuar. - La risa le pudo, la situación no podía ir a peor. Colorada como la túnica de un cardenal acarició el pelo de su amiga colocando sus rizos en su lugar. - Será la última vez que venga contigo a ver una obra de teatro, al final, nunca vemos nada...
El comentario de Isabella la sobresaltó. Si, la situación si podía ir a peor. Y de nuevo otra vez Isabella liando y Marietta desliando. Era la historia de nunca acabar. Se puso nerviosa, buscó con su mirada a Leoric que debía aguardar en la puerta, pero no había ni rastro de él. El Diomedes se acercó hablándoles educadamente, después de todo, no parecía tan bárbaro.
- Es un honor que dispongáis en vuestro tiempo un amable saludo a nuestra persona. A mi enlace acudieron miembros de su familia en vuestro nombre, no os preocupéis por favor, faltaría más. Sería un honor que acudierais a Ca Dario, mi marido y yo estaremos entusiasmados de escuchar la situación en sus viajes. - Los Diomedes eran aliados, recientes en Venecia, pero aliados de igual modo que el resto de familias. Padre siempre dijo que en el Consejo de los Seis, todos son aliados y todos enemigos, el mejor que nadie lo sabía pues allí llevaba media vida.
Isabella terminó con su última daga, sus ojos de cordera y su inocencia hacían imposible después de todo mostrar enfado alguno.
- Así es, no siempre se tiene la oportunidad de conocer a un hombre de honor y mundo. - Miró a los ojos al hombre, podría interpretarse como una actitud desafiante o simplemente segura. Mantuvo la mirada, esperando encontrar en él un atisbo de caballero, pues realmente si debía guiarse por las habladurías no quedaba en buen lugar. - Quizá queráis acompañarnos hasta la puerta, allí nos espera mi guardia. La función parece terminar ya. - Miró al escenario y de soslayo a Isabella, aquello no terminaría allí.
Marietta Dario- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 29/12/2012
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Las formas le traicionaron. Stephanos Diomedes se mantenía cercano, pero a la par distante. Sonreía y sus ojos parecían brillar como los de muchos otros hombres ante aquellas dos magníficas venecinas. Pero era distante. Era pronto para organizar un desaguisado, y no sería nada recomendable ponerse a pinchar estómagos como si aquello fuera un mercado de carne en día de matanza. No iba a invadir el espacio vital de las dos señoritas.
Pero el comentario de Marietta le descolocó. Le hizo sonreir, con una muda carcajada, y arqueó una ceja. ¿En serio? En todo momento le mantuvo la mirada, pero la del hombre no era violenta, aunque sí desafiante. Parecía querer transmitirle un mensaje. Una pregunta. ¿Hombre de honor? Esas palabras debían de ser irónicas, o la muchachita era mucho más inocente de lo que Stephanos supuso. Excelente.
- Mucho Mundo han visto estos cansados ojos. - La sociedad veneciaba adoraba el drama. Tendía a dramatizar cualquier momento del día. - Esto me recuerda, querída, he encontrado diversos tesoros que, espero y deseo, sean de vuestro agrado. Uno de mis hombres os los entregará.
Por supuesto, acompañó a las dos muchachas, colocandose en medio de las dos. Así las dejaba, ficticiamente, a solas. Separaba a las amigas, y tal vez separase la influencia que ejercía la una en la otra. Los cuchicheos, o los codacitos ligeros cuando una quisiera contener a la otra. Ahora Stephanos caminaba en medio de las dos. Ofreciendo sus brazos para aquella que quisiera sostenerse, despues de tan larga y cansada comedia.
- ¿Querríais conocer el Mediterraneo, mis augustas damas? Cuando la mar este calma, mi barco será vuestro barco. - Por su puesto no habla de Barbaros y de Príncipes franceses. Se gira entonces hacia Isabella. - Decidme, ¿disfrutais de la velada?
Esa noche no habria franceses ni Barbaros.
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NOTA: Perdonad la ausencia de colorines, pero me ha sido imposible poner colores manualmente, y desconozco el comando xDD
Pero el comentario de Marietta le descolocó. Le hizo sonreir, con una muda carcajada, y arqueó una ceja. ¿En serio? En todo momento le mantuvo la mirada, pero la del hombre no era violenta, aunque sí desafiante. Parecía querer transmitirle un mensaje. Una pregunta. ¿Hombre de honor? Esas palabras debían de ser irónicas, o la muchachita era mucho más inocente de lo que Stephanos supuso. Excelente.
- Mucho Mundo han visto estos cansados ojos. - La sociedad veneciaba adoraba el drama. Tendía a dramatizar cualquier momento del día. - Esto me recuerda, querída, he encontrado diversos tesoros que, espero y deseo, sean de vuestro agrado. Uno de mis hombres os los entregará.
Por supuesto, acompañó a las dos muchachas, colocandose en medio de las dos. Así las dejaba, ficticiamente, a solas. Separaba a las amigas, y tal vez separase la influencia que ejercía la una en la otra. Los cuchicheos, o los codacitos ligeros cuando una quisiera contener a la otra. Ahora Stephanos caminaba en medio de las dos. Ofreciendo sus brazos para aquella que quisiera sostenerse, despues de tan larga y cansada comedia.
- ¿Querríais conocer el Mediterraneo, mis augustas damas? Cuando la mar este calma, mi barco será vuestro barco. - Por su puesto no habla de Barbaros y de Príncipes franceses. Se gira entonces hacia Isabella. - Decidme, ¿disfrutais de la velada?
Esa noche no habria franceses ni Barbaros.
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NOTA: Perdonad la ausencia de colorines, pero me ha sido imposible poner colores manualmente, y desconozco el comando xDD
Stephanos Diomedes- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 27/03/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Marietta no parecía haberse puesto nerviosa. De hecho, mostraba tener un control absoluto de la situación lo que era casi decepcionante. Mi amiga hablaba tan bien, con tanta elegancia, que era casi imposible saber si se sentía incómoda o no. Su mirada en busca de su querido protector la delató. Al menos para mí. Volví a Sonreír.
-¡Oh, sería fabuloso poder viajar por las aguas hasta el infinito! – Me quedé pensativa imaginando lo que sería viajar en un barco hacia aquellos lugares exóticos de los que hablaban los poetas. - ¿Hasta donde habeís ido, mi Señor? Ojalá mis ojos hubiesen podido ver lo que sin duda vos habeís visto. ¡No logro ni tan siquiera imaginarlo!
Tomé su brazo con toda la tranquilidad del mundo, sonriéndole. Aquel hombre misterioso no me parecía tan peligroso al fin de al cabo. Miré a Marietta de reojo. Sospechaba que a ella le seguía pareciendo un hombre del que no había que fiarse. Que importaba…. Yo quería conocer las historias.
- Dicen que los hombres se marean en los barcos, y que las mujeres son de mal augurio. – Fingí cierta indignación. - ¿ De verdad nos dejaría subir? Debe de ser maravilloso observar la puesta de sol sobre las aguas en medio de la nada… Aunque… – Fruncí el ceño y alcé la cabeza para lograr mirarle. El Diomedes era mucho más alto que yo. – ¿Vuestro navío no es de guerra?
Odiaba la guerra. Los hombres se dedicaban a ella como si fuera su pasatiempos favorito. Bárbaros. Afortunadamente, yo iba a tener la suerte de convivir con un mucho más refinado. Sonreí. La vida era tan bella.
-¡Oh, sería fabuloso poder viajar por las aguas hasta el infinito! – Me quedé pensativa imaginando lo que sería viajar en un barco hacia aquellos lugares exóticos de los que hablaban los poetas. - ¿Hasta donde habeís ido, mi Señor? Ojalá mis ojos hubiesen podido ver lo que sin duda vos habeís visto. ¡No logro ni tan siquiera imaginarlo!
Tomé su brazo con toda la tranquilidad del mundo, sonriéndole. Aquel hombre misterioso no me parecía tan peligroso al fin de al cabo. Miré a Marietta de reojo. Sospechaba que a ella le seguía pareciendo un hombre del que no había que fiarse. Que importaba…. Yo quería conocer las historias.
- Dicen que los hombres se marean en los barcos, y que las mujeres son de mal augurio. – Fingí cierta indignación. - ¿ De verdad nos dejaría subir? Debe de ser maravilloso observar la puesta de sol sobre las aguas en medio de la nada… Aunque… – Fruncí el ceño y alcé la cabeza para lograr mirarle. El Diomedes era mucho más alto que yo. – ¿Vuestro navío no es de guerra?
Odiaba la guerra. Los hombres se dedicaban a ella como si fuera su pasatiempos favorito. Bárbaros. Afortunadamente, yo iba a tener la suerte de convivir con un mucho más refinado. Sonreí. La vida era tan bella.
Isabella Fortuna- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 28/01/2013
Re: La fábula Pastoral [Tiempos pasados]
Mantuvo la mirada del hombre con posición altiva aunque amable. No era común en Marietta, sin embargo no iba a dejarse engatusar por ningún pirata que llegase con aires interesantes. Demasiados hombres en Venecia habían cantado ya esa canción.
- Gracias mi señor, será todo un honor recibir tales presentes, y todo un detalle por vuestra parte enviarlos desde tan lejos. - Desvió la mirada a Isabella, su sonrisa la delataba. Ella disfrutaba con cada segundo de la conversación y de la escena. Historias románticas de piratas y bellas doncellas, aventuras y desventuras con finales felices. Vio como le tomaba del brazo con total naturalidad, Marietta negó levemente con la cabeza y se mantuvo al otro lado del Diomedes guardando las distancias.
Las gentes comenzaban a revolotear y comentar sobre la obra que ninguna de las dos había logrado ver. Algunos salían, otros se arremolinaban en pequeños círculos charlando y riendo. Mientras Isabella engatusaba al pirata con sus buenas palabras y fluida conversación, la pequeña Dario miraba alrededor algo incomoda por la situación. Era una mujer casada, y su lugar no estaba allí, las malas lenguas de Venecia siempre estaban afiladas.
Leoric, buscaba a Leoric con la mirada mientras intercalaba la vista hacia la improvisada pareja. Debía estar fuera, esperándolas. Chasqueó la lengua en un gesto involuntario.
- Oh Isabella, no atosigues al caballero, seguro que estará muy ocupado esta noche. - Miró hacia el lugar donde originalmente se posicionaba, aun le aguardaban sus vasallos. - Quizá estén esperándole, debe ser un hombre muy ocupado. - Sonrió amable a Stephanos, procuraba no hacerse notar incomoda, pero la situación desde luego propiciaba nerviosismo. Si algún rumor podía llegar a los oídos de Vincenzo, podría meterse en serios problemas.
- Gracias mi señor, será todo un honor recibir tales presentes, y todo un detalle por vuestra parte enviarlos desde tan lejos. - Desvió la mirada a Isabella, su sonrisa la delataba. Ella disfrutaba con cada segundo de la conversación y de la escena. Historias románticas de piratas y bellas doncellas, aventuras y desventuras con finales felices. Vio como le tomaba del brazo con total naturalidad, Marietta negó levemente con la cabeza y se mantuvo al otro lado del Diomedes guardando las distancias.
Las gentes comenzaban a revolotear y comentar sobre la obra que ninguna de las dos había logrado ver. Algunos salían, otros se arremolinaban en pequeños círculos charlando y riendo. Mientras Isabella engatusaba al pirata con sus buenas palabras y fluida conversación, la pequeña Dario miraba alrededor algo incomoda por la situación. Era una mujer casada, y su lugar no estaba allí, las malas lenguas de Venecia siempre estaban afiladas.
Leoric, buscaba a Leoric con la mirada mientras intercalaba la vista hacia la improvisada pareja. Debía estar fuera, esperándolas. Chasqueó la lengua en un gesto involuntario.
- Oh Isabella, no atosigues al caballero, seguro que estará muy ocupado esta noche. - Miró hacia el lugar donde originalmente se posicionaba, aun le aguardaban sus vasallos. - Quizá estén esperándole, debe ser un hombre muy ocupado. - Sonrió amable a Stephanos, procuraba no hacerse notar incomoda, pero la situación desde luego propiciaba nerviosismo. Si algún rumor podía llegar a los oídos de Vincenzo, podría meterse en serios problemas.
Marietta Dario- Mensajes : 67
Fecha de inscripción : 29/12/2012
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